viernes, abril 19, 2024
    Ese hilo que se teje y desteje cuando da vida

    Jessica Anaid Hernández

    Es cierto que casi nadie quiere ver el cuerpo real de una mujer, el de una madre, ¿qué es lo que quieren ver? Un espejismo que cubre el verdadero paisaje. A veces me considero una madre desierto con espinas y dunas que envuelven mi vientre, y quizá alguien más contempla un oasis sobre mi carne.

    Este libro no contiene espejismos. Al abrirlo, veo la imagen restringida de Marisol amamantando que infringe las políticas de Facebook y, desde ahí, recibo el golpe de la sociedad. Llega a mí la imagen de mi amiga cubriéndose con una cobija al momento de amamantar. Llega a mí la imagen de mí misma ocultándome para ser succionada, para dejarme succionar. Y ahí está Marisol, emergiendo, ofreciéndonos sus senos para alimentarnos de empoderamiento, de libertad. Nos muestra la lactancia, lo que somos cuando nos desprendemos de nuestra esencia, entregándonos a los labios pequeños que liban nuestros pezones para sobrevivir: 

    «Exprimes la carne / sin piedad de ti misma / hasta que la última gota ha caído / hasta que el cauce del río se ha secado / y vuelves a ser un animal de huesos / corriendo desnudo hacia el horizonte». La lactancia nos seca, nos deja con los senos caídos porque hemos entregado el manjar de la vida. 

    Marisol nos muestra que una mujer, una madre, puede ser un animal a un lado de la carretera con el vientre abierto, reventado por la putrefacción, un cuerpo atropellado por la maternidad con la sangre sobre el asfalto. La poeta me remite a aquella vez cuando descubrí, a la orilla de la carretera, a un perro de pelaje color miel con el torso abierto, quizá masticado por algún roedor o picoteado por un ave de rapiña. Recuerdo las moscas rondar el cadáver y el resplandor del sol iluminando aquella abertura. Y Marisol, como en un acto de magia, embona mi recuerdo y dice: “orlas dulces del crepúsculo / ¡Levántate!”. 

    Y pienso en la madre fatigada, en la madre desecha, en la mujer que se sostiene el vientre cosido después de otro nacimiento, en la madre que atiende a sus hijos en medio de un proceso de aborto, en la madre que le pesa el cadáver de la maternidad, esa madre que se reinicia; es ahí cuando entiendo que: “el último rayo de sol/ inunda el pelaje”.  

    Una mujer es sangre, coágulos, carne roída, estrías, pezones hinchados, senos, leche, vientre cercenado, piernas abiertas, creadora. Marisol, en su propuesta poética y visual, nos dice que: 

    El cuerpo femenino impacta como un territorio al que es tabú acceder visualmente. En especial cuando se rompe el esquema de la perfección estética (la impuesta por la cultura) y se llega a lo cotidiano. 

    En nuestra cotidianidad, ronda la sangre que gira como en un carrusel por el escusado, la sangre transformada en leche que se desborda de nuestros senos, la herida en el vientre de la cesárea, esa intervención que causa miedo como lo expresa en sus versos: “tuve miedo (no voy a mentir) / cuando mi vientre se rompió / y las tijeras / cortaron pliegues las navajas una y otra vez”. El miedo a ese hilo que se teje y desteje cuando da vida. 

    Abrir el libro de Marisol es como entrar a una casa de habitaciones decoradas con el color que solo una mujer sabe identificar; con un niño, una niña al centro al igual que una bombilla, encendiéndose y apagándose a partir de la energía que provee la madre.

    Mi cuerpo es mi casa y la casa donde viven mis hijos. Nadie puede mirar en su interior más que aquel que me ame. Mi cuerpo es un templo habitado por varias almas y cada alma es un deseo que danza. 

    Y quien lea y hurgue en esta casa podrá caminar por sus pasillos y descubrir grietas en las paredes, grietas que son estrías, aberturas por donde emergen las voces que resguardan todas las paredes, las voces de las mujeres que somos y que fuimos, las voces de nuestros hijos e hijas. Ahí está también la puerta de salida, por donde el lector o la lectora espectadora ha de salir para llevarse el recuerdo de esa casa, porque todas y todos hemos de llevarnos las vibras, los ecos, los fantasmas, las habitaciones restringidas, los versos y las fotografías enmarcadas con la frase: “Desactivar paradigmas establecidos”. 

    escénico.

    Título: El cuerpo, el yo y la maternidad: poesía para desactivar patrones establecidos

    Autor: Marisol Vera Guerra

    Editorial: Universidad Nacional Autónoma de Nuevo León

    Año: 2022

     

     

     

     


    Jessica Anaid Hernández. Autora de dos libros de poesía. Obtuvo las becas PECDA Chihuahua y PECDA Coahuila. Recibió el segundo lugar en el Concurso de Cuento Ferrocarril a la Redonda y el segundo lugar en el Certamen de Poesía Eylo Alfónsez. Ganadora del IV Concurso de Cuento Corto organizado por EscritorasMX. Obtuvo dos menciones honoríficas en el Premio Estatal de Poesía Rogelio Treviño.

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