Mariana Oliver
A Susy Rodríguez Moreno,
que me enseñó a amar el alemán.
Era agosto de 2003, una tarde hacia final del verano. Era lunes o martes y empezaba a bajar el calor del mediodía. La Facultad era un pasillo largo y ruidoso en el que flotaba una nube de humo del cigarro que pasaba de mano en mano y circulaba sin reparo entre los salones y la fila de las fotocopias. El salón estaba al final del pasillo, donde se daban las clases menos concurridas; era muy pequeño, pero los ventanales que daban hacia el verdor de Las Islas hacían que pareciera inmenso. Éramos apenas doce o trece y nos advirtieron pronto que nuestra generación era la más grande hasta entonces. No era muy popular estudiar literatura alemana. Menos aún si no sabías hablar alemán.
Recuerdo cuando entró al salón. Usaba lentes, tenis y llevaba un overol de mezclilla; el cabello suelto le caía sobre los hombros en los que cargaba una mochila negra que se veía pesadísima. Entró y pronunció cuatro o cinco palabras incomprensibles para mí, para todos. Dejó sus cosas sobre el escritorio y nos sonrió. La dulzura de su gesto era incompatible con esa lengua extraña que acababa de salir de su boca. No sé si le hizo gracia nuestra cara de confusión, pero abrió los ojos grandes, como si quisiera guardarse ese momento. Entonces empezó a escribir, y era tanto nuestro asombro que solo se escuchaba el sonido del gis. Luego leyó: Ich bin … y nos dijo su nombre.
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Ocurrió al mismo tiempo: el alemán, las declinaciones, la literatura, un montón de nombres que jamás había escuchado y que me costaba trabajo pronunciar. Una de las primeras tareas de la clase de alemán fue memorizar el “Erlkönig”, un poema bellísimo de Goethe. Me lo aprendí como si fuera música porque no reconocía las palabras, la mayoría de ellas eran solo sonidos para mí. El alemán era una partitura infinita. Franz Schubert convirtió este poema en un Lied que inicia con un piano: los dedos de la pianista se transforman en el galope acelerado de un caballo en el que va un hombre que lleva a su hijo moribundo en los brazos. En medio del delirio, el Erlkönig le habla. En el poema de Goethe se intercalan las voces de los cuatro personajes: el narrador, el padre, el niño y el Erlkönig, ese rey maligno que seduce a su presa conforme el poema avanza. En la versión de Schubert es común que un solo cantante ejecute todas las voces, aunque cada personaje tenga su propio ritmo y escala vocal. Aprender un idioma es parecido a convertirse en intérprete del Erlkönig, una aprende a narrarse de otras maneras.
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Todas las clases de idiomas deberían empezar con un mapa. Yo estoy aquí y esta es mi lengua. Usted está aquí (lección importante: una siempre le habla de ‘usted’ a quien no conoce) y con el recorrido de mi lápiz sobre el papel puedo trazar un camino donde encontrarnos. Nuestro libro era así, empezaba con un mapa que tenía los nombres de los países, las capitales y los ríos en alemán. Al margen de esta cartografía renombrada aparecían fotografías de personas diversas: morenas, negras, rubias, de cabellos lacios o rizados. Una nube de diálogo los sacaba del silencio: servus, grüezi, buenas tardes.
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Pensé en ella la primera vez que fui a Alemania. También era verano. Ella fue quien me contagió el asombro por la nueva lengua, quien me dijo que tuviera paciencia con Goethe. Aunque solo me dio clases durante el primer año, recordaba con mucha frecuencia sus clases, su amor por la literatura y por las palabras. Ich bin Mariana, me enseñó a decir. Y fue como si hubiera abierto una puerta enorme frente a mí.
Mariana Oliver. Es ensayista, maestra en literatura comparada (UNAM) y doctorante en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana donde investiga sobre estéticas translingües en la literatura. Ha impartido talleres de escritura creativa en espacios como Casa Tragaluz. Fue becaria de ensayo en la Fundación para las Letras Mexicanas. En 2016 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos con el libro Aves migratorias, que ha sido publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro (2016), Tragaluz Editores (Colombia 2019), Transit Books (EU 2021), traducido por Julia Sanches. Sus ensayos se han publicado en medios nacionales como Este País o la Revista de la Universidad, así como en otros internacionales como LitHub, Words Without Borders o la revista Pessoa.