Los lenguajes prestados

Muestra de poemas de alumnxs del taller de Iveth Luna Flores.

 

 

Me parece que hay miradas que forjamos desde la infancia y poco a poco vamos olvidando. Aquellos primeros hallazgos, la altura de nuestros padres y la cercanía con que sentíamos a nuestras madres, siguen encarnados en nosotrxs, se vuelven lenguajes. En mis talleres de poesía me gusta que exploremos, a través de ejercicios de memoria y de imitación, esas miradas primigenias. Recordar lo que vimos, escuchamos y sentimos para hacer más consciente de qué lenguajes estamos hechxs. Saber que podemos tomar prestadas las palabras de nuestro pasado y aprender a enunciar las del presente. La muestra que presento a continuación son algunos de los poemas que escribieron lxs poetxs de uno de mis grupos. Cada unx con su registro, su territorio, su memoria y su sensibilidad, creó un imaginario único que trajo a su poema. Espero que les guste. 

 

Iveth Luna Flores

 

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Sueños de sal

Day Cuervo

 

Mis veranos favoritos son 

en los que hay días de playa

y sueños de sal,

la arena esponjosa, 

casas de palma, 

y la pesca del día

(saca sus entrañas,

y quita las espinas)

 

Recién cumplí ocho años,

los adultos creen que soy

solo una niña pequeña

con ojos bonitos  

(entiendo lo que ellos no)

 

Mamá sale con un hombre mayor, 

no por amor, sino por ayuda

(en el tarot,

el caballero de espadas,

anuncia su llegada)

Abuelo se marchó 

como el padre que no conocí

aún​ culpo a mis estrellas

(sueños de sal,

los fantasmas no llaman

ni cruzan fronteras)

 

El agua es profunda

(escucha con atención)

el sonido del mar,

(una canción de cuna, 

un cuerpo de arena)

hace dos lunas

liberé una tortuga

 

Abuela llora por las noches, 

abraza su almohada 

y platica con Dios

(testigo ocular de paisajes

lejanos)

Mi tía se volvió azul

desde que su barriga 

se partió en dos, 

la maternidad

no era lo que esperaba

(en el tarot, 

el ahorcado habla sobre

la fuerza interior) 

 

Las olas, monstruos gigantes

(devoran y escupen)

en ellas perdí a mi mejor amiga

Tristeza, desolación, abandono 

todas palabras muy grandes

para una niña

 

El verano acaba,

empaca tus cosas

(sueños de sal, 

¿a dónde vas?

si los cuervos no migran)

 

(en el tarot, 

la torre se rompe, 

nos llenan sus ruinas)

 

Day Cuervo (ella) nació en el mar en 1997. Escribujante de sentires. 

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Inicios del amigo imaginario

Angeles Eunice 

 

Todos los días en el recreo

corro a esconderme 

al corazón de la escuela,

es un hueco profundo 

con suelo de hojas muertas,

en su centro hay un árbol

y del árbol cuelga un columpio

con brazos de cuerdas flojas

y asiento de madera.

 

Todos los días en el recreo

repito una dos tres veces

la advertencia de madre:

los amigos no existen 

el amor es la familia.

Y corro a esconderme

al corazón de la escuela

para no caer rendida

ante la risa de otros niños

estatuas y bebe-leches. 

 

Yo sé que los amigos existen

lo descubrí en el salón

cuando dos niñas

se lanzaban notitas

acariciando sus secretos

con los ojos,

también sé que no todo

lo que existe es bueno

y que madre sabe 

qué es mejor para mí.

 

Por eso me quedo en el hueco

esto que llamo corazón

es un pedacito de misterio,

en cada espacio sin

primos ni hermanos

escarbo lugares

para huir de los amigos.

 

Corro al corazón de la escuela

y en él juego sola, me pregunto

qué cosas le hicieron

los amigos a madre.

También me pregunto

quién colgó el columpio

en este árbol oculto

donde el aire no se asoma

¿vinieron otros niños aquí?

¿también estaban solos como el árbol?

 

Quién colgó el columpio,

eso no lo sé, pero

seguro pensó en

los que somos solos

los que no son si no es

en familia,

con culpa le quiero 

y guardaremos un secreto,

que no se entere madre

que con él hablo, 

y que él es

mi mejor amigo.

 

Angeles Eunice (Monterrey, 2000). Soy actriz de vez en cuando, barista de medio tiempo, cuentacuentos, co-jugadora para el desarrollo de infancias en espacios artísticos y multidisciplinarios, a veces escribo y canto.

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Olor a sopa

Mariana Luna Domínguez

 

A medio día 

el olor a sopa se impregnaba en mi memoria 

y el amor de abuela se transformaba 

en fluidos y almidones. 

¿Se puede saborear un recuerdo?

 

Letra, munición, codito. 

No 

Desde la cocina  

se quema en cada fogón 

la intención de salvaguardar conocimientos

y llena de líquido mi tazón de curiosidad. 

¿Se puede masticar el deseo?

 

Fideo, tallarín, espagueti.

 

Disfruto el sorber en cada cucharada 

la sensación de libertad  

y calentar en cada soplido 

la idea de un hogar 

en la que no se evapora la ternura 

y se enfríe el cariño.

 

Abuela,

enséñame a preservar sueños 

en ollas con caldos suculentos 

y recuerdos comestibles. 

 

Mariana Luna Domínguez (Ciudad de México, 1996) nutrióloga de profesión, amante del pan dulce y las historias en torno a los alimentos.

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Otoño

Diego Reyes

 

tú, amor mío

que has vivido siempre en primavera

con esos ojos que no conocen el frío

en donde el sol nunca descansa

y la noche dura sólo un instante,

temo decirte

que nos enamoramos de las hojas 

que adornaban nuestro tronco

pero no contábamos con el otoño,

seguimos engañándonos

recogiendo las hojas secas del piso

y la única certeza que aún me queda

es que las hojas que me restan

no tardarán en volver a caer.

 

Diego Reyes (CMDX, 1985). Fundador de @Hallazgos.Editorial, un espacio para la difusión de literatura contemporánea. Lector de tiempo completo y comunicólogo por supervivencia. A veces escribo poesía.

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La náusea no es polizón

Renata Uribe Sánchez

 

Sufro el vértigo de sacudimientos aéreos,

atravesar las nubes 

como una bocanada

de aire blanco 

de maleza eólica

Tu presencia rebasa 

la náusea que me hostiga en cada vuelo,

tomas mi mano

y mientras las toberas 

despojan raudales de viento

en energía,

me sostienes

Lees con la derecha

pero apenas si puedes pasar de página 

con dos manos atadas en mi vendaval,

Y por primera vez 

la náusea no es polizón 

en las alas del avión,

voy sentada en el aire

plácida 

y mi miedo está en ti.

 

Renata Uribe es Ingeniera en Ciencia de Datos y Matemáticas. En 2022 fue ganadora del concurso de ensayos sobre Elena Poniatowska del ITESM. Es parte de la Antología Liminales II de Casa Futura Ediciones. Sus cuentos, ensayos y reseñas literarias han sido publicados en revistas como Espejo Humeante, Este País y en la Revista Campus Cultural del Tec de Monterrey.

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Memoria

Cristina Underwood

 

Siempre quise ser más esbelta,

tener la nariz pequeña y

un cabello fácil de peinar.

 

Tener más amigos,

mejores calificaciones,

entender al mundo.

 

Deseaba eliminar el miedo,

entrar a casa sin malestar,

sin aquel ruido estridente

de mis entrañas, 

sin el vértigo 

del miedo,

sin el sudor en mis 

manos y mi espalda.

 

Quería alzar la mirada,

y encontrar a mamá

sin la rabia acumulada

ni el odio animal,

cambiar el humo del cigarro

que salía entre sus dientes

por una sonrisa.

 

Poder confiar en ella,

abrazarla y decirle

que yo no era papá,

que no era mi culpa

heredar su miopía 

y su paso lento.

 

Quería sentir una caricia,

silenciar su repulsión.

 

Cuánto pavor

le tuve.

Cuánto pavor

le tengo.

 

Cristina Underwood (Santiago de Querétaro, 1991) Comunicóloga y escritora. @anaunderwood

 

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Tapanco

Paula S. Miranda

 

Tres hermanas, tres verdades,

el tapanco de nuestra casa rentada

llena de armarios negros y fantasmas; 

el rincón más remoto e inexplorado

fue el que escogimos como refugio 

porque los adultos no cabían parados

y les daba flojera arrastrarse por la alfombra.

Guardábamos muñecas y disfraces, 

paquetes de galletas, juguitos y un montón de inocencia;

todo lo que en el barullo de la noche no valía nada.

 

El primer piso, un campo minado;

había que caminar de puntitas para no detonar

las bombas de tiempo que mamá enterró

en sus más profundas heridas curadas

con vodka, polvos mágicos y

botellas estallando contra la pared.

A veces crecían flores hermosas en el silencio

que invadía el espacio tras la explosión, 

otras, nos tocaba recoger los restos de nosotras mismas entre el escombro

de vidrio roto y olor a adrenalina.

 

Sabíamos que la perplejidad se derretía

en el mundo fantástico del tapanco;

que juntas éramos invencibles;

que papá regresaría de su viaje

y no todas las noches serían de caos.

Porque conocíamos el otro lado de mamá,

un paisaje al amanecer,

la más tierna paleta de colores,

un álbum de risas y canciones de amor.

La esencia de una casa medio feliz y

una familia que no sabe más que cojear. 

 

Paula S. Miranda (CDMX, 1996) Actriz, emprendedora y fanática de las letras. No soy escritora, y aunque hace mucho que no actúo, me encanta el cine y siempre estoy abierta a proyectos que me prendan. Hoy me encuentro viviendo en Pittsburgh, trabajando en desarrollar un negocio propio. Lo que más me gusta hacer en mis ratos libres es escribir y tomar fotos. 

 

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