Dos minificciones

Renata Allen

 

Es un juego

Así comienza el juego: una mano nervuda y temblorosa trata de alcanzarte. Hace curvitas en el aire con sus uñas rotas. Las niñas ríen debajo de la cama; agachadas, se empujan las unas a las otras para que alguna tropiece y caiga. Ahora las traes tú. Ahora te trae el abuelo a ti y no a mí.

Ven, dame un abrazo.

Ven, dame un besito aquí.

Salgan, salgan.

Son hermanas y primas, son todas nietas del abuelo y todas usan uniformes escolares. Después de clases, las obligan a ir a saludarlo hasta su cuarto. Pero salúdalo bien, dicen. Sus madres las obligan por sus esposos y los esposos las obligan porque el abuelo se está muriendo.

El juego es simple: si la mano te agarra primero, pierdes. Es muy divertido jugar. Una de ellas, la mayor, no ha perdido desde hace una semana; le gusta empujar en especial a su prima porque tiene más juguetes y su piel es más blanca. 

Una niña cae y la mano se aferra a su hombro. El juego termina para el resto, porque el abuelo ya no tiene la fuerza de antes.

Así termina: te recuestas debajo de la cama y aguzas los oídos. La niña perdedora debería llorar, pero pocas veces lo hace.

 

 

 

Un servicio para la abuela muerta

 

Diana pone el reproductor de CD portátil encima de la tumba de la abuela de Laura. Hay silencio en el cementerio.

Laura saca un disco rayado de su mochila y lo coloca con cuidado en el reproductor de Diana.

Perfume de gardenias, tiene tu boca…

El volumen es el más alto. Diana recuerda las palabras graves de su padrastro, lo recuerda por el retumbar entre las lápidas. La ceremonia da más vergüenza que tristeza. Para no ver el rostro de su amiga, se enfoca en una pequeña margarita que sobresale de uno de los arreglos florales.  

Tanto vigor en los colores de las flores; tantas letras dulzonas en la canción. Las dos niñas permanecen sentadas en la piedra que resguarda el cuerpo en descomposición de una mujer vieja que había disfrutado Perfume de gardenias.

La canción termina. Laura apaga el reproductor con rapidez porque no quiere que nada vuelva a sonar allí, al menos no sobre la tumba de su abuela. Las niñas se levantan, se sacuden el polvo de sus pantalones y se dirigen a la salida del cementerio. Gracias por acompañarme, dice Laura.

Voltean a verse y lo esquivado sucede: las carcajadas de niñas temperan el efecto de la música romántica; de los reclamos susurrantes de los pájaros; de la enfermedad, y la muerte de la abuela; de sus vergüenzas. Aunque les duró poco, muy poco. 

 


Renata Allen (Minatitlán, 1991). Escritora y licenciada en Letras Hispánicas por la UANL.   

Artículos Relacionados

No Related Article