Poemas de Carlos Rutilo Aguilar

Doña Marina en el hocico del mundo

«donde cada aleteo es un reclamo
de exilio que no entiendo»

Olga Orozco

«Pertenezco a una era fugitiva
mundo
que se desploma ante mis ojos»

José Emilio Pacheco

 

¿Y a mí quién me dio a elegir entre dos mundos?
Y la Serpiente Emplumada regresó, como el murmullo de una estrella antes rota en el silencio, por el costado de nuestra madre tierra, y con la compañía de un ejército de hombres emplumados como él, y otros unidos a grandes bestias de cuatro patas: todos eran blancos y con abundantes pelos en la cara.
Tiempo atrás había huido después de ver su reflejo en la mirada de cristal que el Espejo Humeante ofreció a su hermano gemelo, y huyó horrorizado al verse viejo, y cansado como todos nosotros a quien su divinidad vio quebrada como la carne de nuestros hermanos frente al cuchillo de luna.
Cabe decir que yo soy huérfana de astros, que no aprendí a cantarle a la flor, y tampoco supe cómo pronunciar el nombre de Padre y Madre en este inmenso latido de selvas: nada de lo que soy pertenece a mi gente, no importa que desde mi ombligo brote la raíz de sangre atada al vientre de la luna, porque yo soy palabra y a las palabras pertenezco y nadie mata a las palabras, salvo el silencio que las entierra en mi lengua; aunque mi cuerpo se esparza como pétalos marchitos en el viento.
La familia que me raptó me cambió por un espejo o se deshicieron de mí como quien se deshace de un mal presagio.
La tribu de las serpientes emplumadas me enseñó a trasladar las palabras de la lengua a las manos, y el más grande de ellos, la voluntad de trazar ciudades de aire como si las palabras hincaran el diente sobre el piso de agua.
También me enseñaron la palabra de su astro caído, desplumado y con la corona de espinas en la frente, con los brazos y pies clavados en un árbol muerto; como si el sacrificio solo saciase la sed en unos cuantos tercos dispuestos a tatuar su nombre en las plumas de las aves y en las pieles del jaguar.
No habría que darle nuestra sangre, sólo rezarle al padre de ese cuerpo herido; pero, no estaba en ninguna parte, ¿era los clavos o la madera que lo sostiene como una madre abierta entre sus brazos extendidos?
Detente sombra de instantes fugitivas y dime en qué momento arrojé la boca del infierno a mis hermanos, que se desgranaron como racimos de sangre entre las plantas de mis pies…
¿De cuándo acá soy un grito de silencio entre mis hijos?


Tlacuica, tlacuica, xinula, tlacuica 

A Haydée Cantú y Ricardo Aguirre

Deja que de tu boca mane un río de estrellas muertas
donde la fúnebre mañana es tirada a tus pies
como un telón de vidrio
para que tú la levantes
con tu canto de niña
y la cuelgues en el cielo
sobre los páramos y volcanes de nuestras miradas

Tlacuica, tlacuica, xinula, tlacuica
Que las palabras vuelen de tu boca como manto de nieve sobre el río
donde un niño muere en la álgida noche
y requiere de tu canto
para alumbrar el sabor del primer caramelo de raíz entre sus labios fúnebres

Tlacuica, tlacuica, xinula, tlacuica
donde mane el murmullo de agua
como el silencio de nuestras lenguas
y deja que las palabras nos arrojen sombras de su blando peso:
Tlacuica,
                tlacuica,
                                 xinula,
                                              tlacuica
No le cantes a las flores
de pétalos marchitos
que desgranan
sobre tus manos,
y mejor iskuni
                           atl tlachinolli
                                                     atl
                                     atl
                                          ihuan iskulti cé tetl
               tetl
                                    tetl
ihuan ne nonú niki ni kunis alt tlachinolli
para que no dejes de cantar, mujer:
canta,
canta,
mujer,
canta
que una raíz de sangre
crece como una lengua niña,
niña lengua,
desde las praderas suaves
de nuestro silencio.


La línea de cristal

A Erika

Hermana, astro de risas cansadas, llevas años ordenando el mundo
como quien organiza los altares en una casa habitada por fantasmas.
Llevas años en la espera de un abrazo que nadie sabe llenar.

Cargas con el tiempo amueblado
en la espera inútil de las ilusiones empolvadas
y los huesos del corazón también se empolvan
con un dolor que aún no alcanzamos a entender.
Amenazas con descolgar la vida en la línea de cristal
que nos separa de nuestros muertos;
pero la cuerda es apenas una tira de hilos delgados,
deshechos en la ruptura de tus lágrimas.

Hermana, astro de risas cansadas, hoy sueño
que acomodas la frente en la orilla de una mano
que alumbra esta galería repleta de tinieblas.
Tal vez sea mamá zurciendo nuestras heridas.


Amatl:

palabra en náhuatl que en mi región quiere decirlo todo: la posibilidad de tener un hogar, de defenderlo o de perderlo, de quedarnos en casa o de emigrar a otras partes, de tener agua en los ríos del pueblo o dejarlo ir como granos de lluvia entre las manos. El amatl lo dice todo: de propiedad o de desalojo: de nacimiento o de muerte: de permanecer sanos frente al mundo o de vivir con los días enfermos y contados. Mis padres no saben leer el amatl y casi siempre pertenecen a la segunda categoría de todo lo malo; lo conocen, pronuncian la palabra delante de nosotros, pero no saben lo que dice: les presto mis ojos para descifrar el documento y a veces nada encontramos: sólo un laberinto de redundancias y de frases sin sentido con olor a muerto. Ellos tienen los días contados y lo saben, yo también sé que tengo los días contados, por herencia y sentencia del amatl.

 


 

Carlos Rutilo Aguilar. (Ixhuatlancillo, 1996). Fue becario del Centro de Creación Literaria UANL 2019. Perteneció al Taller Generacional de Poesía 2017-2019 impartido por el maestro Eliseo Carranza Guerra. Algunos de sus poemas aparecen en Círculo de Poesía. Revista Electrónica de Literatura, Los Demonios y Los Días, Punto de Partida de la UNAM y Deslinde.

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