Aunque mi papá dice que tenemos dos coches, mi mamá dice que el Dart gris de dos puertas es realmente el nuestro, y eso es verdad; el Renolalians solo lo maneja mi papá porque él se lo compró y no le pidió permiso a nadie y el Dart es el que maneja mi mamá. En ése vamos a la escuela, y en ése comemos los lunes, los miércoles y los viernes para que nos dé tiempo de llegar a las clases de natación y de música.
A la clase de natación va mi hermano y a la escuelita de música nada más voy yo. Mi mamá quería que fuéramos a las mismas clases, porque siempre quiere que vayamos a los mismos lugares, a las mismas escuelas, a las mismas fiestas, como si fuéramos de esos niños gemelos que nacen pegados. ¡Fuchi! Pero a él nunca le gustó ir a lo de música y lloraba y no quería entrar a las clases ni tocar la guitarra que le compraron. Yo le decía que le pegara calcomanías al estuche de su guitarra, que es todo negro y duro, porque yo hago eso con mis cuadernos pautados y mis partituras y quedan muy bonitas; hasta le regalé unas calcomanías de frutas que cuando las rascas huelen a uvas, a fresa, a plátano y a limón. Él me hizo caso y el estuche se veía bien divertido, pero de todas formas seguía llorando cuando nos dejaban en la escuelita y le tenían que hablar por teléfono a mi mamá para que fuera por él. Entonces la directora de la escuelita le dijo que viera otras opciones para el niño porque no se trataba de que sufriera, que quizás más adelante, cuando creciera, podía regresar. El niño era mi hermano y las otras opciones eran otras clases que sí le gustaran y en las que no llorara. Cuando le contó a mi abue, ella le dijo que se diera una vuelta por el Seguro Social. ¿Mi hermano está enfermo?, pregunté espantada porque creía que el Seguro Social sólo era un hospital, pero después de regañarme porque siempre estás escuchando las conversaciones de los adultos, dijo mi mamá, mi abue me explicó que además del hospital también había albercas y canchas y daban muchas clases para niños y adultos. Mi mamá no estaba segura de que fuera buena idea la natación por lo del asma de mi hermano, pero mi tío, el que ya es doctor, le dijo que al contrario, le va a ayudar a fortalecer el sistema respiratorio.
Cuando fuimos a ver las albercas, mi hermano se emocionó mucho y hasta le preguntó al entrenador si en las clases les enseñaban a aventarse del trampolín altísimo que mide diez metros. Mi mamá me volteó a ver y me preguntó si yo también quería ir a la clase. Mi mamá
nunca pregunta si quiero o no quiero hacer algo, solo lo decide porque ella es la mamá y sé lo que es mejor para ustedes, siempre dice. Yo creo que esta vez me preguntó porque no era mi culpa que mi hermano no quisiera ir a la escuelita de música. Le dije que no porque me gusta ir al coro y ya voy a empezar las clases de piano. Le dije que no porque no quiero aventarme del trampolín altísimo. Le dije que no porque no.
Mi hermano tiene la costumbre de morder el cinturón de seguridad; apenas nos subimos al Dart, se pega al cinturón que cuelga del lado de mi mamá, lo retuerce y se lo mete a la boca. No hace ruido, pero siempre lo deja mojado, todo lleno de saliva asquerosa. Algunas veces se va todo el camino pegado al cinturón, pero otras, parece como si se le olvidara y vamos cantando las canciones que pone mi mamá en el estéreo, acomodando los casetes o jugando a “coches de colores” o “casas que nos gusten”. Esas veces, aunque parece que ya se le olvidó, se voltea mientras estamos parados en un semáforo y el juego se detiene o en lo que cambia la canción, y aprovecha para chupetear y morder el cinturón. Como siempre muerde el mismo cinturón, el del conductor, que es mi mamá, ahora ya no se puede usar porque está todo duro y arrugado y tostado por el sol, parece un pedazo de jerga vieja. No importa que ya no sirva, nadie nunca se lo pone.
¿Para qué sirven los cinturones de seguridad?, pregunté jalando el que está de mi lado, jalándolo como si fuera un resorte. Pues para salvarte la vida, dijo mi hermano como si acabara de hacer la pregunta más tonta de todo el mundo. Para nada, solo sirven para estorbar, contestó mi mamá. Hay cosas que nada más están de adorno, que dicen que sirven para algo pero en realidad nunca se usan, como los cinturones de seguridad y como nuestra pistola.
No sé por qué lo hace, lo de morder el cinturón y otras cosas, como los cuellos de las camisas del uniforme, los tirantes de la mochila, las orillas de las sábanas y las mangas de todas sus pijamas. Ni que fuera un bebé. Mi mamá nunca lo regaña por echar a perder lo que chupa, como tampoco lo regañó por destrozar el cinturón de seguridad de nuestro coche; yo creo que lo deja hacer cosas porque le da tristeza lo de su enfermedad del asma, porque Pobrecito, no puede respirar, dice cuando él se enferma y porque Pobrecito, no deja de chillarle el pecho, y entonces ella chilla junto con el pecho de mi hermano. A veces sí quisiera ser su gemela pegada para que mi mamá me dejara ser pobrecita.
—Fragmento del Capítulo I. “Renault Alliance”
Título: Una casa con jardín
Autora: Itzel Guevara del Ángel
Año: 2022
Edita: UANL