Anuar Jalife Jacobo
Discurso leído en ocasión de la entrega d
el VI Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura de la Universidad de Guanajuato
a Ricardo Castillo en marzo de 2023.
Supongo que no es casualidad que después de haber estado dedicado a la crónica, el ensayo, el cuento, la novela y el teatro, la sexta edición de este Premio Jorge Ibargüengoitia se consagre a la poesía, un género que, hasta donde sabemos, el escritor guanajuatense no cultivó. Lo hace celebrando la trayectoria poética de Ricardo Castillo, cuya obra comparte con la del autor de Los relámpagos de agosto el sentido del humor, el rechazo a lo solemne, la atención a lo cotidiano. Se diferencian ambas sensibilidades en que en la escritura de Ibargüengoitia existe siempre una alegre y aristocrática distancia con respecto a las cosas, mientras que la poesía de Castillo gusta de acercarse a ellas sin pudor.
Nacido en 1954 en la ciudad de Guadalajara, Castillo es poeta, ensayista, artista escénico e investigador. Es autor de libros como El pobrecito señor X de 1976, reeditado junto con La oruga en 1980; Concierto en vivo de 1981; Como agua al regresar de 1983; Nicolás el camaleón de1989, Borrar los nombres de 1993, Reloj de arenas de 1995, Islario de 1996, el libro-juego La máquina del instante de formulación poética de 2001; Nuevo islario —Antología personal de 2003 e Il re Lámpago de 2009. También es creador de los espectáculos escénicos Concierto en vivo, con Jaime López, y Es la calle, honda… y Borrados, con Gerardo Enciso. “Heredero del coloquialismo latinoamericano, de Nicanor Parra, Carlos Martínez Rivas y Efraín Huerta —como señala Luis Vicente de Aguinaga—, Castillo ha escrito a lo largo de cinco décadas una obra de intenso lirismo que ha derivado hacia una expresión de gran poder performativo, afín al teatro experimental y la poesía sonora”.
La obra de Castillo representa un hito en la historia de nuestra poesía reciente. Para Evodio Escalante, su irrupción en la escena literaria mexicana tuvo el efecto de una suerte de “bomba en una tranquila reunión de comensales” y fue “la señal que denotó el surgimiento de una nueva generación a la que, como pudiera haber dicho The Who, ya no se la podía continuar engañando”. Como todo joven poeta, auténtico poeta, con el arrojo de sus 22 años, Castillo emprendió una crítica radical a la tradición literaria y dio forma a una poesía ajustada a la sensibilidad de su propio tiempo, signado por el ocaso de las utopías, la decadencia del viejo régimen político mexicano y el paulatino desdibujamiento de un sentido colectivo de la existencia. Como todo gran poeta, ese camino de crítica de lo hecho o lo heredado y de indagación en el presente, lo ha retomado en cada nueva empresa poética en la que se ha embarcado.
Quizás lo que marca su larguísimo derrotero literario, de El pobrecito señor X a Il re lámpago, es la búsqueda permanente de un nuevo lenguaje para la poesía. Desde la aparición de su primer libro, Castillo abrió la poesía mexicana a nuevos registros lingüísticos y éticos que discordaban con ese famoso medio tono crepuscular que Pedro Henríquez Ureña le atribuyera a nuestra lírica a comienzos de siglo pasado; una apertura que lo sitúa en la ruta heterodoxa de los estridentistas y Carlos Gutiérrez Cruz, de José Vicente Anaya y los infrarrealistas. Alejada de todo preciosismo, de todo elitismo también, en ella tiene lugar lo inmediato y lo cercano como materia de expresión poética. No es una poética de la facilidad o la ligereza sino de lo terrenal, de lo contingente, de lo bajo como fundamento de lo vital, de lo que acontece, como dice Escalante, “aquí y ahora”. A manera de invitación al viaje baudeleriano, unos versos de Castillo nos dicen que “un error puede ser el principio de la verdad, un tropezón puede resultar lo más revelador del camino”, que se debe ser sensible a “la luz de lo imperfecto”. Y quizá sea esta una de sus claves estéticas: nombrar poéticamente lo imperfecto, no temer su contagio.
En ese sentido, no es casual que la escritura de Castillo deviniera en oralidad, que al coloquialismo de sus primeros poemas se sumaran más tarde las exploraciones sonoras y escénicas, pues uno de los centros de gravedad de esa poesía terrenal debía ser necesariamente el cuerpo, como lo que tenemos por más cierto y cercano, y como origen de toda poesía. Como escribe Luis Alberto Arellano, en el homenaje que le rindió hace algunos años la revista Tierra adentro, “la poética de Castillo es una celebración al cuerpo, propio y ajeno, como forma de ritual poético.” En una entrevista con Víctor Ortiz Partida, Castillo explica el surgimiento de su vocación literaria —previo su conocimiento juvenil de la poesía culta— como fruto del contacto con la poesía oral y de corte popular que se decía en casa: adivinanzas, albures, trabalenguas; canciones de Cri-Cri y Agustín Lara; poemas del Romancero gitano: “escuchar versos —comenta nuestro poeta— me llevaba a sentir que se trataba de otra manera de hablar o, mejor, de otra voz para hablar de otra forma. Mi atracción primera hacia los versos responde al influjo sonoro de las palabras. Intentar —¡oh iluso!— escribir ese sonido. Desde el principio ya estaba el germen de lo que se señala al final de mi proceso: Decir poemas.”
Señalar esta faceta no es menor a la hora de ponderar su obra, pues redondea el perfil de un artista que en muchos sentidos ha sido un precursor de algunas de las rutas más arriesgadas de la poesía mexicana de las últimas décadas. Este premio está destinado a reconocer la trayectoria de nuestras y nuestros autores más destacados, pero quiero pensar que no lo hace de una forma consagratoria, que lejos de petrificar las obras de sus ganadores, de condenarlas a cosa pasada, las reconoce desde el presente. Tal es el sentido de premiar en esta ocasión a Ricardo Castillo, un escritor que posee una influencia como pocas en nuestra poesía contemporánea; un escritor que en tiempos en los que la publicidad y la propaganda, la burocracia y la informática buscan hacer del lenguaje un mero instrumento, nos muestra con su poesía la vida secreta de las palabras, su caótica autonomía; un escritor que, como afirma De Aguinaga, es “un juglar y un cronista, un hechicero y un médium”. Enhorabuena por la poesía mexicana, enhorabuena por la poesía de Ricardo Castillo.
Guanajuato capital a 21 de marzo de 2023
Anuar Jalife Jacobo escribe crónicas y ensayos. Es profesor del Departamento de Letras Hispánicas de la Universidad de Guanajuato. Es doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de San Luis. Recientemente editó la edición facsimilar de la revista estridentista Actual Nº 3 (Universidad de Guanajuato, 2022). Es autor de los libros Novo (Universidad de Guanajuato, 2018) y El veneno y su antídoto. La curiosidad y la crítica en la revista Ulises (1927-1928) (El Colegio de San Luis, 2014). Ha publicado en revistas como Este País, Tierra Adentro, Armas y Letras y Confabulario, entre otras. Ha sido becario del PECDA Guanajuato y del Fonca en la categoría de ensayo.