Fragmento de <i>Notas sobre silencios</i>, de  Elisa Corona Aguilar

Un silencio feroz

 

A medida que el habitual ruido urbano y su intenso tráfico, intensificado por el caos general, se apoderaba nuevamente de toda la ciudad, los edificios derrumbados y sus alrededores se llenaron de nuevos e inusuales ruidos, creando una capa de sonoridad completamente nueva en múltiples áreas de la ciudad: cientos de personas trepando por muros caídos, tirando y moviendo cemento y hierro, gritándose instrucciones entre sí; el zumbido de la maquinaria de construcción retirando los escombros pesados, el rugir de los generadores eléctricos, martillos neumáticos, mazos, coches que se llevaban los escombros, sirenas que iban y venían. Parecía haber casi una incapacidad para hacer silencio: el movimiento constante, el ir y venir de la gente y el impulso desesperado de comunicarse aumentaban el ruido. Pero contener el ruido se volvió tan crucial como la inevitabilidad de producirlo en la acción de llegar a los necesitados, porque la prioridad era encontrar personas vivas entre las ruinas, y la forma de encontrarlas era a través del sonido, único indicador de vida y ubicación. ¿Cómo disminuir la velocidad de la acción y sintonizarnos para poder escuchar estos sonidos vulnerables de los que dependían vidas? Muy pocas situaciones podrían ejemplificar de forma tan extrema los sonidos débiles, vulnerables, a los que se refiere La Belle, así como a la forma en que esta debilidad sonora puede hacer que el oyente “se detenga y sintonice con figuras vulnerables, con la precariedad que define la condición humana”1. Esta desaceleración y sintonía tenía que suceder mientras la gente estaba todavía involucrada en acciones necesarias que producían ruido, las cuales solo podían interrumpirse momentáneamente. 

¿Cómo dirigir el silencio en medio de este caos, donde el cuerpo es dirigido por el impulso contradictorio de la acción y de la escucha? Sus acciones ruidosas, cuanto más rápido se realicen, pueden encontrar personas vivas bajo los escombros, pero sólo si se detienen a escuchar. A medida que la actividad de rescate se intensificó, las personas involucradas en ella buscaron una forma de comunicar la necesidad de silencio de la manera más rápida y eficiente posible. Una de las frases que comenzó a aparecer en Twitter y Facebook fue: “Necesitamos silencio en esta área, todavía hay gente viva pidiendo ayuda”. Por redundante que parezca, se necesitaba una forma silenciosa de pedir silencio; no podría ser alguien en un megáfono gritando la palabra, en una acción igualmente ruidosa y contradictoria. La palabra “Silencio” surgió en grandes carteles de cartón entre los rescatistas, y también en las redes sociales2. Alzar los puños en el aire se convirtió en el llamado generalizado al silencio en la ciudad, una forma de comunicar tanto la atención como la pausa en la actividad en torno a un lugar específico, una orden que llamaba a escuchar atentamente y suspender la producción de ruido.

Dentro de la sonoridad de las áreas de rescate, los puños arriba lograron crear un silencio, parcial, momentáneo, que iba y venía por unos segundos, a veces minutos; el volumen disminuía, los ruidos se volvían más quedos o se desvanecían por completo, y el silencio tomaba el espacio. Algunos testigos lo describieron como “un silencio feroz”, un silencio cargado de esperanza por los sobrevivientes, un llamado a escuchar una y otra vez, a sintonizar los oídos con esos débiles sonidos de vida entre las ruinas.

En este contexto, esos sonidos vitales, minúsculos, débiles, bajo los escombros, deben permanecer en el centro de nuestras reflexiones sobre lo que puede constituir sonido, ruido y silencio en un territorio acústico específico. Estos sonidos de vida se presentaban desprovistos de toda complejidad, siendo su audibilidad entre el caos, para los oídos humanos, animales y tecnológicos, su única característica importante. Todo más allá de este sonido primordial se convirtió en ruido, y podemos conceptualizar dos tipos de ruido: el ruido urbano habitual y cotidiano que caracteriza a la Ciudad de México, y el ruido ubicado específicamente dentro de las áreas de rescate, ruido de rescate, pues su producción era inevitable como parte de las actividades necesarias para encontrar sobrevivientes. Y el silencio, en su naturaleza relativa, siempre parcial, llegó a existir como una fuerza crucial y deliberada en contraste con esa atmósfera exacerbada llena de ruido urbano y ruido de rescate que dificultaba que los sonidos de la vida encontraran a su oyente.

 

Del ensayo “Puños arriba: orquestar el silencio en medio del rescate” en Notas sobre silencios (UANL, 2022), de Elisa Corona Aguilar. 

 

  1. La Belle, Sonic Agency. p. 20
  2. Entre las imágenes de mayor circulación que ejemplifican esto está la fotografía de Pedro Pardo, la cual puede verse en esta compilación de Time: https://time.com/earthquake-mexicocity-photos/

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