Diana Garza Islas
La pequeña títere de sí misma
la belleza sepia de amazona esfuminada
que cuelga del rubor con sus manitas de delfín
en el calor tácito y cuántico de rímeles
a encontrarse a sus hermanas
en la pasarela
coronita, chupón, esfera triangular sobre la vista
con las miradas truculentas del hastío
que comparten mis vecinas, frunciendo los pies
hacia adentro, manejadas por hilos invisibles
y querer correr al sur, desamarrar el arito
que une mi cabeza al amo
al niño con la cuenta
de los días bajo la lluvia enojada
sarape mal puesto y nunca más
las ollas de arroz
a una u otra hora de la tarde
sólo el color, sólo el correr
como una multitud atrapada
en el cuerpo de una araña con calvicie
como una gorila en la antártida
o en ny
boba, buena, lista
en la luna
con pelos
negros, rosas, frizz o primorosos
limpios o pegasos
fosfo o lentitud
sus reglas
en un marco
y desnuda, para que por siempre
la veas
desnuda de pie
desnuda con alguien
desnuda sin cara
desnuda con ala y con infiernos
propios
decidiendo si rosa o azul
si el sexo o la idea
si ser a, ser con él o no ser
transformarse
como luna
que nunca ha sido
la misma luna
nombrar
todos los colores que existan
también
ser hombre si quiero
o éteres y descuerpa
eso ya yo decidiré
cuando termine de dibujar
el autorretrato de mis dedos
uñita paarsifal
uñita con tumor ambiguo, todas las manos
del mundo
para extraerme de mí
hasta que el pie cese de ajedreces
que destinos imperfectos diera el barro
y barniz punta a talón
que opaca — lo que no combina, los retazos
que la memoria no eligió y no suelta
acolchados crímenes ocultos, adalides, rombo gris
circuverdes, trianguazul
todos aquellos oscuros tesoritos
pies sin cuerpo y con macizo agarre
y, bien mirados, a más de seis
estilos al doblar
(caminar yo no pude porque nací valiente)
y toda la conciencia del calor que en mí giraba
conforme en el tiempo
a ser sólo y nada más que una fragancia, adiós
mantita, adiós
cuerpo, adiós
Entonces, ven
a jugar a mi mundo
de planos y abismos
donde el guano anida en la garganta
y crece puertas
que son mares
a distintos tonos
del negro al gris
del gris al blanco
del blanco a lo demás que no existe
o no les quiero aún decir
como cuando era una estatua y vivía en la nube
así recuerdo yo lo curvo de los cuerpos
su brillo untuoso
la ciudad: árida y androides
que en cascadas ocupaban la pereza
a voz de caballas y trintines
golosas en el azul del otro aire
cabezas sueltas en el polvo
esa tecnología del distinguir
la ceniza del cuerpo
que no es lo mismo
cosernos a un huevo de tela que irnos a dormir
que parchar las arrugas con círculos dorados
yemas de color estéril
rosa, azul y un girasol
para liberar lo blanco oculto
entre tules y algodones
y algo más que nunca entendí
jeroglíficos esféricos
de fénix que hablaba
de gatos y abducciones
ocurridas más lejos
que el surco donde nació
obsidiana y olor de ostras
en recuerdo de la hebra articulada
hacia afuera del espacio
sinuoso entre mitros y células cordiales
y blancor
donde una voz gastada en un muro
o un dibujo verde diluido
donde la palabra yeso era en la lluvia
y alguien más que lo decía de otra manera
donde inventan los colores
y me basta
Entonces, empecé a conocer las cosas
¿desde cuándo existes, color rojo?
¿es verdad ese tu color?
empecé a advertir la línea
diagonal
surcada de rencillas fosforísimas:
espacio, volumen y extensión
empecé a inventar las cosas
con un óvalo rosa, que mira
y un trocito como dos lunas sintéticas
ardiendo simultáneas
como ser
yo
y anclar en lo negrito
adentro, sobre, alrededor
de una playa sin fecha, día o noche
desalojada
entre diez y catorce más breves satélites
con flujos verdosos en medio de tanto blanco hechizo
y la sombra de los círculos super-
puestos
para hacer nacer al sol-lagarto
conectado a sí mismo
por breves risas donadas
a los discos de una quena
y esto — era tan alto como el deslizar
tan alto como los cuernos de lulú
en medio del mensaje: una escalera
a ningún lado
a contemplar un agujero
a ser suave y callar
así nací yo y no temí la secuencia de los números
2, 2, 2, 9, 7, 4, 2 y 1
2, 2, 2, 9, 7, 3 y 4
los números, que son
tan parecidos a volar
sobre un fondo celeste y el hábito
de desaparecer
entre franja y humo
retrato doble con cráneo
sobre otro osar tampoco mío
con ansia de laurel que confundí
de sábilas, bien que venga verde el polvo
anidado, con huevitos de colibrí
y arcaicos enemigos que sabían tan bien
casi tal que menta duplicada
duplicar
duplicar, dinos la muerte
o ya de cual que otra mentira de adeveras
de caspas, plántulas y té
que entretenga al menos otro poco rato
tanto íntimo croar—
NOTA:
Este texto parte de la consigna de escribir sobre el verbo mentir y tiene relación con esta escena de El enigma de Kaspar Hauser (Werner Herzog, 1974).
Diana Garza Islas. (Santiago, Nuevo León, 1985). Su libro más reciente es Primer Infolio de las Vidas Reunidas de Almería Smarck (UAEMEX, 2021). Próximos libros: El sol es verde si lo miras (UANL, 2024) y Black Box Named Like To Me (Ugly Duckling Presse, 2024). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte, donde actualmente trabaja la trilogía Aión B: Memoria de un planeta que no existía.