[La materia no existe]
Alberto Chimal
Hace unos años, entre las celebraciones del aniversario 400 de la muerte de Cervantes, me tocó revisar las colecciones especiales de la Biblioteca de México para encontrar ediciones interesantes del Quijote y realizar un artículo al respecto. Entre muchas otras –desde ediciones escolares del siglo XIX hasta tomos de bibliófilo o ejemplares antiguos–, encontré estas dos, ambas ediciones de la misma traducción inglesa:
The History of the Ingenious Gentleman Don Quixote de la Mancha. Traducción de P. A. Motteux, ilustraciones de Adolphe Lalauze, notas de J. Gibson Lokhart. Edimburgo, John Grant, 1906.
The First Part of the Life and Achievements of the Renowned Don Quixote de la Mancha. Traducción de Peter Motteux, ilustraciones de Salvador Dalí. Nueva York, Random House, 1946.
Yo sabía de Peter Motteux sin conocerlo: hace casi 20 años, para un curso, propuse hacer una ponencia sobre traducciones del Quijote y conseguí varias, incluyendo una edición –la de la serie Wordsworth Classics– que me pareció pésima. Además de que no estaba hecha con mucho cuidado, el traductor (cuyo nombre nadie se molestó en poner en el libro) se tomaba muchísimas libertades con el texto. Por ejemplo, los yangüeses que Don Quijote se encuentra en el capítulo XV de la primera parte, y que el texto califica de “desalmados” en el encabezado del capítulo, pasaban al inglés como “bloody-minded” (sanguinarios) y “wicked” (perversos). Donde el texto en español era sobrio, la traducción quería ser jocosa y, en cambio, el humor se le volvía ridículo.
Algún tiempo después leí un libro de ensayos de Martin Amis, La guerra contra el cliché, que en general desprecia cualquier literatura que no esté escrita en inglés y que se ceba especialmente contra Cervantes. La traducción que Amis había leído era una de Tobias Smollett, del siglo XVIII; por inocente, o por tonto, se me ocurrió que a lo mejor no era que el escritor británico fuese insular, prejuicioso, anglocéntrico, sino que había leído una mala traducción. Tal vez era la que yo leí también. Pero Smollett –a quien se encuentra con facilidad en línea– hizo en realidad un trabajo bastante decoroso.
Tuve que esperar hasta este año para enterarme que el traductor misterioso de cuando yo era joven era Motteux. Como en muchos otros casos, su trabajo se sigue publicando simplemente porque está disponible y no cuesta.
Luego, una nota en una de las dos ediciones que hallé apenas resultó tener información interesante: Pierre Antoine Motteux, hugonote francés emigrado a Inglaterra, cambió allí su nombre a Peter Anthony, y resultó ser un personaje sorprendente que se dedicó al comercio, la traducción, la literatura y el periodismo. Según la Wikipedia, fundó “la primera revista inglesa”, The Gentleman’s Journal, en 1692; también allí se nos dice que escribió un poema en elogio del té y que por un tiempo tuvo una tienda donde vendía “sedas, encajes, lienzos, pinturas y objetos varios”. En una biografía suya, escrita en 1881 por Henri van Laun para acompañar otra edición de su Quijote, se cuenta que escribió “comedias, óperas, farsas, epílogos, prólogos y poemas” y también textos burlescos y vulgares, impropios para la moral victoriana de Van Laun; que se dedicó a las subastas y la compraventa y debía hacer esfuerzos para mantener a su familia; que murió estrangulado en una casa “de mala nota”, en circunstancias poco claras, pero en la que se encontraba por llevar una vida “licenciosa”. Otra fuente sugiere que podría haber muerto mientras practicaba la autoasfixia erótica. No había casi nada más en los archivos de la época y difícilmente lo habrá ahora.
Para algunos autores del siglo XIX, la versión del Quijote hecha por Motteux, publicada en 1712, es “la más agradable y la mejor” traducción del Quijote, “aunque un tanto demasiado libre”. Otros, sin embargo, la criticaron luego por considerar lo mismo que yo: que su tono es excesivamente jocoso y que hace cambios y adiciones injustificables a muchos pasajes de Cervantes. Motteux también tradujo del francés el Gargantúa de Rabelais, completando o al menos editando una versión previa hecha por Sir Thomas Urquhart, y también hizo un trabajo (al parecer) entre descuidado y muy libre.
Ahora debo reconocer las limitaciones y los prejuicios de Martin Amis, y recuerdo que no son solo de él sino del mundo editorial de habla inglesa con poquísimas excepciones: en otro ejemplo que se podría hacer clásico, acabo de leer una reseña gringa donde Señales que precederán al fin del mundo de Yuri Herrera resulta ser una novela de realismo mágico, que por supuesto es el único “género” que puede escribir cualquier persona nacida al sur del Río Bravo y que no viva en Nueva York. Pero si esto es un motivo de desánimo, me quedo también con una duda: ¿qué más habrá pasado en la vida de Peter Anthony Motteux, que fue individuo versátil, pluriempleado, entrón (porque tradujo al menos de dos idiomas distintos como si tal cosa) y atrapado entre los siglos XVII y XVIII? Quiero creer que no fue simplemente un hombre en apuros, un esclavo de sus incontables trabajos como somos tantos en este siglo, reducidos a correr de un lado a otro en una vida cada vez más precaria para más personas. Me gustaría pensar en él como un aventurero: un personaje menor pero de vida rica, un pícaro que seducía a todos y siempre lograba sobrevivir aunque la traducción nomás no se le diera. Tal vez algún día, si el trabajo lo permite, escribiré sobre su vida.
Alberto Chimal. (1970). Escritor, practicante y estudioso de la escritura digital. CNN México incluyó su cuenta de Twitter en una lista de las 140 mejores del país. Mantiene el sitio web: www.lashistorias. com.mx
*Esta columna se publicó originalmente en la edición 93-94 de Armas y Letras.
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