Carmen Carillo Sanmiguel
Mi tortuga Cynthia es una especie invasora. Una especie invasora es aquella que se encuentra lejos de su hábitat propio. Señala la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) que, si la jicotea elegante (también llamada tortuga de orejas rojas) se deja en libertad, podría afectar a todo un ecosistema, causar un desbalance natural y, afectar a otros animales o humanos. Mi pequeña tortuga podría ocasionar todo un revuelo, y yo que un par de veces la imaginé pasándola increíble en un mejor espacio, como el Charco Azul, El Barro o la Presa La Boca.
Yo tenía unos siete años cuando llegó a mi vida. Ella fue adoptada a expensas del llamado de misericordia y la retórica de apelación de los empleados por el médico veterinario que en aquel tiempo atendía a mi perro Scrapy. El señor nos dijo que habían abandonado a la tortuga en un bote a inicios de la semana, su dueño no volvió y, para él, no era posible mantenerla ni brindarle los cuidados que en una familia podría obtener. Mi mamá y yo la llevamos a casa con nosotras.
Nombré a Cynthia de esa manera por las caricaturas que veía en aquel tiempo, en este caso era por la muñeca de Angélica Pickles de los Rugrats. Fui la seleccionadora de su nombre y fue un hallazgo muy especial, porque generalmente esa era tarea de mis hermanos mayores. Me tocó a mí porque yo ya andaba en el mitote, y me lo tomé muy en serio porque también le puse un apellido: Garibaldi, Cynthia Garibaldi. El apellido era por la protagonista de una película que me gustaba mucho.
Parecía que estaba a nada de llevar a mi tortuga al registro civil, otorgarle su nombre fue un proceso memorable. Y quizá así suele serlo siempre, aunque también podría ser algo que no se planea tanto. Puede surgir a partir de una lista en la hoja final de la libreta para elegir el mejor, la búsqueda de nombres griegos en internet con su significado, esa unión de las iniciales de dos enamorados, una herencia familiar, el cambio de nombre en una etapa adulta o, la elección de acuerdo con gustos personales.
Por lo que a mí respecta, si de por sí elegir resulta ser complejo, pronunciar en la mente un nombre se vuelve mucho más, aunque no lo parezca tanto. Me refiero a sostener características particulares, describirlas y recrearlas; sobre lo que se dijo, lo que se hizo, se sintió o lo que se vio en algún momento, e incluso lo que no ha sucedido. A partir de aquí le conferimos un campo semántico a ese quién, a ese algo, a alguien. Nombrar y desmenuzar al mismo tiempo. Explicado por el lingüista André Martinet como un soporte del pensamiento y de la lengua y descrito en un manual de neuroanatomía como las funciones sinápticas con su transmisión de información. La neuropsicología responde con argumentos sólidos al ¿y tú quién eres? de mi abuela, un gesto de bonhomía que se presentó tras la llegada de su demencia senil. ¿Qué se habrá desvanecido de mí para ella?, ¿Habrá borrado de su memoria que los domingos por la noche pedíamos de cenar enchiladas?, ¿olvidaría por completo que yo pedía la orden sin cebolla y ella la de con cebolla? Quizá mis cuestiones de aquel entonces eran muy egoístas (igual y actualmente también lo son), pero la respuesta menos indicada para mí era una concisa y objetiva. Mi nombre era lo de menos. Yo sola me explicaba a partir de lo vivido a su lado, sin una correspondencia y reciprocidad de los hechos, pero eso era a lo que me podía sujetar.
Entonces, creamos significados, palabras y escenarios para definir un nombre y, todo eso parece superar cualquier justificación científica. Yo, por ejemplo, cuando pienso en mi tortuga Cynthia, lo primero en que pienso es en su caparazón, sus patas, su cuello largo y sus ojos que me recuerdan que es un reptil. Pienso en todo su molde, lo que la conforma, y que, en estos dieciocho años que la he tenido como mascota ha sido complejo darle mimos, demostrarle mi cariño. No sé si a través de su caparazón logra sentir mis caricias. Lo he hecho muy pocas veces porque me da miedo de que me muerda y, según mi abuelo Chepo, una tortuga te suelta hasta que el burro más cercano rebuzne, y yo vivo en la ciudad. A diferencia de mi tortuga, no podría imaginarme en un abrazo con un caimán o a una serpiente sin antes despedirme de este mundo. Cynthia ya ha tenido demasiadas oportunidades de dejarme un dedo a media piel tendida, pero no lo ha hecho porque me quiere, elijo creer en soy querida por un ser vivo. O quizá sólo me ignora.
Otra de las cosas en que pienso cuando pienso en Cynthia, mi tortuga, es en que yo soy su familia, aunque en un contexto lógico creo que es lo que menos querría saber una tortuga. Comprender ese concepto es algo que por cuestiones racionales no podría lidiar con ella en términos de comunicación, sin embargo, en términos de crianza o de mantener a un animal, me he encargado de alimentarla y de darle un espacio en el cual vivir: selecciono su comida, la busco cuando se esconde en la tierra, la he visto mudar de piel y soy quien decide cuándo cambiarle el agua estancada. Eso me convierte en su familia.
La autora mexicana Isabel Zapata en su “Elogio a Nosferatu”, ensayo que se encuentra en el libro Alberca vacía, hace referencia a Montaigne desde sus palabras y entendimiento, y ahora yo desde mis palabras y entendimiento les cito, cuando hablan sobre la razón inexistente para colocarnos encima de los animales: basta con sólo pensar en todas las imperfecciones que poseemos para considerar algo como eso. Quizá es algo que no comprendí bien, pero yo entiendo que de forma teórica y simbólica no hay manera de creernos superiores a los animales pues, a decir verdad, en cuanto al orden de su naturaleza, inteligencia, bondad o inocencia —si se le podría llamar así—, son más elocuentes con su sincronización o más tiernos con sus técnicas de apareamiento. Lo que podría colocarnos en esa superioridad es que nosotros lo controlamos todo y, ejercemos a la vez mejor el descontrol, como por ejemplo la comercialización de una especie, que en realidad sé poco sobre los motivos de vendimia y liberación de tortugas, sobre cómo comienza todo, sobre orillarnos a actuar de manera consciente.
Me he limitado a saber algunas cosas desde la superficie, y también, a creer que dentro de mis posibilidades puedo realizar algo con cierto impacto. Esto me lleva a la tercera cosa que pienso cuando pienso en mi tortuga. Y es que no importa lo que intente, las albercas que instale o las peceras que consiga en algún acuario y ponga en el patio trasero de mi casa, jamás podré igualar un río o un lago para que Cynthia lo habite. Sólo puedo adaptar y simular esos espacios. Ella seguirá topándose con la pared o el costado que le rodea cuando nada o camina, y lo más extraño es que quizá no podría estar en un lugar con las características tan específicas que necesita para habitar (como si ese lugar ideal no existiera) porque es una especie invasora.
Carmen Carillo Sanmiguel. Es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANAL y becaria del Centro de Creación Literaria.