Libia Brenda
Desde que empezó la pandemia he tenido muy presente el (supuesto) proverbio chino que dice algo así como “ojalá vivas tiempos interesantes”. No sé si a lo largo de la historia toda la gente se habrá sentido igual, pero creo que ahora mismo estamos atravesando un momento no sólo interesante, sino importante. Por ejemplo: nos queda muy poco para que, mediante un giro, logremos detener o, al menos, atenuar la catástrofe climática. Por lo pronto, el fin del mundo ya sucedió y lo que alcanzamos a hacer fue refugiarnos en casa, usar la señal de internet para mantenernos en contacto y desear que todo terminara muy pronto (esto para quienes podían trabajar por vía remota y tenían conexión de WiFi, aunque no fue toda la gente). ¿Qué hacer ante un hecho de ese calibre, sobre todo, para no desesperar, para no perecer? Una de muchas respuestas posibles es crear espacios de resistencia. Queremos que Odo Ediciones sea uno de esos espacios.
Ursula K. Le Guin dijo en 2014: Vivimos en el sistema capitalista, su poder parece imposible de resistir, pero también lo era el derecho divino de los reyes. Cualquier poder humano puede encontrar resistencia y cambio en otros seres humanos. (“We live in capitalism, its power seems inescapable —but then, so did the divine right of kings. Any human power can be resisted and changed by human beings”). La segunda oración de esa cita me parece fundamental para entender por qué en esta editorial (Odo, por cierto, es el nombre de una personaja de la propia Ursula) creemos que hacer libros fuera del esquema capitalista es posible y necesario. Para lograr ese espacio de resistencia planteamos un esquema horizontal, comunitario y experimental que avanza a contracorriente del ritmo frenético que marca el mercado predatorio en el que cualquier mercancía debe llegar a manos de quienes la consumen inmediatamente después de un clic; para nosotras, los libros son objetos lentos y no tienen porqué ser una mercancía. Nuestro objetivo es poner en práctica esos principios y tratar de sostener este espacio que, por fuerza, tendría un alcance finito. Se dice fácil, pero es una labor ardua que requiere paciencia y dedicación de parte de todas las personas involucradas.
Lanzamos el proyecto el 3 de abril de 2021, en el escenario de un apocalipsis casi sin parafernalia en el que se hacía muy patente la urgencia de examinar nuestras formas de habitar el mundo. Trabajamos durante varios meses, desde 2020, imaginando y planeando cómo queríamos llevar a cabo nuestros procesos, de qué manera podíamos plantear un sistema en el que se tratara con dignidad a las personas involucradas, y también cómo podíamos sostener económicamente un proyecto autogestivo y sin fines de lucro. Esto implica compartir procesos editoriales y creativos, conversar sobre ellos, además de crear dinámicas que pongan en práctica esa convivencia. Es decir, implica que quienes escriben van a involucrarse directamente con quienes van a recibir y leer su material, pero también que desde la casa editorial estamos en contacto directo no sólo con la gente que lee y, en última instancia, apoya la edición de esos libros, sino también que vamos a relacionarnos con nuestras autoras y autores de una manera diferente a la de los esquemas que conocemos.
Nuestra idea de procesos colaborativos pasa por estar recalibrando constantemente cómo los llevamos a cabo. También implica una fuerte convicción en lo que estamos haciendo y un compromiso importante con esa forma de trabajo, de escritura y de edición. Por ejemplo, al ser un proyecto sin fines de lucro, el dinero que se recaba se usa para sostener el proyecto mismo; de hecho, hasta ahora aún no llegamos al punto en que nos procure una compensación económica regular por este trabajo, pero estamos en el empeño de cambiar eso. En conjunto con Alejandra Eme Vázquez, Richard Zela, Anahí Galaviz y gente amiga que colabora con proyectos independientes ideamos nuestro sistema de suscripciones. Las suscripciones abarcan dos aspectos fundamentales: uno es la preventa de los libros, que asegura que éstos puedan imprimirse; otro es que las temporadas abarcan la residencia de cada autora (o autor) de un libro. La suscripción por temporada abarca el libro impreso, el ebook, las actividades de cada autora (o autor) en residencia y también las de la odocomunidad. No se trata sólo de concretar una línea de producción, sino de crear comunidades lectoras que conversan entre sí y pueden colaborar con las personas que escriben, incluso antes de que esos libros lleguen a sus manos. Es un sistema que no pretende vender miles de ejemplares de un tirón, sino que asegura la vida de un libro más allá del capricho de la mesa de novedades.
¿Va a transformar nuestro esquema todo el aparato editorial comercial? Quizá no, pero sí contribuye a modificar la forma en que entendemos nuestra propia relación con los materiales literarios en esta comunidad. También confiamos en que ayude a que las personas lectoras vean cómo operan otros modos de consumo, menos veloces y despersonalizados, a que sepan que los procesos de materiales culturales no tienen porqué ser excluyentes, y que la supuesta manera “correcta” de hacer las cosas no siempre es la más adecuada para absolutamente toda la gente. Esto se traduce en que hay opciones y, en la medida de lo posible, queremos tener la libertad de elegir entre esas opciones y crear un espacio en el otras personas tengan esa misma libertad. En México hay varias iniciativas relacionadas con principios semejantes, proyectos autogestivos, de autopublicación o libres de derechos, como el Sensacional de Escrituras, de Alejandra Eme Vázquez, Ana Laura Pérez y Salomé Esper; el Almanaque de Narrativa Gráfica, coordinado por Richard Zela y Anahi Hernández, proyectos de literatura especulativa y fantástica como la Mexicona: Imaginación y Futuro, o de edición libre, como Programando Libreros En Odo Ediciones, por ejemplo, usamos una licencia copyfarleft, no sólo porque el copyright, contrario a la idea más extendida, es muy poco beneficioso para las personas que escriben, sino porque no nos interesa contribuir con el mercado, sino apuntalar la libertad de quien crea las obras para que pueda hacer uso de ellas como mejor le parezca.
Quienes confían en este proyecto están de acuerdo con estos principios, pero eso no implica que el acuerdo sea ciego o pasivo y en ese intersticio también puede haber una semilla para el futuro. En mi caso personal, quiero pensar que los grandes consorcios que han fagocitado sellos medianos y pequeños van a acabar por desmoronarse y se van a reconfigurar. Quizá en esa reconfiguración se diversifiquen y, en vez de perseguir una ganancia monetaria a ultranza (en el contexto socioeconómico de un país como México, por lo menos), busquen acuerdos que realmente beneficien a la comunidad lectora y a sus escritoras y escritores. Sobre todo, quiero pensar que pueden convivir varios modelos de edición y de publicación, sin que eso suponga una competencia ni una batalla. En esta diversificación haría falta desmontar y replantear también los sistemas de distribución y de comercialización. Es decir, hará falta oponerse al capitalismo y reconfigurar el sistema completo; para eso, como dice la cita de Le Guin, confío en que cualquier poder que proviene de la gente, también puede ser cambiado por nosotros, que somos la misma gente que lo sostiene.
Libia Brenda. (1974) escribe, edita y traduce. Desde hace veintitantos años hace libros y colabora en proyectos independientes. Ha publicado en varias revistas y antologías de México y otros países, su trabajo se ha traducido al italiano, inglés y portugués. Escribe dentro del espectro de la literatura especulativa y de imaginación; como editora, también se ha especializado en géneros no miméticos. En 2019, fue la primera mujer mexicana en obtener una nominación al Premio Hugo. Es una de las felices fundadoras del Cúmulo de Tesla (Twitter: @Cumulodetesla), de la MexiCona: Imaginación y futuro (web: mexicona.mx) y la editora de Odo Ediciones (web: odoediciones.mx)