Las abejas necesitan a mi papá más que yo

Donnovan Yerena

 

A veces quisiera que mi papá tuviera otro nombre. Que se llamara Constanza. Que se llamara Vergüenza. O que cambiara su apodo por Ausencia. Otras veces quisiera que fuera una huele de noche y que solo a ratos me llegara su olor. O el hilo suelto de mi suéter favorito, ese que no me gusta que esté ahí pero que no lo corto porque se deshilacharía sin remedio. Si así fuera, podría perdonarle la pena que germinó en mí y que me crece como musgo silvestre. Incluso, si mi papá fuera un poema de Luis Cernuda, yo sería al fin aquel que imaginaba, aquel que, con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Sería un espejo.

Hola, quisiera no ser este. Gracias.

Nadie contesta. Mi padre, o el poema que es ahora, aguanta la respiración. Lo que sea para que no salgan las palabras. Recuerdo la primera vez que noté su ausencia. Estaba en el vientre de mi mamá. Hacía días el color del agua había cambiado, se tornó obscura. La comida que me llegaba por el cordón era ácida, negra, viscosa. Los órganos de mi mamá se llenaron de hojarasca seca, se hicieron rocas que intenté comer, pero se me hicieron caries en todas las muelas que aún no tenía. 

Quisiera haberte nacido a ti. Que fuera tu vientre el que

 se haya abierto y haber expirado en ti. 

Ahora mis muelas están picadas, lo confirmó el dentista. No debes morder más de lo que puedes comer. Y es que no mordí de más, roí los intestinos/rocas de mi madre. Si tan solo me hubiera dado una explicación. Todo lo que tuve fue una notificación el día que nací: mi papá había sufrido un accidente en moto acuática mientras cruzaba el río Bravo de camino a verme al hospital. Cayó al agua y la corriente lo arrastró hasta una colonia de cocodrilos que traficaban con huevos de tortuga. Por suerte los federales hicieron un retén muy cerca del punto donde un grupo de jóvenes saurópsidos lo tenía amedrentado y alcanzaron a salvarlo de llegar al peor día de su vida. 

Hola papá, estoy bien. Sí, me fue bien en la escuela hoy. … ¿Qué? … Ah, creo que sí. Ajá. Ya comí. El arroz sí me gusta, el huevo no. Sí hice amigos. No, no tengo nueve años. Tengo siete. 

Un día mi mamá me extendió su teléfono y me dijo: ten, es tu papá. Él hablaba muy rápido, masticaba de más las palabras, casi nunca entendía lo que me decía. Así que solamente oía su voz e infería por su entonación lo que tenía que responderle. Me decía que donde él vivía había muchas cosas increíbles y que algún día me llevaría. 

 

Oye, papá. Quiero un perro café. 

¿Me lo puedes comprar? 

En mi cumpleaños ocho le pedí a mi papá que mandara un perrito café junto con los regalos que me mandaría desde el increíble lugar donde él vivía. Me dijo que sí, me lo prometió. Pero los días pasaron y el perrito nunca llegó. Las llamadas con mi papá seguían, me agotaba tener que adivinar sus palabras. Así que comencé a inventar un diálogo unilateral. Mi papá se volvió entonces como mi amigo a distancia. Platicaba con él lo que sucedía en mi día, mis seis colores favoritos, de cómo me gustaban los insectos y los pescados, le conté que quería estudiar biología marina, a él le pareció increíble y me decía que estaba feliz y orgulloso de tenerme, que esperaba pronto poder conocerme en persona. 

Oye Má, ¿dónde vive mi papá? Sin soltar su mentolado me dijo: tu papá se mudó a Escocia. Mencionó algo sobre unirse al Frente del Movimiento de Apicultores en contra de los Pesticidas con Neonicotinoides. Trabaja junto al Dr. Christopher Connolly de la Universidad de Dundee quien dirige la misión de rescatar a las abejas reinas de todo el mundo de los pesticidas tóxicos. 

El día que nos conocimos pude ver que tus dedos son tan largos como los míos. Tus cejas son iguales a las mías. Tienes la mordida chueca como yo y cuando comes y te manchas te limpias con la servilleta hasta que la haces una bola de nieve.  Tú eres yo y aunque no quiera ser tú, soy yo.

La misión en Escocia falló. Pero mi papá no volvió a casa. Me contaron que vivía retirado en un campo de concentración, cuidando de algunas colmenas que pudo rescatar antes de que el FMAPN enfrentara una demanda por experimentar con las abejas reinas y los hongos ophiocordyceps unilateralis, que controlaba sus pequeños cerebros haciendo que comieran las patas de las demás abejas en la colmena, dejándolas moribundas. Agonizaban hasta la muerte. Lo que realmente querían era terminar con las abejas. Seguro que mi papá se sintió traicionado. Me contó que le gustaban mucho y que haría cualquier cosa por ellas. Pobre de él. 

En ese tiempo mi mamá estudiaba la maestría y hablaba con un muchacho de la universidad que se llamaba Alfonso. A los pocos meses comencé a llamarlo papá porque así me lo pidió. Me confundió un poco porque él no hablaba rápido, ni hacía promesas telefónicas. Así pasaron algunos años hasta que llegó el día que tanto temí. Tendría un hermano menor. Recordé el campo desierto que dejé dentro de mi mamá e intenté decírle que un hermano no era la mejor opción para nosotros, que lo mejor sería adoptar un perrito café. Si tan solo hubieran escuchado, mi hermano no hubiera nacido podrido. Dejé que mi hermano se muriera de hambre. El día que nació, en la ventana del hospital pude ver un panal de avispas. Era poroso y negro, lo suficientemente grande para llenar un vacío. Mientras mi mamá dormía, tomé el panal con delicadeza y le mordí el vientre por el costado, no hubo sangre. Estaba vacía. Metí el panal con sigilo y le besé la herida para que sanara al amanecer. 

Ni siquiera siendo tú dos veces pudiste estar. Ni teniéndote dos veces pude conocerte. Quise resolver tu ausencia siendo papá prematuro. Por eso adopté a Viliulfo. A veces me gustaría que lo conocieras, pero me da miedo que te caiga mejor que yo y quieras que él sea tu hijo y no yo. 

Alfonso tenía las manos pequeñas, a mi hermano recién nacido lo cargaba con una y a mí con el meñique, colgando de mi ombligo. Fue mucho desequilibrio. Se cayó por la coladera del edificio, desapareció de la faz de nuestra tierra. Mi mamá usaba las ausencias como joyería. Sus manos brillaban de tantos anillos que usaba y podía escuchar el titilar de sus pulseras apenas doblaba la esquina. Pero usó tantos collares que el cuello se le cerró y ahora le cuesta hablar. Y respirar. Pero soy insistente, valiente/cobarde. ¿A dónde fue mi papá? 

La historia cambió, una y otra vez. Cada noche mi mamá me contaba una versión diferente. Un día mi papá vivía en un callejón sin salida en Piedras Negras, luego que no, que más bien vivía debajo de las piedras negras que estaban en el jardín de la Casa Blanca, luego decía que vivía junto a ella y no en el jardín, que era el presidente pero de una nación subdesarrollada. Mi papá fue un disparo en una noche sin testigos, fue la leyenda que dio origen a la película Soy leyenda, fue una ciudad deshabitada, un cuerpo vacío, una concha de mar. Mi papá fue tantas cosas que entonces quise que fuera un perro. 

Como Viliulfo, mi perro. El día que llegó a mi casa estaba nublado, no fue coincidencia. El sol reencarnó en su piel. Lo sé porque sus pelos disparejos se iluminan cuando obscurece, resplandecen como anémonas en el fondo del mar. Por las noches, bajo las cobijas, nuestros universos convergen. 

Somos una burbuja atemporal solamente él y yo enamorados atados entrelazados y sus ojos avena recorren mi cara puedo sentirlo incluso en la penumbra y percibo su aura cálida sus cuatro patas pequeñas e indefensas su torso se hincha y recoge el mismo aire que yo no somos especiales somos animales buscando paz cohabitar en círculo es el amor más intenso que he sentido tan genuino y real que puedo tocarlo tiene forma canina y huele a Cheetos y a sol y a pasto y a dientes de leche y a croquetas remojadas en agua huele a sueños de aventuras en las que es el protagonista y corre a salvarme y a lamerme los pies que se me han llenado de caracolas y arena ahora puedo verlo feliz en el mar en su forma de pez ya no es un perro pero sigue siendo él es un transformismo del que soy solo espectador y a lo lejos veo a mi padre y me encallo en la orilla estoy seguro que es él y lo he perdido de vista pero sale de las aguas partiendo el mar en dos cual tritón elevado en el mar desnudo que soy yo soy él soy mi padre y mi padre es él no yo porque si fuera yo quisiera no serlo y ser cualquier otra cosa que no fuese yo hasta ser un perro.

A veces te pienso en pedazos, a lo largo de mi día. Te imagino

 con tus miles de hijas, siendo felices como bombones, los veo tan felices y me da miedo despertar. 

Han pasado casi veintidós años desde que mi papá tuvo que irse. Si se hubiera ido veintiséis minutos antes, yo no hubiera nacido. Mi mamá hubiera estudiado su doctorado. Tal vez mis abuelos en lugar de quedarse a vivir en Morelia, se hubieran ido a Santa Clara del Cobre a vivir en una cabaña de latón. Si mi papá se hubiera ido antes de que yo existiera, mis papás todavía tendrían esperanza. No se sentirían atados. La idea de volver a estar juntos, de sentir gigantes en el estómago y de intimarse cada rincón del cuerpo seguiría estando en sus cabezas. A veces me gustaría no haber llegado, porque tal vez así mi papá se habría quedado.

Cada vez nos parecemos más, me digo mientras veo en el espejo no a ti ni a mí, sino un

destello tuyo que se parece a mí. 

Mi papá es la añoranza que me deja el último sorbo de té de naranja bergamota. Mi papá es el American Dream que salió mal. Mi papá carga con todos los indocumentados que no lograron entrar al cielo. Carga con el amor marchito de mi mamá, carga con las canciones de Joan Sebastián del casete que le regaló en la facultad. Y perdóname, papá, pero también cargas con mi resentimiento, con mi enojo, con todo el rencor que sembraste y ahora brota de mí como el néctar de un árbol de mezquite.

¿No quieres traer a tus colmenas? 

Seguro que no, estarás muy ocupado salvando a las abejas. ¿De qué? Quizás de mí. Quisiera decirte que cada que veo una, la exprimo y sus barrigas explotan con miel cruda que unto en las patitas de Vili. 

También quisiera que este ensayo fuera para ti, papá. 

Pero realmente es para Viliulfo. Anoche, mientras él dormía, vi por la ventana un panal de abejas en construcción. Quise levantarme, tomarlo y observar a tus hijas de cerca. Tenía que deshacerme de ellas por Vili, que es alérgico al polen. Pero cuando las vi, con sus patitas llenas de pesticidas y de miel seca, comprendí que te necesitan más que yo.

 


 

Donnovan Yerena. De Morelia, capital del estado de los pescadores. Estudiante de Letras Hispánicas fuera del agua. Formó parte de la segunda generación del Centro de Creación Literaria de la Casa del Libro de la UANL. Anteriormente obtuvo el primer lugar en el Certamen de Literatura Joven Universitaria UANL con un cuento sobre añoranza y té. En la actualidad, con eso sobrevive en la gran ciudad de las montañas. Certero creyente de que todas las historias son peces pero solo aquellas que se escriben, jamás serán pescados.

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