Noel René Cisneros
Encontrarse con la obra de Luis Zapata (Chilpancingo, 27 de abril de 1951-Ciudad de México, 4 de noviembre de 2020) es deslumbrante, tanto por la habilidad que tiene con el sentido del humor y sus personajes, como por el admirable manejo literario que da a sus escritos. Que la hermenéutica a su obra la hagan los filólogos, yo hablaré de mi lectura y mi relación con sus libros. Aunque quisiera alcanzar la erótica del arte de la que habla Susan Sontag en su Contra la interpretación, me conformaré con contar cómo fue leerlo y lo que ha significado para mí —un cometido menos ambicioso, aunque más honesto—.
Dos libros de Luis han sido a las que he vuelto más de una vez: El vampiro de la colonia Roma (1979) y En jirones (1985). Ambas novelas me impactaron mucho y me admiraron, lo siguen haciendo. La primera por esa picaresca en la que Zapata logra construir el lenguaje confesional de Adonis, su protagonista, y el desparpajo con el que cuenta sus aventuras. En jirones porque capta la desesperación con la que Sebastián, quien escribe el diario que es la novela, ama a A. y la resignación a la que se ve orillado al vivir esa relación en una pequeña ciudad de provincia.
Ambas novelas las sentí cercanas, por supuesto, porque sus protagonistas son hombres que desean y aman otros hombres y que, como yo, son parte de la disidencia sexo-genérica. Pero mientras Adonis se mueve en un espacio donde goza de libertad, en la ciudad de México de los 1960s y los 1970s, Sebastián está encerrado en una pequeña ciudad en la que vive su sexualidad a escondidas; ninguna de esas experiencias me era desconocida cuando me acerqué a su lectura.
Crecí en un ejido del norte de México, desde muy pequeño era evidente por mis maneras que no acataba la cisheteronorma —se me notaba lo jotito, para que se me entienda— y tuve que soportar las burlas y las agresiones desde al menos los cuatro años. Desde muy pronto no sólo fui consciente de mi diferencia, si no que debía dejar el ejido porque intuía que en la ciudad —entonces la entendía como una abstracción— era un espacio de liberación, donde yo podría vivir sin que se me agrediera. Y, en efecto, apenas tuve oportunidad me lancé a la aventura. Pasé de un ejido a una ciudad de cien mil habitantes y después a una de casi un millón, en esta segunda —que comparte nombre con el estado y con una raza de perro— fue donde adquirí la suficiente confianza como para salir del closet y ahí también estudié la universidad.
Fue por esa época cuando tuve mi primer encuentro con El vampiro de la colonia Roma. Adonis me hablaba en una jerga que empezaba adquirir —la generalización del internet apenas empezaba y algunas de mis amistades de ambiente eran mayores que yo, de ahí que el slang fuera similar— y me presentaba no sólo un lugar, sino un tiempo, en los que la libertad y el deseo eran posibles. La Ciudad de México se volvió una especie de utopía de la cogedera y, años después, cuando me fui a vivir allá, pude, en cierta medida, habitar esa utopía.
en esa época me parecía la ciudad de méxico la más cachonda del mundo la que más se prestaba a coger
Luis Zapata me mostró que las propias experiencias, las peripecias del deseo y el maleable lenguaje de la jotería eran muy buenos materiales para hacer literatura. Mi existencia como hombre que acababa de asumirse como homosexual en los primeros años del siglo XXI también era una tierra fértil en la que se podía sembrar y que podía dar obras literarias dignas de tal nombre. El personaje de Adonis, sus múltiples referencias a la cultura pop, pero también cruzado de referencias a otras obras, a la picaresca, y sobre todo el desparpajo con el que narraba —que es, dirán los filólogos, la puesta al día del pícaro, ese personaje que tantos avatares ha tenido en la literatura escrita en español— me mostraban un camino. No me avergüenza confesar que muchos de mis ejercicios de escritura de aquella época fueron textos escritos en primera persona que narraban las aventuras de personas de ambiente.
La lectura de El vampiro de la colonia Roma me dio, además, una lección sobre cómo ver mi vida sexual, ya no como un motivo de vergüenza —en principio porque el catolicismo mayoritario enseña que todo lo sexual es pecaminoso y, en segunda, por mi orientación que, desde la cisheteronorma dominante, puede ser considerada también como algo negativo—. Me encontraba con una obra en la que el placer que disfrutaba era expresado en palabras y con deleite. Esa posibilidad, poner en palabras el placer me abrió nuevas puertas para entenderme y para entender cómo me relacionaba con los demás a partir de mi orientación sexual.
y entonces pensé que mi vida ya estaba completa que ya no podía pasar otra cosa que me sorprendiera ¿entiendes? me di cuenta o a lo mejor fue después de que la vida vale únicamente por los placeres que te puede dar que todo lo demás son pendejadas y que si uno no es feliz es por pendejo
La vitalidad y el disfrute de la existencia con el que narra Adonis sus milagros le sirvieron mucho a aquel muchacho de apenas veinte años que todavía estaba luchando por aceptarse.
me daba cuenta de que la única persona que iba a estar conmigo hasta el fin de mis días era yo mismo
Uno de mis amigos era un poeta de ambiente de la generación de mis padres, él, cuando le conté mi fascinación con el Vampiro de la colonia Roma, me recomendó leer En jirones, porque, según su juicio, tenía mayores méritos literarios. Quise seguir el consejo inmediatamente, pero no pude encontrar en esa ciudad del desierto aquella novela. Pasaron algunos años para que la pudiera conseguir.
Si en el Vampiro de la colonia Roma Zapata explora la libertad que ofrece una ciudad y posibilidades de encuentros que en ella se pueden tener, En jirones se muestra lo opuesto. Sebastián acaba de llegar a una pequeña ciudad del Bajío y comienza a escribir su diario, una ciudad donde se escuchan las campanas llamando a misa y los encuentros sexuales están marcados por la culpa. Ahí conoce a A., de quien se enamora y con quien entabla una relación. Sebastián no es una antípoda de Adonis, pero en ciertos aspectos es un calco negativo; a la sexualidad desenfrenada del segundo se contrapone la casi absoluta monogamia del primero, al desprendimiento con el que narra sus relaciones de pareja el segundo, el primero lo vuelve el único tema en torno al cual se habla.
Luis Zapata construye una novela sobre el rompimiento y capta en ella todo el dolor, las obsesiones que padece alguien que amando todavía tiene que afrontarlas una vez que ha sido rechazado. Las referencias a la cultura popular son parte del estilo de Zapata y aquí también aparecen, sobre todo a través de canciones de Juan Gabriel que llegan a las líneas del diario de Sebastián conforme se enfrenta al desamor. La decepción amorosa es uno de los temas que más se han explorado y, aún así, Zapata logra que quien lo lea empatice con Sebastián, con su dolor, con el rechazo al que se ve orillado en una ciudad que no es la suya y que le resulta por demás hostil.
Me asombró entonces —y me sigue asombrando, aunque ahora creo que la razón tiene que ver con la homofobia— que En jirones no fuese más leída y no se le diera el reconocimiento que merece.
La primera vez que la leí estaba en una relación que habría de durar ocho años y medio y que yo, ingenuo como era, creía que iba a durar para toda la vida. La segunda vez que la leí fue un par de meses después que terminó esa relación. Decir que me desgarró es poco, veía un reflejo de mi estado anímico y de las situaciones por las que pasaba en las páginas del diario de Sebastián. Yo también estaba deshecho, en los jirones que le dan título a la novela.
El valor de la obra de Luis Zapata va más allá de ser un escritor que pertenece a la diversidad sexo-genérica, aunque con su obra estas temáticas dejan el gueto para entrar por derecho propio a la literatura sin adjetivos. Las aventuras de un prostituto o la decepción amorosa de un homosexual ya no son sólo del interés de los mismos homosexuales, sino que, con la pluma de Zapata, han sido del interés de cualquier persona a la que le guste la literatura.
El vampiro de la colonia Roma abre con un episodio onírico en el que una mujer a risa y risa le pregunta a Adonis: ¿qué vas a hacer cuando dios se muera? Es la pregunta que Zapata lanza a quienes lo leemos: qué vas a hacer cuando las seguridades (la cisheteronorma y el cisheteropatriarcado) con las que te educaron desaparezcan, pregunta ante la cual los personajes de su obra responden viviendo sus placeres o sufriendo sus desamores.
Noel René Cisneros (Cuauhtémoc, Chihuahua, 1984) estudió Historia. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, de programa Jóvenes Creadores del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC), del Fondo Regional para la Cultura y las Artes (FORCAN) Noreste y del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Chihuahua «David Alfaro Siqueiros». Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri por Gloria Mundi (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015).
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