Dispositivo sonoro en “La Última Guerra” de Amado Nervo

Manuel Mörbius

 

El universo de Nervo cuenta con exoplanetas que orbitan fuera de las lecturas que lo encasillan y momifican dentro del estigma del personaje histórico. En la exploración de los exoplanetas de Nervo se encuentran historias que reflejan deseos y ansiedades que hacen contacto con las tecnologías que comenzaron a modificar su mundo y generaron historias y narrativas que siguen redefiniendo el nuestro. 

Devienen al contacto con la experimentación e incrustación de máquinas y conocimientos que se abren a la percepción de lo desconocido con la familiaridad de un sonido lejano que va acercándose. Es mediante un transporte literario que Nervo trajo un dispositivo de maquinación acústica que ocupa un lugar en la imaginación técnica y la sospechosa de la modernidad y sus consecuencias. 

Es en el cuento “La Última Guerra” (1906) donde Amado Nervo pone a disposición una grabación de un futuro erosionado. Es un texto que en realidad hace una inmersión desde el inicio ya que estamos “escuchando” las últimas notas de lo sucedido mediante un aparato acústico de cilindros que guardan la memoria mediante “Las vibraciones del cerebro, al pensar se comunicaban directamente a un registrador especial, que a su vez las transmitía a su destino” (2019: 4). 

La descripción del dispositivo viene como nota del autor, aunque actúa más como la nota de un traductor que permite entender una tecnología que está fuera de nuestra comprensión. Este aparato es el fonotelerradiógrafo y hace posible la comunicación en tiempos que no son los del autor, ni los de cualquier lectura a lo largo de múltiples temporalidades.

Es un dispositivo que apenas y está esbozado ahora, cien años y pico después de su mención, y pone de manifiesto un mundo escuchado por un interlocutor difuso que lleva la creación de un lenguaje que irrumpe en la acústica de la memoria guardada y amplifica lo que se puede transmitir anticipando que en la modernidad toda innovación es efímera.

El dispositivo es por sí mismo la fuente narrativa que proyecta una imagen fantasmal a diferentes dimensiones dentro y fuera del texto. La grabación se vuelve la superviviente que extrae la voz del narrador directo de las vibraciones de su mente y se las pasa a otros personajes cuya historia trágica es posible de ser contada gracias al aparato que multiplica la anécdota.

Lo siguiente que escuchamos es la historia de una rebelión. No cualquier rebelión, es la voz de otros animales no humanos, la voz transgresora de la taxonomía positivista de principios del siglo veinte donde todos los esquemas de la pirámide ponían al frente de la locomotora al sapiens acelerado por la innovación. Se narra una tangente discursiva que dota de comunidad a los animales fuera de “la dulzura del yugo”:

«Los animales no podían quejarse, por cierto: el hombre era para ellos paternal, muy más paternal de lo que lo fueron para el proletario los grandes señores después de la Revolución francesa» (2019: 4).

La comparación hace obvia la metáfora donde siempre hay un escalón más abajo en la cadena de dominación. Sin embargo, es en la falta de voz de los animales donde se amplía la actitud protectora del sapiens que toma el silencio como sinónimo de aceptación para imponerse, pero a todo poder existe una resistencia:

«Había en la falda del Ajusco, adonde llegaban los últimos barrios de la ciudad, un gimnasio para mamíferos, en el que estos se reunían los días de fiesta y casi pegado al gimnasio un gran salón de conciertos, muy frecuentado por los mismos. En este salón, de condiciones acústicas perfectas y de amplitud considerable, se efectuó el domingo 3 de agosto de 5532 (de la Nueva Era) la asamblea en cuestión» (2019: 5).

La sociedad no es una condición acústica exclusiva del sapiens. Los movimientos sociales y los “fantasmas” necesitan una buena acústica para recorrer el mundo. La historia se esboza dentro de la resonancia y permite que las palabras sean transmitidas como una estación de radio interna en forma de un dispositivo de apropiación:

«Debo advertir que en todas partes del mundo repercutiría, como si dijéramos, el discurso en cuestión, merced a emisores especiales que registraban toda vibración y la transmitían solo a aquellos que tenían los receptores correspondientes, utilizando ciertas corrientes magnéticas; aparatos estos ya hoy en desuso por poco prácticos» (2019: 5).

La innovación tecnológica no alcanza a narrar un futuro-pasado y pasa al desuso como fuente de pronóstico de una resolución final que subyace en el título y en la modernidad, es decir, la predisposición a la última narración. En la historia escuchamos los pensamientos de Can Canis, un propagador que abre un discurso para los animales reunidos y anuncia la rebelión y llama a un recuerdo orgánico primigenio en el que las especies gobernaban el mundo con dicha hasta que aparecieron:

«Mil variedades de cuadrúmanos que poblaban los bosques y los llenaban con sus chillidos desapacibles, (…) y en cuyos ojos grandes y rizados ardía una chispa extraña y enigmática que nuestros padres no habían visto en otros ojos en la tierra. Aquellos monos eran débiles y miserables» (2019: 6).

La debilidad es rubia, vertical, suave y chillona, el eco del hombre blanco: una “bestezuela miserable, de ojos tristes” que se sobrepuso a todas las especies construyendo máquinas que son el desastre para la naturaleza. El Can Canis, en esta memoria discursiva, busca enardecer a sus compañeros animales mientras los que escuchamos sentimos una contrariedad: ¿Estamos en el bando equivocado? ¿En el lado del tirano? Entonces, ¿somos los malos? Ética de la fabulación que especula con el sentimiento de culpa como forma de verbalización de una naturaleza herida, o que se percibe como tal, pero que también posibilita herramientas de libertad:

«(…) algo divino que había en nuestros espíritus rudimentarios, un germen luminoso de intelectualidad, de humanidad futura, que a veces fulguraba dulcemente en los ojos de mi abuelo el perro, a quien un sabio llamaba en el siglo XVIII (post J.C.) un candidato a la humanidad… se iba desarrollando en los senos más íntimos de nuestro ser, hasta que, pasados siglos y siglos floreció en indecibles manifestaciones de vida cerebral (…) El idioma surgió monosilábico, rudo, tímido, imperfecto, de nuestros labios; el pensamiento se abrió como una celeste flor en nuestras cabezas, y un día pudo decirse que había ya nuevos dioses sobre la tierra» (2019: 6).

Los dioses hablan, los amos tienen voz para comunicar sus deseos, pero no están dispuestos a escuchar. Escuchar la voz de la historia por medio del fonotelerradiógrafo es pensar en el sonido que lleva tras de sí pensamientos y sensaciones comunicables, pero la voz no nos libera, no nos vuelve “ni amos ni libres” inmediatamente. 

Los animales al hacerse escuchar apenas sientan las bases de la rebelión. Y la rebelión es cruel y la imaginación es letal cuando el progreso transforma sus innovaciones en desastres. Para liberarse los animales recurren a la violencia de su opresor y la última guerra se desata. Los habilidosos animales estaban en todas las tareas clave en su condición: de guardianes de almacenes, de conductores de transportes (dentro del relato pareciera que habla de mutaciones, o al menos es lo que ahora podemos pensar dado la complejidad de las tareas que nombra Nervo) y quien narra transmite su voz en condición desfavorable:

«Pienso ante el fonotelerradiógrafo estas líneas, que no sé si concluiré, este relato incoherente que quizá mañana constituirá un utilísimo pedazo de historia… para los humanizados del porvenir, apenas si moramos sobre el haz del planeta unos centenares de sobrevivientes» (2019: 7).

El Nervo de los humanizados. Es una humanización de los animales la que los llevó a subyugar a una especie y repetir el ciclo donde temen que a los primeros animales humanizados les ha llegado su turno para salir al escenario:

«Humanos son ellos y piadosos serán para matarnos. Después, a su vez, perfeccionados y serenos, morirán para dejar su puesto a nuevas razas que hoy fermentan en el seno oscuro aún de la animalidad inferior, en el misterio de un génesis activo e impenetrable» (2019: 8).

La humanización se describe como una correlación de fuerzas que no había en la naturaleza y una vez expuesta se transmite verbalizando las palabras distintas al lenguaje de la naturaleza, que trataron de imponer un orden demencial que deriva en el último pensamiento, un pensamiento cíclico que ni siquiera es una voz humana. El fonotelerradiógrafo graba pensamientos y la máquina los reproduce, pero Nervo nunca dice qué sonido reproduce o si reproduce la voz de quien grabó su pensamiento. 

Frente al sapiens todo lo inhumano es aquello que no tiene voz y los pensamientos son reproducciones de un dispositivo que sigue viajando en el tiempo, que sobrevivirá a quien hable de él, a quien cuente de él. El dispositivo sonoro de Nervo es un eco del progreso, del que nadie sabe hasta dónde va a llegar, ya que ha sobrevivido a su creador, a sus lectores, a quien lee estás líneas, y es probable que llegue hasta la última guerra.

 

Referencias

Nervo, A. (2019). La Última Guerra. Edición digital Aparato CiFi. http://aparatocifi.press/indice/guerra/index.html. Digitalización tomada del impreso: Chávez, J. R. (2000). El castillo de lo inconsciente, Lecturas Mexicanas, Ciudad de México: CONACULTA).

 


 

Manuel Mörbius. Licenciado en sociología por parte de la UAM-Xochimilco. Escritor de ciencia ficción, terror y horror. Investigador de la ciencia ficción y sus relaciones con el arte sonoro y la música. Productor de radio y medios digitales.

 

Artículos Relacionados