Sylvia Georgina Estrada
“I write only because
There is a voice within me
That will not be still”
Sylvia Plath
El primer libro de poemas que leí fue Azul, de Rubén Darío. Lo encontré por casualidad en la biblioteca de los abuelos, en una edición amarillenta de Austral. En ese entonces yo tenía unos diez años y prefería pasar la mayor parte de mi tiempo con los libros, las mascotas y los Playmobil. En ese orden.
Me convertí en lectora precoz porque, al ser la hija mayor, mi papá se tomó como tarea enseñarme a leer, tal vez porque no estaba muy convencido de la labor de mis maestras de preescolar. Pero mi pasión por los libros surgió cuando, en segundo de primaria, me enfermé y tuve que quedarme en casa y sin salir durante varios días, entonces mi papá llegó con una pila de libros para que me entretuviera. Eso me dio un escape, ya no sentía que estaba confinada en un cuarto. Todavía recuerdo los títulos y las ilustraciones de las portadas. Lo sentimental es otro rasgo infantil que nunca se me ha quitado.
La literatura como evasión fue uno de los temas sobre los que conversé con la escritora libanesa Jounana Haddad en mayo de 2019. Es curioso pensar que entonces sólo estábamos a unos meses del confinamiento que provocó la pandemia de Covid-19. Esta entrevista es una de las que agregué en la reedición (la primera edición fue publicada en 2016 por la Secretaría de Cultura de Coahuila) del libro La casa abierta. conversaciones con 30 poetas, que publicó la Universidad Autónoma de Nuevo León a finales de 2021, y que reúne cerca de quince años de labor periodística.
“Aprendí a soñar a través de la literatura, a hacer planes, a querer más de la vida y a tener la voluntad de transformar mis sueños en una realidad. Aprendí también que hay otras culturas diferentes y esto te hace mucho más tolerante y amante de la diversidad. La apertura de mi mente se la debo a la literatura”, me contó Joumana sobre su primer encuentro con los libros.
En mi caso, debido a mi preferencia por los libros, y la nula supervisión a mis lecturas, encontré ese pequeño volumen de poemas de Darío que me llamó la atención por la forma en que estaba escrito. Nunca había visto un verso, no con la conciencia de que era algo diferente a las novelas y los libros del colegio. Si bien en “Sonatina”, poema que habla de una princesa triste que se siente presa, a pesar de vivir en un palacio, la historia podría ser familiar para una mente infantil, había palabras e imágenes que entonces me parecían acertijos.
Esa idea de que hay algo misterioso en las palabras, de que éstas dicen mucho más de lo que aparece a simple vista, es una de las características que más me seducen de la poesía. No todo está ahí para ser comprendido de inmediato, hay que detenerse, leer en voz alta, mirar con atención para, más o menos, tener una idea de lo que dice un verso.
Muchos años después, me topé con el poema “¿Ars poética?” de Czeslaw Milosz, cuyos versos me acompañaron como una especie de mantra de juventud: “En la esencia misma de la poesía hay algo indecente: / surge de nosotros algo que ni sospechamos que estuviera allí”.
Fue hasta los 16 años que tuve mi segundo gran encuentro con la poesía gracias a una maestra de literatura que no sólo nos dio a leer a William Butler Yeats, Emily Dickinson, Walt Whitman y los sonetos de William Shakespeare, también nos pidió escribir un poema. Entonces llegó la pregunta que he intentado responder a lo largo del tiempo, con lecturas, entrevistas, escritos: ¿Qué es la poesía?
Cuando entrevisté al poeta peruano Antonio Cisneros en el Encuentro Internacional de Escritores organizado por CONARTE en 2011, en Monterrey, él me dijo que “la poesía es una forma de conocimiento, pero sobre todo de conocimiento de ti mismo, pues escribir versos es mirarte dentro”.
Para mí, la poesía está ligada de manera profunda a la experiencia vital. De ahí que cuando me convertí en periodista me puse como asignación especial entrevistar a poetas. Lo cierto es que en ninguno de los periódicos en los que trabajé me pidieron este tipo de entrevistas. “Difícilmente la poesía te dará la nota de ocho”, me decían los reporteros más veteranos de la redacción. Tenían razón.
Mi empeño en entrevistar poetas tiene que ver con la inquietud que me produjo tener que escribir ese primer poema a los dieciséis años. ¿Cómo poner la palabra adecuada frente a la otra?, ¿cómo lograr que transmitan lo que siento?, ¿dónde está la metáfora?, todavía hoy pienso en estas cuestiones cuando me enfrento a la página en blanco.
“No sé qué oscuro influjo mande al poeta hacia la palabra poética, yo creo que es finalmente esa atracción por el vacío, un vacío que suspende la normalización del lenguaje y vuelve a las palabras un tanto extraordinarias”, me señaló Ricardo Castillo cuando lo entrevisté, en 2009, en una visita a Saltillo.
Mi tercer encuentro providencial con la poesía lo tuve a los veinte años, cuando me topé con un disco compacto (que aún conservo, lo cual es una fortuna en estos tiempos de nostalgia vintage) que era una antología poética de Juan Gelman. En esta producción de la UNAM, además del CD con los poemas leídos por el autor, hay un cuadernillo con los textos. Ahí fue cuando comencé a aprenderme poemas de memoria. Gelman se convirtió en uno de mis poetas de cabecera e intenté entrevistarlo durante años.
Después de varios intentos frustrados, logré hablar con él en el Hotel Camino Real de Saltillo, una cálida tarde de 2011. Hablamos del exilio, la inspiración, su primer encuentro con la poesía, la pérdida de su hijo, pero lo que más recuerdo es su afirmación de que la poesía siempre estará ahí, “pues los tiempos nunca le han impedido a la poesía existir”.
“Tiene cincuenta siglos de existencia conocida y en esos cincuenta siglos ha pasado de todo, guerras, pestes, inundaciones, en fin, desastres naturales y otros provocados por el hombre y sin embargo la poesía sigue ahí, existiendo. Como lo dijo (Ferreria) Gullar, un gran poeta brasileño, ‘la poesía es más que la vida’”, me comentó con una sonrisa que yo siempre pensé que tenía un aire de tristeza.
Claro, bien podría ser que esa sonrisa triste sea un falso recuerdo provocado por la sensación de pérdida que me dejó la noticia de su muerte. En 2015 fue cuando tomé conciencia de que algunos de los poetas que entrevisté habían muerto: Alí Chumacero, Tomás Segovia, Antonio Cisneros, el propio Gelman. Entonces decidí que quería recuperar esas entrevistas y que me gustaría reunirlas en un libro. Seleccionar los textos que incluiría el volumen no fue sencillo, había que elegir aquellos que tuvieran cierta trascendencia, que pudieran interesar a un lector y, para cerrar más la pinza, también seleccioné a poetas nacidos antes de 1970 (una norma que omití en la reciente versión de La casa abierta).
En la edición de la UANL, además de las entrevistas a Dolores Castro, Eduardo Lizalde, Gioconda Belli, Raúl Zurita y Pura López-Colomé, por citar algunas, se agregaron las de Fabio Morábito, Tanya Huntington, Joumana Haddad, Leonardo Sanhueza y Alejandro Zambra.
En las conversaciones que aparecen en La casa abierta se habla de ese primer encuentro con la poesía, de la página en blanco, las influencias, la memoria, la experimentación, la traducción, la industria editorial. Temas que siempre me han interesado y que pienso que también pueden llamar la atención de un lector y escritor de poesía.
Una de las preguntas que suelen hacerme sobre este libro es si fue difícil hacer las entrevistas. La verdad no. Los poetas suelen ser personas generosas. Recuerdo que a “El Tigre” Lizalde le pedí la entrevista en un pasillos de la FIL Guadalajara; Tomás Segovia me contó historias y anécdotas durante dos horas, un encuentro que remató regalándome libros; Joumana Haddad me recibió en su hotel sin haberse recuperado del jet lag. Mención aparte merecen mis queridos Minerva Margarita y José Javier Villarreal, a quienes entrevisté durante años y que en cada ocasión me recibieron con calidez y cariño.
Al mismo tiempo que trabajaba en La Casa abierta comencé a escribir el poemario Músicas (Los libros del perro, 2021), cuyo título rinde homenaje a Juan Gelman. Para mí, ambos ejemplares están conectados por esa búsqueda de encontrar qué puede ser la poesía y cómo nos ayuda a entender al mundo, a los demás, a nosotros mismos.
Cierro con los versos de Milosz que inspiraron el título de La casa abierta. Conversaciones con 30 poetas y que son una invitación a recorrer sus páginas: “La utilidad de la poesía está en recordarnos / que difícil es seguir siendo la misma persona, / pues nuestra casa está abierta, sin llaves en la puerta / e invisibles huéspedes entran y salen”.
Sylvia Georgina Estrada. (Monterrey, Nuevo León) es escritora, periodista cultural y editora. Es autora de los libros Músicas (Los libros del perro, 2021), La casa abierta. Conversaciones con 30 poetas (UANL, 2021), El Libro del Adiós (Editorial Pape, 2016) y del catálogo Pinacoteca del Ateneo Fuente 100 años (UAdeC, 2020). Su trabajo se ha publicado en periódicos y revistas de circulación nacional, así como en antologías de poesía, cuento, microficción y periodismo cultural.