Yaroslabi Bañuelos
Día de oficina
(Esta mañana lloré veintidós minutos en el baño y me pregunté
si la depresión es una ausencia laboral justificada).
Aquí mi cuerpo resiste
sumergido en un helado manantial de voces
que no abre dentro de mí su cauce.
No puedo retenerlos: todos mis pensamientos vagan
en la lejanía azul de las montañas
juegan entre la hierba fresca,
danzan con los sapos
y los duendes de la lluvia.
Pero mis manos tropiezan
sobre un teclado sucio al que le falta
la letra M
M de marmota,
Mercurio retrogrado,
Modafinilo,
Manual diagnóstico y estadístico
de los trastornos mentales.
M de mujer que detesta
los calcetines impares y los destellos
fosforescentes.
M de muchacha que revisa más de diez veces
las perillas de la estufa
antes de dormir.
Muchacha que jamás consigue anudar
los cordeles de los días.
Nada de esto importa
todas mis hogueras arden lejos del desierto
bajo un cielo aluzado
por estrellas paganas
que sólo el silencio conoce,
aunque mi rostro se desvanezca
en el resplandor lunar de un viejo monitor
y las aves de la mañana
se hundan en el llanto monstruoso
de la impresora.
En la fila de la tienda de abarrotes
«Así que entrenas taekwondo»,
habló el hombre al niño que esperaba una lechuga y un galón de leche.
La luz de noviembre se derramó como una catarata
bañando los vocablos-pájaros que ambos arrojaron a la banqueta.
El hombre se marchó pronto
con su voz de aguacero, sus panes y sus zanahorias.
«Cuídate de los canallas», dijo al despedirse,
el chico continuó conversando con sombras que no logré distinguir.
Sus mejillas reflejaban el último soplo de la tarde moribunda.
El niño me miró y casi en un susurro prometió su propia
liberación:
«Mi entrenador ha dicho que podré derribar a mis enemigos con un golpe».
No supe qué cuerda tirar ni qué palomas lanzar al crepúsculo,
después el chico extravió la mirada en los gélidos astros que alumbraron
el horizonte.
Dentro de sus ojos reconocí hienas y campos de tréboles,
girasoles silvestres y canarios, gárgolas, monstruos marinos, colmenas.
Reconocí las batallas que se pierden cuando tienes once años
y tu cabeza es un mundo aparte.
Le obsequié mi turno en la fila y el niño avanzó veloz hacia su clase de
Taekwondo.
Quisiera entregar un poema sobre el perdón y sus victorias
sin embargo, en el fondo de mis huesos
yo también hubiese apostado por abatir los terrores, por lo menos
con un puño de palabras.
Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022.