Una huella luminosa: poética de Minerva Margarita Villarreal

María Fernanda Martínez

 

Los milagros existen, ocurren en la poesía. Lo digo con la seguridad de quien sabe que todo puede ponerse en duda: la existencia de Dios, la cotidianidad de la vida, la forma en que vemos las cosas, pero nunca la agitación que deja el poema en quien lo lee y ha sido verdaderamente alcanzado por él. Herida luminosa es un poemario de Minerva Margarita Villarreal publicado en el 2008, y por el título, cuando lo leí, pensé en la antología de poesía internacional de Czeslaw Milosz Un libro de cosas luminosas de la colección de poesía El Oro de los Tigres. En el primer ensayo que aparece en el primer apartado se lee lo siguiente: “La epifanía es un develamiento de la realidad. Lo que en Grecia fue llamado epiphaneia significaba la aparición…” (Milosz, 2009, pág. 14). Y es así que en la lectura se nos aparece la divinidad en el lenguaje, se materializa en sensaciones, aromas, colores: “La epifanía también puede significar un momento privilegiado en nuestra vida entre las cosas de este mundo, las cuales, de pronto, revelan algo que no habíamos observado hasta ahora; y ese algo es como descubrir su misterioso lado oculto” (Milosz, 2009, pág. 15).

Observar algo que no habíamos observado o, tal vez, observar a través de los ojos del poeta, con esa mirada prestada pues nuestros ojos no ven así y el poeta nos la comparte. La poesía nos convida; en el milagro y la epifanía, nos encontramos unas veces con el otro, y otras tantas con nosotros mismos. Así, en la obra poética de Minerva Margarita Villarreal nos encontramos con el erotismo, la muerte, el amor, la violencia, con santa Teresa de Jesús o los clásicos. La poeta nos presta su mirada.

Paisaje y violencia

Pienso en Vike: un animal dentro de mí (An.alfa.beta. 2017), en esos poemas que nos dibujan un paisaje árido, seco, inclemente y violento. Y, ahora que he mencionado el paisaje, apunto los poemas que abren y cierran el libro, poemas que recuerdan al haiku:

El árbol resplandece
mientras un viento fresco
pasa entre sus ramas.

(2017: 9).

Cae la lluvia entre a bruma

Camino de regreso:

Frío es el viento

La lluvia cae

(2017: 57).

Estos poemas me remiten, nuevamente, al inicio de Herida luminosa: “En la sonoridad de este árbol a mitad de la lluvia”. Veo entonces que la poética de Minerva Margarita se nutre de elementos recurrentes: la lluvia como elemento que limpia, renueva; el viento como hálito; el árbol como cuerpo. Este último es evidente en la prosopopeya de un poema de Vike:

Sin que nadie lo viera
llegó a plantarse en mi jardín
con el tronco erguido
el pelo lacio
sus pies de tierra se transformaron en raíces
sus brazos se hicieron ramas
(…)

Yo vi sus ojos
y me alcanzó el susurro de su canto
su mirada perdida más allá del cierlo
(…)

En sus labios mi vida es el mundo
(…)
Sentada bajo su sombra
dejo que me acaricien sus manos
y roce mi cuello con sus uñas
A este árbol malo
lo quiero para mí

(2008: 24-25)

El árbol como cuerpo del otro, del padre, monumento y presencia. Cito un fragmento de un poema de Las maneras del agua, “Siempre he dicho que ese árbol es Cristo/ desnudo sobre una pila de ceniza/ llamándome desde la cruz del valle/ que enmarca mi ventana” (2016:78). Pero sobre estos elementos de su poética volveré más tarde. Por lo pronto, me centraré en Vike. En este poemario, la poeta ilustra con el pincel de la palabra un paisaje de la violencia. ¿Qué hacemos con esto? ¿Qué reacción podemos tener cuando la poesía nos dibuja algo violento? Sin duda, un sacudimiento e incomodidad. El primer poema con el que nos recibe Minerva y que cité al inicio, nos posiciona ante un aliento que escapa entre el follaje, atestiguando la historia de Virginia, Vike.

La voz poética nos presenta un imaginario de un paisaje árido que sin duda me recuerda a dos cosas: Minerva en Higuera y a Juan Rulfo. El espacio del poema es rural, hay tierra que labrar, animales que pacen, está trastocado por las ausencias y los abusos como en la obra de Rulfo. En alguna ocasión, durante la sobremesa, comentaba esto con Minerva; el guiño más claro a la literatura rulfiana es, para mí, el caballo:

El caballo de mi padre volvió a perderse
se lo había llevado el viento
o lo habían desaparecido

Mi padre aguarda
sin voltear a otro norte que la sierra

Sólo se mueven las nubes
y de pronto una ráfaga
regresa al caballo
hasta la sombra donde mi padre
toma la rienda

(2017:. 37)

Este poema me llevó a pensar en la muerte de Miguel Páramo y su caballo que recorría la noche. Pero de vuelta a Vike y su espacio trastocado: la poeta nos ha dado su mirada y su voz para conocer la historia de Vike que es la historia de todas; en este poema se canta la vida y muerte de una mujer violentada, reducida a nada:

Una luz
me despertó de golpe
una luz en medio de la cama
pero nadie me oía
Yo gritaba pero nadie me oía
como si fuera un sueño
entre las fieras
nadie me oía
Me hicieron morder polvo
me dejaron sangrando

Hecha escombro:

Nada

(2017: 20)

Huérfana de madre, murió al dar a luz, Vike fue dejada a la intemperie; así, este poemario tiene más de una protagonista: la naturaleza encarna una doble participación: protagonista y testigo.

Bajo el sol inclemente
pasé hambre y miseria
así arreara cabritos
y vendiera zaleas
hatos de leña
palmas benditas
o cirios pascuales en la iglesia

Mamá murió de parto
papá me crio
me hizo ver la estrella
que guarda el pozo del aljibe:

Sus filos despuntan cuando llega la noche

(2017: 21).

El día con el sol que no da tregua, el viento como fuego y otras como aliento, la labor que no cesa y tampoco basta. La noche, con la estrella de testigo, cubre con su manto el abuso del padre:

De golpe lo sentía
tapándome la boca
y que no despertaran mis hermanos
que nadie me oyera

Me hacía entre las sábanas

Yo gritaba
y mi voz se estancaba
se secaba como el agua del río
como si fuera un sueño
(2017: 22).

Vuelvo entonces al árbol, ese árbol-cuerpo, árbol-presencia que en cada poema de la amplia obra de Minerva adquiere un matiz distinto; aquí, el árbol es testigo y mausoleo de Vike:

Cuando me bajaba
papá me llevaba al monte
Estáte aquí
quieta
mientras termino de curarte
deja que te sobe
Lejos
hasta que hallábamos el árbol

Tenía que ser allí
debajo del castaño
(…)
resguardándonos del sol
detrás de ese tronco
donde nadie nos viera

(2017: 40).

Los espacios abiertos, la naturaleza, se vuelven en el poema el lugar del acto violento y, aún así, a la vista de todos, nadie ve. El abuso se ha hecho uno con la realidad: es indivisible. Pienso en el castaño, este árbol que nos recibe con calma, con un silencio apacible que, para las Vikes del día a día, no significa otra cosa que un silencio cómplice, sórdido, el resto era beber a oscuras/ los golpes del silencio. De igual manera, hay que pensar en la casa, ese espacio que en palabras de Gaston Bachelard es nuestro rincón del mundo, íntimo, nuestro primer universo; el lugar que debiéramos encontrar seguro. Pero Vike fue abusada tanto fuera como dentro de su casa; fue robada, golpeada y asesinada. A pesar del abuso que el pueblo conocía, Se dice que desvariaba por lo de su papá, la violencia ha trastocado la vida, tanto que es imperceptible:

Revolvieron la casa buscando indicios de robo
de violencia
pero nada

(2017: 27).

Sin embargo, a pesar de esta dura epifanía, porque nadie dijo que las revelaciones son exclusivamente agradables, la poeta nos permite salir del libro con un respiro. El viento, ese otro elemento recurrente en la poesía de Minerva, es aquí agente de cambio:

María Virginia González Chapa fue enterrada
a la vera del río que no es río sino un lecho desecado
donde las piedras brillan
y las espinas hieren
el cielo reverbera
y el viento hace milagros
(2017: 55).

Y el árbol que es cuerpo, que es mausoleo, es Vike Y tu cuerpo se ramifica/ Vike. Este árbol que vio la historia de Vike, deja que el viento lo atraviese, llevándose consigo aquello que la aprisionó antes.

Ese árbol cuya fronda
deja pasar al viento
es un milagro
(2017: 62).

El viento, como la palabra, se convierte en hálito de vida.

No sólo en río o en ave
la vida
en tenue viento
transformada
(2017: 64).

*

Agrego una cita más, pero ahora de su poemario Las maneras del agua, es del poema “Guiomar de Ulloa”: En tu oración el nimbo crece/ y la palabra empieza a tener trato (2016: 75). Ese nimbo sería para Minerva la luz en su poesía. La última vez que nos vimos compartimos un café en su departamento, fui para platicar con ella sobre mis planes después de egresar. Al despedirnos, le agradecí sus enseñanzas, sus consejos, su amistad si es que el atrevimiento me es permitido. Ella contestó que el cariño y aprecio era mutuo y que esperaba que el tiempo dejara crecer esas huellas, y así ha sido: Minerva Margarita falleció el 20 de noviembre del 2019, pero la visito en cada poema suyo que es una morada; todas ellas, un castillo: su poesía. Sigo visitándola como ahora, en este texto; tomamos un café y le cuento mis proyectos y su hálito me alcanza a través de la palabra. Su huella luminosa sigue creciendo.

Referencias

Milosz, C. (2009). Un libro de cosas luminosas. (Vol. I). Monterrey: Biblioteca Universitaria Capilla Alfonsina/ UANL.

Villarreal, M. M. (2016). Las maneras del agua. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Villarreal, M. M. (2017) Vike: un animal dentro de mí. Monterrey: An.alfa.beta.

Villarral, M. M. (2009) Herida luminosa. Ciudad de México: Conaculta.

 


 

María Fernanda Martínez Quintanilla. Graduada de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras, UANL. Becaria en el Festival Cultural Interfaz 2017 y del Centro de Estudios Humanísticos de la UANL 2019. Ha participado en distintos coloquios y encuentros de investigación. También ha publicado en revistas literarias y culturales. Editora, bibliotecaria y feminista en constante lucha contra su formación religiosa. Miembro del Colectivo feminista Polifonías y colaboradora en la revista digital Vocanova. Cuando logra alejarse del registro académico, escribe poesía.