viernes, abril 19, 2024
    <i>Los cuerpos que habitamos</i>

    *Este es un fragmento de Los cuerpos que habitamos. Ficción y no ficción sobre nuestro derecho a decidir, de varias autoras, publicado por la UANL en coedición con Editorial An.alfa.beta en 2021: “Ahora mismo hay un torrente de voluntades dispuestas a salir a las calles y expresar una exigencia: tenemos derecho a elegir sobre nuestro cuerpo como mejor nos plazca. En este presente se enmarcan los textos que componen este volumen. La decisión de incluir textos de ficción y no ficción implica la noción de que lo imaginado provenía de la realidad, al tiempo que da paso a otras formas de comprenderla, y que para hablar de lo vivido también se necesita imaginar. La idea de este conjunto es conformar un diálogo en el que intervienen voces situadas, inteligentes, que lanzan preguntas y observaciones lúcidas sobre el cuerpo propio, nuestra conciencia y jurisdicción sobre él.”

     

    olivia teroba - los cuerpos que habitamos

     

    Prólogo 

    Olivia Teroba

    Alimentación, vivienda, educación, la posibilidad de viajar, la comunidad, la paz, el control del propio cuerpo y la propia intimidad, los cuidados de la salud, una contracepción en buenas condiciones y amigable con las mujeres, la última palabra sobre si debe o no nacer un bebé, la alegría: estos y otros son derechos reproductivos y de la salud. Su ausencia en todo el mundo es pasmosa. 

    Donna Haraway 

    Este volumen tuvo como punto de partida una inquietud común: el atisbo de una marea verde que remontó hace varios años desde el sur del territorio que conocemos como América. Esta marea, este flujo, ha ido desembocando en todo el continente y nos ha involucrado a quienes nos reconocemos en una exigencia común: el derecho a tener autonomía sobre las decisiones en relación a nuestro cuerpo. 

    Las personas gestantes hemos abortado desde tiempos inmemoriales. Plantas medicinales, golpes en el vientre, pastillas tomadas en casa, procedimientos médicos con anestesia. Experiencias que pueden resultar más o menos angustiantes, según las normas, costumbres y políticas de Estado del lugar donde se viven. 

    Las restricciones sobre nuestro cuerpo limitan nuestro actuar al cumplimiento de roles sociales asignados desde el nacimiento, que implican exigencias imposibles de ignorar: sea acatándolas o resistiendo, están presentes en nuestra vida. 

    Las personas somos cuerpos, que en su pensar y sentir, en su estar en el mundo, escuchan inevitablemente a las voces que representan a nuestra sociedad patriarcal y capitalista. Nos interpelan a través de figuras de autoridad: no grites, vístete bien, eso no es de niñas, eso no es de niños; y el implacable: deberías o no deberías hacer tal o cual cosa.  

    A estas imposiciones se ha ido respondiendo de formas distintas a lo largo del tiempo. Nosotras, ahora, no estamos descubriendo el hilo, sino tejiendo genealogías que nos permitan darle continuidad a una lucha que se ha mantenido a la par, e incluso a pesar de, otras revoluciones, conflictos armados y regímenes totalitarios. En el caso de nuestro país, pienso en la activista Elvia Carrillo Puerto (1878-1968), en las obreras anarquistas María del Carmen y Catalina Frías, y en la escritora liberal Juana Belén Gutiérrez (1875-1942), entre muchas otras. 

    Los derechos de la mujer se han ido reconociendo a cuentagotas a lo largo de la historia. En México se legalizó la educación secundaria en 1869, la igualdad de salarios en 1917, el derecho al voto en 1947. Las leyes que permiten el aborto con la sola petición de la mujer, sin necesidad de presentar pruebas de violación, peligro de muerte o de sufrir daños a la salud con el parto, son recientes y por ahora solo han sido aprobadas en la Ciudad de México, Oaxaca y Veracruz. 

    Estos derechos jurídicos, obtenidos gracias a luchas anteriores y exigencias políticas, reconocen nuestro derecho a rechazar los mandatos patriarcales que recaen sobre nuestro género, entre ellos, la imposición de ser madre. El camino es largo y queda mucho por recorrer. Esperamos todavía que el aborto sea legal en todo el país, así como el matrimonio igualitario y el reconocimiento a la identidad de género. 

    Por eso, ahora mismo hay un torrente de voluntades dispuestas a salir a las calles y expresar una exigencia: tenemos derecho a elegir sobre nuestro cuerpo como mejor nos plazca. 

    En este presente se enmarcan los textos que componen este volumen. La decisión de incluir textos de ficción y no ficción implica la noción de que lo imaginado proviene de la realidad, al tiempo que da paso a otras formas de comprenderla, y que para hablar de lo vivido también se necesita imaginar. La idea de este conjunto es conformar un diálogo en el que intervienen voces situadas, inteligentes, que lanzan preguntas y observaciones lúcidas sobre el cuerpo propio, nuestra conciencia y jurisdicción sobre él. 

    Hay otra coyuntura en que se sitúan estos textos: nuestra incursión al espacio público como autoras y la reivindicación del acto de la escritura como un acto político. Tenemos la palabra porque estamos acompañadas: hemos cambiado el sujeto de la autoría individualista hacia una escritura nuestra, de nosotras. Quiero aclarar: en la literatura, no siempre se trata de escribir directamente sobre el feminismo o sobre los múltiples significados de ser mujer. Se trata de tener la libertad de tratar o no estos temas y de elegir el enfoque que se le dará a cada texto: finalmente, el acto de la escritura es un acto de libertad. 

    Así que en este libro cohabitan escritos que, de un modo más directo o indirecto, plasman la forma en que el entorno social y político limita o conduce nuestro actuar, algunas veces mediante la coacción, otras mediante la mirada vigilante de la sociedad, o por nuestra propia conciencia que interioriza estos mandatos. 

    La insistencia en referirse a las mujeres y a los géneros disidentes no implica omitir al resto de las personas. Tampoco es, como llega a pensarse, una moda. Es un acto de justicia histórica que intenta compensar el olvido sistemático que han tenido las ciencias, las leyes y la sociedad hacia nosotras y nosotres. Por eso nos agrupamos en este espacio, nos hacemos compañía para establecer un diálogo alrededor de preocupaciones comunes. Le damos lugar a nuestras historias. 

    Este conjunto es apenas la muestra de un universo. No cabe duda de que montones de escritos sobre el tema habrán quedado fuera o están apenas escribiéndose. Llegué a esta selección buscando autoras en publicaciones impresas y digitales, en antologías de cuento contemporáneo, en internet. Pregunté a escritoras cuya obra, pensé, podría aportar a la discusión. Algunos de los textos ya han sido publicados anteriormente, otros se escribieron en especial para esta compilación. Intenté en lo posible diversificar lugares de origen e intereses. 

    El orden de los textos es una propuesta de lectura temática, aunque también pueden leerse de forma independiente, siguiendo la ruta que se prefiera, según intereses o intuiciones adonde conduzca la lectura. El cuerpo como objeto de prejuicios y perjuicios, como objeto de deseo ante ojos masculinos, el cuerpo como vulnerabilidad, encuentra la fortaleza en mostrarse, pronunciar los abusos que se han cometido en su contra: ese es el eje del cuento «Todas las veces» de Sylvia Aguilar Zéleny. La estructura es la de una lista numerada, un recuento de la violencia que se vuelve costumbre y secreto. En este recuento del daño que hace la secrecía, se enmarca el cuento «La noche que pasamos lejos», de Ave Barrera, donde la protagonista toma la decisión de abortar en un contexto conservador, sin ninguna fuente de información confiable al alcance, lo cual implica callar el secreto, llevar una carga y someterse al procedimiento sin la certeza de que se saldrá indemne. 

    El tabú también conduce a la desolación en el cuento «Sobre el ajuste isostático de los archipiélagos», de Úrsula Fuentesberain. En un contexto totalmente distinto al texto anterior, la desconfianza y el individualismo terminan de extraviar a la protagonista y su pareja, que habitan un país extranjero. 

    Por otro lado, en «Lanzaré a tu hijo por la ventana», de Sabina Orozco, encontramos una negativa rotunda al precepto de la maternidad. La narradora apenas hace mención a una interrupción del embarazo y así se conforma una postura: decidir que la vida puede hacerse sin siquiera considerar la posibilidad de tener hijos y que un aborto no tiene que ser un trauma, ni tampoco dramático o violento. Es un procedimiento médico: la moral viene de fuera. 

    Las redes sociales y las plataformas de creación de páginas web han permitido que cada vez sea más sencillo, para quienes tienen dispositivos digitales, conseguir información sobre el aborto clínico, e incluso sobre la realización de esta práctica en casa. Estas herramientas también han permitido a grupos de mujeres reunirse para acompañar, en persona o a distancia, este procedimiento. Una de estas agrupaciones es Morras Help Morras. En la primera crónica del libro, Dahlia de la Cerda, una de las fundadoras de la colectiva, cuenta el aborto de su cuñada y el que ella vivió: su experiencia la llevó a formar este grupo para dar información a otras mujeres que quisieran interrumpir su embarazo. Han hecho varias guías que circulan en internet para explicar cómo abortar con medicamentos de venta libre. 

    Por contraste con las historias anteriores, podemos notar cómo cambia esta experiencia cuando se lleva a cabo en un ambiente seguro, con la guía adecuada: es por completo distinta si puede hacerse en compañía, con otras que comprendan. Así lo muestran los cuentos «Tic», de Mariana Roa y «Definición de las bestias», de Elma Correa. El cuento de Roa, a través de una voz amena, con sentido del humor, nos conduce a sentir empatía por una protagonista que no tiene las condiciones económicas ni sociales, ni las ganas de tener un hijo. El cuento de Correa, por su parte, es un elogio a la sororidad. 

    También es un encomio a la amistad política entre mujeres la segunda crónica del libro: «Decidir migrar», de Mariana Brito Olvera, quien cuenta su experiencia viviendo en Buenos Aires y su activismo en aquella ciudad: en las marchas proaborto y en los grupos de migrantas; el reconocimiento de una lucha que va más allá de las fronteras políticas. 

    Si bien la frase Es mi cuerpo, yo decido es una consigna que se utiliza sobre todo en las protestas para exigir el aborto legal, seguro y gratuito, es interesante expandirla a otras interpretaciones que nos conduzcan, precisamente, a pensar en la autonomía sobre el cuerpo.  

    En esta línea, podemos indagar acerca del reconocimiento del cuerpo a través de la actividad física, la exploración de sus capacidades y las formas de habitarlo, como ocurre en la protagonista adolescente del cuento «De cabeza», de Aura García-Junco, a partir de sus primeros intentos en una clase de pole dance, una situación cotidiana que muestra los prejuicios sobre la corporalidad y el género que tienen la oportunidad de cambiar o reafirmarse en dicha etapa de la vida. 

    Pensar en el cuerpo también puede dirigirnos a otra cuestión clave en las luchas feministas: los derechos de las personas trans, que se reconocen en un género distinto al que les es asignado por su familia y la sociedad al nacer. El cuento «Perfume de gardenias», de Itzel Guevara, es una constatación de esta inquietud, que no obstante se muestra de modo apacible. En esta historia acompañamos a la protagonista, Sugar, una chica trans, en un día cotidiano, donde permea una nostalgia que se acerca a la felicidad, una sensación de suficiencia y alegría. 

    El ensayo «Un día voy a ser otra», de Carmen Amat, trata con la misma empatía el tema, si bien la biografía en que se involucra, la de Alessa Flores, no tiene un final agradable. La narración es una guía para los lectores por la vida de esta activista, en un ejercicio de transcripción y comentario a sus declaraciones en videos de YouTube. El texto conforma un diálogo con aquellas palabras y las expande más allá del registro en video. 

    Pensando todavía en la autonomía sobre nuestros cuerpos, surgen interrogantes que contrastan con las preguntas iniciales acerca de la interrupción del embarazo: ¿qué pasa con quienes deciden la maternidad? ¿Cómo se configura esa libertad, qué limitaciones conlleva, y cómo el mundo apoya (o no) esta decisión? El cuento «El antiguo miedo», de Marisol Chávez Cano, incita a pensar este tema. La historia muestra a una hija narrando la locura y paranoia de la madre, producto de la violencia del marido ya fallecido. Esta agresividad traspasa a la familia por generaciones. Por su parte, «Turnos», de María José Gómez Castillo, transita también estas preguntas, poniendo de manifiesto el trabajo de cuidados, al mostrar el caos en la rutina familiar que provoca la enfermedad de la madre. Esto deja en evidencia en quién recae la responsabilidad del trabajo doméstico. 

    La crónica que cierra el libro, «Daños colaterales», de Ana Fuente, narra diversos momentos de la maternidad: atestiguar la violencia que sufren otros niños, temer por el propio, pero también cansarse y fastidiarse por lo exigente y agotador que es el cuidado. Nos muestra una experiencia que no es dicotómica, sino múltiple y compleja. 

    Estos textos, como todo escrito literario, tienden a la polisemia. Sirvan estos breves comentarios de incitación y compañía a la lectura; de quien lea este libro depende completar su significado. 

    Agradezco a las creadoras que confiaron sus escritos para la publicación y la disposición de Editorial An.alfa. beta y la Universidad Autónoma de Nuevo León para imprimir este libro que pone por escrito varias preguntas compartidas y también algunas certezas, que nos permite reunirnos a través de la palabra en tiempos donde nos procuramos desde lejos. 

    Abril de 2021

     

    «Sobre el ajuste isostático de los archipiélagos»

    Úrsula Fuentesberain

     

    Me tuve que haber dado cuenta ese domingo cuando no me preguntaste por qué necesitaba ir a la farmacia otra vez. Me preparé para la embestida, pero no me preguntaste. Me esperaste afuera, fumando. Tampoco me preguntaste cuando salí con las manos vacías. Caminamos sin rumbo por calles empedradas y sinuosas. Anochecía. Sin sus usuales enjambres de turistas y barullo constante, Puerta del Sol se veía aletargado, las cortinas de las tiendas cerradas parecían párpados metálicos. Escuché una campana y alcé la vista, pero no encontré ninguna iglesia. Vimos otra farmacia en la esquina norte de la Plaza Mayor, su cruz verde neón se encendió al mismo tiempo que tu cigarro. Cuando salí con esa bolsita de papel blanco, la oscuridad se había esparcido y los edificios del centro de Madrid se veían aún más antiguos. Listo, dije y me esforcé por sonreír. Ni siquiera entonces me preguntaste. Llegamos a una plaza donde había un madroño, la luz de los faroles amarillaba su tronco y una nube de mosquitos flotaba sobre él como un halo. Mira, dijiste y señalaste una vieja carreta de metal. Miguel e Hijos. Afiladores. Negocio familiar. Fundado en 1941, decían las letras pintadas a un costado. Un hombre barbado empujaba la carreta y tocaba su campana, su tañido se elevaba hacia la noche. 

    El punto caliente de Hawái es conocido como «la línea de ensamblaje» del archipiélago hawaiano. Desde que se formó, hace 85 millones de años, ha creado 129 volcanes y es la fuente de la mayor parte de la actividad volcánica moderna. 

    Nos levantamos antes del amanecer para volar a Roma, la primera parada de nuestro viaje de mochilazo por Europa. Yo no quería subirme a un avión otra vez, no había pasado ni una semana desde mi llegada a Madrid. Sentía que partes de mí seguían del otro lado del océano, en México, y que tenía que esperarlas como esos indios del viejo oeste que se quedaban sentados en las estaciones de trenes, completamente inmóviles, espaciando cada respiración, esperando a que sus espíritus los alcanzaran. Pero corrimos por la calle Montera para alcanzar el avión con nuestras mochilas a cuestas. Una prostituta gritó que nunca había visto a nadie con tanta prisa por follar y sus compañeras se doblaron de la risa. Los chinos acuclillados que vendían sopa también se rieron. Nos desplomamos en nuestros asientos y vimos los primeros rayos del sol chispear sobre los techos de lámina de los hangares. Cuando el capitán anunció que estaríamos en Roma en dos horas y media, me besaste. Tu lengua se volvió feroz en mi boca. 

    La Placa del Pacífico se mueve en dirección oeste-noroeste; los volcanes hawaianos se mueven junto con ella y se alejan del punto caliente donde se originaron. De tal forma que los volcanes más jóvenes están situados en la parte este del archipiélago hawaiano, y los más viejos, al oeste. 

    Las hormigas se comerán… dijiste y tus palabras quedaron suspendidas en el anfiteatro del Coliseo. Y yo te sonreí y completé: a Roma, está dicho. Entonces me atrajiste a ti, pusiste una mano en mi cara y metiste la otra bajo mi vestido. Las palabras de Julio Cortázar nos hechizaban siempre, nos recordaban nuestros primeros años juntos, cuando nos leíamos sus cuentos en voz alta. Pero esa noche, cuando nos sentamos en los escalones de la Fontana di Trevi para ver Ladri di biciclette, el efecto ya había pasado. La luz de la pantalla improvisada se escurría sobre Neptuno y sus tritones y se arremolinaba en el agua de la fuente. Tú te acostaste y pusiste tu cabeza sobre mi regazo. No podía ver tu cara, pero tu respiración lenta me hizo pensar que te habías dormido. Bruno acababa de rescatar el sombrero de su padre después de que la muchedumbre se lo tiró de la cabeza cuando sentí algo húmedo en mi muslo. No miré. Me convencí de que era saliva, tú nunca llorabas. Cuando la embestida al fin llegó, un día muy lejos de Roma, me dijiste que habían sido lágrimas. 

    El volcán submarino Lō‘ihi está justo encima del punto caliente hawaiano y es el volcán más nuevo de la cadena de montes submarinos Hawái-Emperador. Sus erupciones son llamadas almohadillas, bolas de lava del tamaño de autobuses, y continuarán aproximadamente 200,000 años hasta que la lava alcance la superficie del océano. 

    Nunca voy a olvidar que en 2006 dos boletos de primera clase de Roma a Florencia costaban ciento ocho euros. Centootto, dijo el boletero cuando nos encontró en el gusano plástico que conecta a un vagón con el siguiente. Cuando le entregué ochenta euros dijo ¡No! ¡Cento otto! y escribió 108 en la parte de atrás de su libreta. Tú le trataste de explicar que queríamos ir a Perugia y le enseñaste nuestros boletos de segunda clase, pero él empezó a hablar muy rápido y la cara se le puso roja. Le di el dinero antes de que las cosas se pusieran peor. Lo maldijiste cuando se fue y seguiste maldiciéndolo. Empezaste con hijo de puta, seguiste con pendejo y al final sólo repetiste estúpido una y otra vez. En algún punto los insultos parecían no estar dirigidos hacia él sino a ti mismo. 

    El Mauna Loa y el Kīlauea son volcanes vecinos con interacciones complejas. Aunque tienen cámaras de magma independientes, cuando el Mauna Loa tuvo gran actividad volcánica de 1934 a 1952, el Kīlauea estuvo inactivo; y de 1952 a 1974, sucedió lo opuesto. 

    Te sentaste frente a mí en el cibercafé de Perugia. ¿Qué decía mi cara de mí mientras le escribía a Amaya? ¿Coincidía con las palabras que le mandé? Seis meses después, cuando llegó tu embestida y cortamos definitivamente, me dijiste que, en prepa, cuando nos hicimos novios, te había contado que mi contraseña del mail era la primera cosa que me preguntaste al conocernos: Crees_En_El_y2k? A mí se me había olvidado y nunca me preocupé por cambiarla. Tu cara estuvo sombría el resto de la tarde. Nada la iluminó, ni siquiera los rizos dorados de catorce quilates de Cristo de la Cattedrale di San Lorenzo, ni los arcos etruscos, ni los palimpsestos medievales, ni el zumbido de los trigales. Nada. 

    Durante los últimos 250,000 años, las erupciones del Mauna Kea han disminuido y ahora su cráter está cubierto por un caparazón de lava. Al medirlo desde su base oceánica, el Mauna Kea es dos veces más alto que el Monte Everest, siendo así la montaña más alta del mundo. Diversos estudios indican que el Mauna Kea dejará su inactividad pronto y hará erupción de nuevo. 

    No nos volvimos a enamorar en Venecia. No compartimos un sándwich de prosciutto sentados en los escalones de la Piazza San Marco. No nos tomamos de la mano y contemplamos el domo de la Basilica di Santa Maria della Salute en completo asombro. No cantamos ‘O sole mio a bordo del water taxi, ni pretendimos que era una góndola. No bromeamos con que, si tuviéramos un niño, se parecería un poco a Tadzio de Muerte en Venecia— tus ojos azules, mi sonrisa de sinvergüenza, nuestro pelo rizado. No hablamos de la respuesta de Amaya a mi mail. No abrimos los ojos al coger en ese hostal con sábanas sucias. 

    ‘A‘ā es un tipo de lava que se caracteriza por su superficie áspera formada por bloques afilados de lava llamados clinker. Los bloques de clinker bajan las escarpadas laderas volcánicas transportados por una lava viscosa y veloz. Por su textura, la lava ‘A‘ā siempre se ve luminosa en las fotografías satelitales. ‘A‘ā es el nombre polinesio de Sirius, la estrella más brillante. 

    Fumamos una mota hidropónica que hizo que Berlín brillara aún más. El biergarten donde cenamos tenía un arenero que me hizo pensar en cangrejos. ¿Sabes cómo diferenciar a los cangrejos mexicanos de los demás cangrejos cuando los pones en Berlín?, te pregunté. Y cuando contestaste que no, te dije que los cangrejos mexicanos serían los únicos que en lugar de visitar los tantísimos museos se dedicarían a hurgar en todos los agujeros hasta encontrar la mejor mota. Todavía estábamos riéndonos a carcajadas cuando entramos al edificio abandonado que un colectivo de artistas había convertido en galería. Las paredes habían sido derribadas y había salones repletos de escritorios de formaica y archiveros color crema de la era soviética. Nos tomamos de la mano y subimos varios pisos. Pasamos un elevador roto convertido en altar budista y seguimos subiendo. En algún punto, las escaleras se empezaron a volver cada vez más estrechas y supe que pronto no habría espacio para que subiéramos juntos. Las escaleras duraron horas. Despertamos enredados y desnudos en nuestra cama de hostal, todas las otras camas estaban vacías y nos habíamos perdido el desayuno. 

    Pāhoehoe es la palabra polinesia para intacto. También es el nombre de un tipo de lava con una superficie lisa. En su interior corre lava líquida que se mueve a toda velocidad, esto causa que se mueva en ondas y que tenga formas extravagantes. La lava Pāhoehoe no refleja la luz solar, siempre aparece como espacio vacío en las imágenes satelitales. 

    La tienda de campaña que compramos en Ámsterdam era negra. Un tipo chileno nos la vendió por diez euros en la estación de autobús. El campamento costaba tres euros al día y tenía regaderas, cocina y espacios designados para hacer fogatas. Dormíamos durante el día y en la noche 56 fumábamos junto al fuego y tomábamos el trolebús a la ciudad. Nos sentamos en puentes de madera, puentes de piedra, puentes de hierro y dejamos que nuestros pies colgaran sobre el agua negra. Dijiste que la mota hidropónica se movía como una pelota de pinball en tu cabeza. En la mía también. Un resorte pequeñito hacía que recobrara velocidad y que rebotara como un demonio demente que iluminaba mis recuerdos y revertía el tiempo. Carne de caballo. Vino blanco en el heurigen. El Museo de la Tortura Sexual. La casa de Kafka. El golem. Strippers checas deslizándose como pingüinos sobre una pasarela cubierta de crema de afeitar. Un soplador de vidrio en el festival medieval de Perugia. Gatos moteados en el Coliseo. Gazpacho. El tap-um-tap de los pies de las bailaoras en una plataforma de madera. Reencontrarnos en el aeropuerto. Despedirnos en el aeropuerto. Brindar por tu semestre de intercambio. Rescatar cortinas de terciopelo verde de la basura. Quemar un lomo de cerdo. Escoger los nombres de los perros que queríamos tener. Acabar otra vez en la cama. Escucharte decir te amo. ¿Me perdonas? ¿Cómo has estado? Quiero cortar. Quiero pasar mi vida contigo. Te amo. Ponte arriba de mí. Hay que hacerlo otra vez. ¿Quieres salir conmigo? ¿Cómo te llamas? ¿Crees en el y2k? 

    Kohala es el más viejo de los cinco volcanes que conforman la isla de Hawái y se encuentra en etapa erosional. Kohala eventualmente se hundirá y formará parte de la corteza oceánica, arrecifes de coral crecerán sobre su superficie y se convertirá en un atolón, es decir, en un esqueleto de volcán. Es casi definitivo que el colapso de Kohala provocará un mega-tsunami. 

    Bruselas estuvo horrible. Era la última parada antes de Londres. No teníamos bolsas de dormir. No había servicio de toallas en el campamento. Tampoco regaderas, ni lavadoras. Extendimos nuestra ropa sucia y dormimos sobre ella. Cuando despertamos, la ropa se había esparcido como islas a la deriva. Fire to Fire, Dust to Dust: The Geological History of the Hawaiian Archipelago fue el único libro que me llevé a Europa, según yo para apantallar a mis futuros compañeros y que no se preguntaran qué hacía una mujer estudiando Ingeniería Geológica. En esos treinta y tantos días de viaje lo leí de principio a fin varias veces. Cuando peleábamos lo usaba como si fuera el I Ching. Te pregunté si sabías cómo se formaban los archipiélagos. Dijiste que sí y nos quedamos callados. 

    En el siglo diecinueve, el atolón Kure se llamó isla Kure. Los arrecifes que lo rodean han causado decenas de naufragios y durante las dos guerras mundiales fue usado como punto estratégico militar. Hoy, sus únicos visitantes son pájaros muertos que aparecen en sus playas con encendedores de plástico en el estómago. Conforme Kure se mueva hacia el noroeste por el movimiento de la Placa del Pacífico, el agua se volverá cada vez más fría y sus arrecifes de coral morirán. Su cono volcánico se erosionará hasta terminar bajo el agua. 

    Nos peleamos sin motivo en la estación de trenes de Londres. En realidad, fue una pelea estratégica. Yo me quedé con Amaya y tú te fuiste a un hostal. Saqué la bolsita de papel, seguí las instrucciones de Amaya e inauguré una semana de sangre, náusea y cólicos como hojas de afeitar: las consecuencias de no haber tomado esa misma decisión durante las primeras 48 horas. 

    Meiji —el volcán más viejo de la Cadena de montes submarinos Hawái-Emperador— eventualmente será subducido bajo la fosa oceánica. 123 de las 129 islas volcánicas creadas hasta ahora por el punto caliente hawaiano han sucumbido al ajuste isostático: están extintas o bajo el agua. 

    Nos reencontramos en Manchester. No me preguntaste por qué estaba tan pálida o por qué no quise escalar los 58 cuatro kilómetros al monasterio medieval que querías ver o por qué no podía tomar alcohol o por qué, cuando hablábamos, te veía a los labios en lugar de a los ojos o por qué sólo dejé que me cogieras por el culo. No me preguntaste. Ya sabías por qué.

     


    Olivia Teroba. (Tlaxcala, 1988). Es escritora. Su primer libro, Un lugar seguro, un híbrido entre ensayo y autobografía feminista, fue editado por Paraíso Perdido, donde también se publicó Respirar bajo el agua, volumen de cuentos con mujeres como protagonistas. Pequeñas manifestaciones de luz, conformado por ficciones que exploran las repercusiones íntimas de la violencia social, publicado por Dharma Books, es su libro más reciente. Editó la antología Los cuerpos que habitamos. Ficción y no ficción sobre nuestro derecho a decidir, publicada por Editorial An-Alfa-Beta y la UANL en 2021.

    Úrsula Fuentesberain. (Celaya, Guanajuato, 1982). Es narradora y periodista independiente. Autora del libro de cuentos Esa membrana fortísima (FETA, 2014). Ha participado en doce antologías de narrativa y ejerce el periodismo desde hace dieciséis años. Sus textos han aparecido en medios impresos y digitales de México, Estados Unidos, Colombia y Perú. Ha sido becaria Fulbright, así como del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas. El cuento incluido en la antología Los cuerpos que habitamos. Ficción y no ficción sobre nuestro derecho a decidir apareció en la revista Vida Colombia en 2019.

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