La vida de un concierto

José Carmen

 

Mil cuatrocientas horas para tres minutos de gloria. 

Solfear, conducir voces, no entender nada de contrapunto, volver a solfear: dooo, mi soooool fa soool, fa mi re miii. Aprender que, en el periodo barroco, cantata era lo que se cantaba y toccata era lo que se tocaba. Otra vez solfear. Repasar pasajes difíciles. No volver a entender nada. Martirizarse por una nota aguda. Descansar. Escuchar escuchar escuchar. De nuevo a la práctica. Calentar. Voz de pecho, voz de cabeza. Memorizar. Audición. Echar todo para atrás. Llorar. Impotencia. Impostor.  Miedo. El eterno debate entre el talento y la dedicación. Dudar: ¿qué estoy haciendo? Regresar a las lecciones. Cuatro, cinco, seis horas al día frente al piano. Recitales. Más práctica. Darse cuenta que todas y todos están igual. Que nadie sabe por qué hay tanta inversión. Que estudiar música no es ir a tocar tus canciones favoritas. Que, de hecho, nunca tocas tus canciones favoritas. Que el noventa por ciento del tiempo consiste en pasarla frente a tu instrumento. El otro diez es intentar entender algo de teoría que después descubrirás en la música. Que por cada minuto que puedes tocar bien son quinientas horas para que salga.

 

Siempre he dicho que estudiar música no es difícil pero involucra un nivel de paciencia inmenso. Pasarán años para que puedas dejar de escucharte como si alguien estuviera agonizando. Todo para pararte frente a un público y tocar un rato. Y en ese camino de práctica, de ganarle al miedo escénico y agarrar callo se va un cuarto de vida. El otro cuarto es intentar sobrevivir sin dar clases. Porque son pocos los que viven de su arte y siempre hay alguien que quiere aprender. Porque en lo que agarras vuelo ya pasaron diez años. 

 

Llega la hora de los conciertos. De preparar el repertorio y volver a practicar. Pero ahora no te puedes equivocar. No habrá piedad. No podrás decir que estás aprendiendo. O lo haces bien o te quemas. Hacerlo así es pensar todo. Porque cantar no es sólo pararte y verte bonito. Es el escenario. La puesta, el movimiento. Se canta con el cuerpo. Cantar es la historia, el camino del artista. La llegada. Decidir qué ropa usarás. El peinado. Dónde te vas a parar. Qué dirás al inicio, al final, entre piezas. O no decir nada. Cantar es una forma de decirte a ti mismo que has logrado algo.

 

La última parte le toca al público. La espera. Llegar y hacer fila hasta que las puertas se abran. Correr al frente del escenario, tomar los mejores lugares. Todo por estar más cerca porque la distancia entre los artistas y la gente supuestamente normal es lo que nos distingue. Pasar hora y media de júbilo. Gritar, saltar. Vivir la complicidad del gusto con otras personas. Salir de ahí renovado. Noventa minutos bastaron para sentirte completo. Agradecido de darle un poco de tu tiempo a alguien que te ha entregado su vida.

 


 

José Carmen. (1995). Estudió Filosofía. Perteneció a la tercera generación (2021) del Centro de Creación Literaria de la Casa Universitaria del Libro UANL. Entre 2021-2022 realizó en comunidad el primer Laboratorio Filosófico: experienciando y experimentando el filosofar en comunidad en el LABNL de CONARTE. Sus actividades se alternan entre la música, la literatura y las prácticas filosóficas.

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