Aldo Vicencio
I.
un dios de río, reclinado,
lumbreras en soledad:
Gambardella, repiten
una jirafa en un espejo
saco de candor, el hombro que se desplaza sereno
astringente duermevela,
en un encierro de fresnos, benévolo romance
archipiélago calloso
mármol rojo, la patología
inicia un mensaje:
“Aprendí a ser solícito en los funerales.
A deslizarme entre los asistentes,
ser una cigarra negra que aletea alegre.
Las hormas de los zapatos recitan letanías coreográficas;
es anunciar el vacío que se precipita en una galería repleta de taciturnos
(Un poco más y sus pies se fijan en sus propias sombras)
Pero a decir verdad, disfruto más guardar mi sollozo
para la comida, cuando nadie observa,
cuando me visto con camisa y siento que mi piel retoña inocente,
sin genealogías o genética.
El señor de las cosas pequeñas aguarda cuando piso las hojas de la entrada.
Descubrí que la mañana tiene un hermético furor,
más si retengo en mi lengua una imaginaria condolencia”.
II.
no hay bóveda que nos ampare de la afectación
y en ese dolerse de todo lo que es,
fruncimos la vista y coronamos aullantes procesiones
umbría comprensión,
gesto gutural, antorcha de palmadas
césped de remolinos
una ceremonia es una condena
mira-piso
mira-grietas
mira-luz
estar, crepitando, estar, en el estilo
encorsetado en la sobriedad,
el acuerdo de lo estético:
certidumbre
pero uno se extraña
el horror no se parece al olvido
el horror es m i r a r
III.
descargas de hielo
cúspide del álamo
epitafios versátiles
la numeración de las consignas
irreligiosidad sacralizada
divanes para el Tíber
canícula, pasmo ante la belleza que castiga
la panacea, el parnaso y su estupidez
el impudor litigando sobre el agua
varas humanas cortando la piscina
perjurio en las catacumbas
p r e s d i g i t a d o r
a r r o b a d o
IV.
en el gusto, la fatalidad de la susceptibilidad
un para siempre en las encías ornadas
pilas de aire en las canteras
barranca de lápidas, castañas cocidas
el bejuco que se inclina para abotonar un despojo
remansos lúgubres,
asceta escarificado:
su vuelo en quiebre,
su caída, y su estallar en el ahumado pavimento
tan solo, tan asoleado en una retina quemada
el dolor que no remite, y lo insoportable de seguir, mientras la extinción sacude
la constante de los árboles,
alguien pregunta: ¿es de nuevo, ese gusto por la desesperación?
Aldo Vicencio. (Ciudad de México, 1991). Poeta y ensayista, estudió la Licenciatura en Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es autor de Piel Quemada: Vicisitudes de lo Sensible (Casa Editorial Abismos, 2017), Anatolle. Danza fractal (El Ojo Ediciones, 2018) y Púlsar (Ediciones Camelot América, 2019). Su obra ha sido publicada en diversas revistas y antologías.