Donnovan Yerena
Vivimos para contarlo. Esta aseveración me ha cautivado desde que aprendí a hablar. Vivimos para recolectar historias, anécdotas, recuerdos. Mentimos para sentirnos vivos. Transformar la mentira en una tina de agua tibia es la mejor manera de cuidarnos. Llegar al departamento tras un día pesado en el trabajo, desprenderse de todo lo que pesa hasta quedar desnudo, abrir la llave del agua y dejar que la corriente haga su trabajo. Esperar, meter un pie y luego el otro, hundirse poco a poco, soltar el cuerpo y desinhibirse de todo. Un baño de agua tibia es la mejor mentira.
Una mentira es una forma de decir te quiero. Caben dentro de cualquier cosa, varían en tamaños y pesan lo correspondiente a su capacidad de asentarse dentro del cuerpo. Hay mentiras de todos los colores. Las hay rojas, del tamaño de un puño antes de dar el primer golpe; las hay verdes y amarillas, siempre del tamaño de un diente de ajo. También las mentiras blancas, que son tan ligeras como un campo de algodón y al acomodarse en las encías por mucho tiempo, sangran. Incluso hay mentiras tricolores, multiflora; esas son más difíciles de encontrar, se esconden en lugares pequeños como la esquina de las habitaciones, en los lotes baldíos y en la copa de los pinos.
Algún día yo fui arcoíris. Mi existencia se fundamenta en las mentiras que todos mis antepasados dijeron alguna vez. Todas las familias mienten, algunas tienen la boca manchada de cian y anaranjado, otras tienen un manchón violáceo en la comisura de los labios, de ellos nos tenemos que cuidar. Las mentiras son malas, o al menos eso me contaron de niño. Me enseñaron a no hacerlo, a temerle a la mentira y a huir de todo aquel del que se desprendieran.
Es inevitable, no podemos huir. Mentimos sin darnos cuenta, incluso una verdad a medias es una mentira completa.
Después de evadirlas tanto, aprendí que era mejor verse al espejo y abrazar la farsa. Fue entonces que me decidí por empezar a escribir. Ficcionalizar sobre nuestra vida es una mentira iridiscente, va minando la piel sin darnos tregua, como diría Carmen Alardín. Escribir sobre mi vida es la manera en la que me miento a mí mismo para crear alternativas de todas las cosas que deseo hubieran sido diferentes.
El cuerpo es un camino ominoso
Escribir constantemente supone un viaje de introspección y de ajustarse a las temáticas, reconocerse dentro de cierto tema y comenzar a abrir heridas. No digo que escribir sea doloroso, o que siempre se necesite recurrir a algún trauma o problemas no resueltos de la infancia, sino al mero hecho de escribir: romper el silencio es una herida que dejará marcas. Bien dicen que la palabra es nuestra mejor arma. Ensayar sobre sí mismo inicia un viaje del que no se puede bajar, ni siquiera cambiar el destino o conocerlo. Cerrar los ojos y dejarlos caer dentro es el primer paso para comenzar.
Nuestro cuerpo se transforma en un campo de guerra cuando escribimos algo que nos permea. La piel se vulnera y nuestros órganos se asoman por las hendiduras, pliegues y articulaciones, de pronto, somos carne para consumo. Imagino un pasillo largo de supermercado con cuerpos de escritoras y escritores en las estanterías: cortes sagitales y transversales, venta de discursos poéticos contemporáneos, versos a granel, dedos rapidísimos que escriben una novela por año, ensayistas al por mayor, la lengua se vende por separado.
No quisiera que este ensayo fuera un manifiesto en contra del consumo de la palabra como producto, ¿dónde queda un ensayista dentro de la cadena de producción? Yo creo que siempre está buscando las ofertas en el departamento de frutas y verduras. Al menos yo sí. Y también practico con la palabra maleada, la que me enseñaron a temerle desde niño.
Mientras paseo por los pasillos de H-E-B pienso en todas las maneras en las que puedo escribir sobre el día que mi padre me llevó a un partido de futbol sólo para no verlo y en su lugar, tuvo una conversación conmigo sobre el porqué se tenía que ir de casa: una misión secreta para salvar a las abejas de la extinción, ya lo esperaban en Escocia. Lo siento hijo, ya no podré ser tu padre, me dijo. Y yo sin entender mucho lo que pasaba, me levanté, me dirigí hacia la cancha, y anoté tres goles seguidos.
Como el musgo en el bosque, quisiéramos estar en otro lugar
Manuel Alberca habla en El pacto ambiguo: de la novela autobiográfica a la auto-ficción, sobre los límites de la autoficción, entendiéndola como una propuesta ficticia transparente, casi nula, del acontecer de la vida cotidiana. Dentro y fuera del cuerpo. Afirma que una novela que aparenta ser una historia autobiográfica puede ser confundida por el lector como una pseudo-novela o incluso una pseudo-autobiografía dada su transparencia autobiográfica que proviene de la relación del narrador o protagonista con el autor de la obra. A todo esto, agrega lo que para mí, es lo más interesante: esa relación se sostiene con la firma de la portada, es decir, nuestro nombre.
¿Qué relación tiene nuestro nombre con nuestro cuerpo? Creo que existe una simbiosis entre ambos que se nutre de la conexión que se genera cuando el autor se desprende de sus textos para que puedan ser leídos por un público. Como el musgo que crece en los bosques, ostenta el título de ser una de las primeras especies de plantas en habitar la superficie terrestre. El musgo se tiende, frondoso, en cada rincón del bosque, buscando coexistir en un ecosistema en el que pasa desapercibido. Así nosotros, esperamos existir en ciudades que nos cobijan de polvo y a pesar de todo, escribimos. Ensayamos para sentirnos dentro de un sistema, para rodearnos de brazos y reconocernos en la falsedad de nuestro cuerpo: la ficción le es innata al ser humano, mentir es un mecanismo de defensa, de supervivencia, de denuncia, de amor.
Los nombres pertenecen a los cuerpos sueltos, dispersos y expuestos en un supermercado de poetas y artistas. Uno no entra sólo para deambular y perder el tiempo posando los ojos sobre lo que escriben los demás, sin embargo, cuando alguien pregunta, todos decimos juntos: “sólo ando viendo, gracias”. Mentimos sin razonar, sin dimensionar el oleaje que se avecina. A veces me pregunto si realmente estamos respirando, o solamente fingimos hacerlo para mantenernos con vida.
Bibliografía:
Alberca, Manuel. El pacto ambiguo: De la novela autobiográfica a la auto- ficción. Biblioteca Nueva, 2007.
Donnovan Yerena. De Morelia, capital del estado de los pescadores. Estudiante de Letras Hispánicas fuera del agua. Formó parte de la segunda generación del Centro de Creación Literaria de la Casa del Libro de la UANL. Anteriormente obtuvo el primer lugar en el Certamen de Literatura Joven Universitaria UANL con un cuento sobre añoranza y té. En la actualidad, con eso sobrevive en la gran ciudad de las montañas. Certero creyente de que todas las historias son peces pero solo aquellas que se escriben, jamás serán pescados.