Víctor Ramírez
Róbalo, amárralo, pégale, goza su dolor…
muérdelo, lastímalo, castígalo, comparte su pasión.
Agárralo, desgárralo, azótalo, sufre el corazón…
cálmate, tócalo, mímalo, una canción de amor.
Alfredo Díaz Ordaz, en “Un pacto entre los dos”, interpretada por Thalía, 1990.
Óxido silvestre es la primera publicación del poeta Jesús de la Garza, es un libro editado por Cuadrivio, a partir de la Convocatoria Regional de Obras y Autores del Programa de Coediciones 2018, impulsada por el Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noreste. Consta de cinco partes: “Incitación”, “On the other side”, “Para un pintor de noche”, “Composiciones y lamentos” y “Ejecución”.
El óxido, según el DRAE es una “Capa, de diversos colores, que se forma en la superficie de los metales por oxidación, como el orín (óxido rojizo que se forma en la superficie del hierro por la acción del aire húmedo)”. Y, bueno, Silvestre es un adjetivo “dicho de una planta: criada naturalmente y sin cultivo”. A partir de la isotopía, de la redundancia de estos dos elementos, encontramos que hay partes constitutivas que se tocan y tejen puentes indisociables que serán el tramado que sostiene las cinco partes del poemario, y de alguna manera, delimita el terreno del juego interpretativo que supone la lectura de Óxido silvestre.
Pues bien, a lo largo de 58 páginas experimentamos una de las tradiciones poéticas que se ha desarrollado en la poesía mexicana: la letanía. Esta deprecación, este ruego, esta súplica ferviente hacia el objeto del deseo, inicia el juego interpretativo entre tres elementos que en comunión y, según el filósofo alemán Martin Buber: el ser humano experimenta una duplicidad al pronunciar una palabra básica compuesta por el par Yo-Tú, y otra palabra básica que es el par Yo-Ello. Es decir, “quien dice una palabra básica entra en esa palabra y se instala en ella”, “experimenta lo que está en las cosas” (Buber, 2005: 11-13).
Explico la idea anterior: el Yo implica el yo poético del texto que nos reúne, el Tú implica el objeto del deseo y el Ello el libro, el poema, el verso, la palabra, todo unido a partir de la ausencia: la experiencia del tú en la lejanía (Buber, 2005: 16); de tal manera que, en la parte titulada “Incitación”, en el poema “Discurso del enfermo” leemos:
esta noche la oscuridad
…
que me obliga a decir tu nombre
tu nombre de celofán ridículo de dulce añejo
tu nombre de tela de hielo
tu nombre de fantasma carnal de compañía
tu nombre de paga y desaparición
tu nombre a veces
tu nombre incierto
tu nombre de restos de cristal
tu nombre de vidrio manchado por el fuego
tu nombre de ciudad desierta y en ruinas
En este fragmento vemos cómo desde la ausencia, desde el hastío de la repetición, construimos un afán de materializar el pensamiento y asir el objeto que habita la lejanía para: “cuando amanezca / … el reloj te pronunciará / y te hará real / como todo lo que es tangible / como todo lo que se dice mil veces”.
Más adelante, en la parte titulada “On the other side”, surge la cuestión de cómo las palabras, en Óxido silvestre, pueden hacer diversas cosas y no otras, y aquí me refiero a la extrañeza, a la desautomatización, a la desacralización de palabras-institución que hemos aprehendido y que aquí des-aprendemos y entonces la extrañeza inunda el significado de cada palabra:
una escuela moribunda/ maestros de lodo y el patíbulo/ himnos nacionales de voces rotas/ capillas blancas/ habitadas por estatuas
cruces de varillas con residuos de cemento/ mujeres caníbal/ educación diferenciada por dictamen divino/ lenguas abiertas/ lenguas estiradas/ lenguas cansadas/ lenguas muertas/ lenguas carcomidas
Con todo y que nos desvíen de la lógica lingüística no se rompe el hilo conductor, ni la trama oxidada donde reposan los versos a la espera de la exclusión de significados situados ante nosotros. Estamos ante un ejercicio de libertad, o como dijera Umberto Eco (1993) “estamos ante un texto abierto” (pp. 83-84) porque hay armonía entre el diseño textual y la cooperación del lector, y aunque se generen diferentes interpretaciones unas repercuten sobre las otras y no se excluyen, por el contrario, hay una consustanciación que refuerza el aparato interpretativo.
En el apartado “Para un pintor de noche” confirmamos nuestras sospechas:
un día/ las estrellas de tus cuadros/ inventarán su propio idioma/ …
escribiremos/ por ejemplo/ que tres destellos cortos y uno largo/ deben de interpretarse como un grito descarnado/ o que el azul es interrogativo/ y el rojo exclamación
Es emocionante cómo los versos nos guían y, de vez en cuando, nos dan la razón y eso nos acerca al Yo poético y a las cosas: nos instalamos en el tramado y ahora somos parte del juego.
Y cuando en plenitud somos el juego, llegamos a “Composiciones y lamentos”. Y otra vez la letanía, el Tú que pone en jaque la poca cercanía que habíamos conquistado, nos rompe en tres (Yo-Tú-Ello), y leemos “Composición imperial”:
tu inexplicable pasión
por las estatuas mudas
…
tu constante flagelo
sobre lo verdaderamente inútil
…
tu distanciamiento forzado
por el conflicto de las nubes
tu máscara de alquitrán
para aparentar fortaleza
tu venda en los ojos
mojada con líquido del cielo
tus ojos apabullados
por el amor puesto a secar
…
tu transformación dolorosa
como un río sedentario
…
tu cerebro de niño
contaminado por la penitencia
tu sueño austero
con nosotros vueltos claveles
A partir de este momento, el tramado de óxido nos lleva por un camino donde avanzamos sin apenas leer, una lectura pequeña, íntima, que nos regresa a un verso, a una palabra, nos sitúa en el momento antes de la explosión del big-bang, el momento donde el tiempo se ha concentrado de tal manera que pareciera eterno, y, por lo tanto, la repetición se repite, y se repite, se repite hasta solazarnos en el hartazgo de los versos que nos han cautivado:
tu último cuerpo/ es una canción griega/ sobre un barco que se despide de la costa/ el tequila y otros líquidos/ escapan por el ojo de un cangrejo
se escurre la memoria platinada/ tu alma agua dulce/ tararea un bolero/ mientras cruza una puerta de carnaval
una trompeta muda/ observa a la distancia/ tu espalda/ cada vez más pequeña
Este regresar y repetir un verso, una palabra, nos hace más activos, más partícipes y también nos ofrece la posibilidad, según Buber, “de quitar y romper hasta que se ha hecho de la unidad una pluralidad” a partir de la catacresis, figura retórica que ocurre a partir de desgastar un tropo, de marchitarlo hasta que pierda el efecto estético; pero el verso no muere, se transforma, y en una segunda lectura sigue ahí: terco y con un significado acaso nuevo.
Cierro con el poema “Juicio” que está en la última parte titulada “Ejecución”:
¡la justicia es
un balde de agua helada!
hermano
hermanísimo:
vamos a morir1
tómame de la mano
como cuando no éramos nada
como cuando queríamos ser
dos crisantemos
a punto de secarse
1.salimos de nuestros cuerpos
cuando vimos a esa mujer abrir los ojos
y perforarnos los pulmones
En fin, leer Óxido silvestre nos da la posibilidad de contemplar, según Martin Buber, el origen del arte, porque ante nosotros se expone una forma, y a través de esta forma, el poema, podemos llegar a convertirnos en la obra misma, porque la obra surge de nuestra alma que reclama una fuerza operante que origina un acto esencial del ser humano, es decir, decimos las palabras primordiales Yo-Tú-Ello, y así, brota la fuerza operante, la palabra se origina y pasa que la obra manda: si no la sirvo, si no la interpreto con libertad, entonces, o se quiebra ella o me quiebra a mí.
Título: Oxido silvestre
Autor: Jesús de la Garza
Edita: Cuadrivio
Año: 2018
Víctor Ramírez. Es licenciado en Letras Hispánicas por la UANL, donde también ha sido docente universitario y corrector de estilo. Actualmente es editor independiente.
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