Felipe de Jesús Saavedra Martínez
El lenguaje es algo inestable. Blando, maleable y corpóreo. Una membrana que nos envuelve cual burbuja opaca y fluida que funciona como un nexo entre el adentro y afuera. Como lo que propone Úrsula K. Le Guin como su modelo personal de la comunicación oral en Contar es escuchar cuando dos bacterias “se estiran y funden los seudópodos en un tubito o canal que las conecta…, intercambian “información” genética, es decir, se pasan una a la otra literalmente partes internas de sus cuerpos, a través del canal compuesto por las partes externas de sus cuerpos”. Es un modelo de comunicación bello y considera la corporalidad de donde surgen los lenguajes, en la Genómica es conocido como conjugación bacteriana. Cuando hablamos sobre el clima, discutimos, escribimos, recitamos o rezamos estamos haciendo más o menos lo mismo que hacen los seres del universo microscópico: interactuar, comunicar, cifrar y reproducir.
Sin células no tendríamos lenguaje. Como nos dice Maricela Guerrero en El sueño de toda célula: “Célula quiere decir hueco como una hoja para ser escrita. Si es que le digo a alguien: hace frío y llueve. Ponte un suéter, mi amor”. Estoy haciendo lo mismo que una bacteria cuando pliega su membrana para tocar a otra y empaquetado en un plásmido (ADN circular) emite un mensaje para comunicar en un entramado lenguaje bioquímico que: para sobrevivir uso este gen que se metaboliza en una proteína azucarada que te protege de los antibióticos, toma una copia. Quien recibe el mensaje es tocado y lo que recibe le ayudara a adaptarse al caos del mundo exterior. Bacterias y humanos conjugamos a nuestra forma particular. La evolución no es una lucha o carrera hacia el perfeccionamiento es una serie compleja de procesos de adaptación a la realidad. Si es que somos lenguaje (celular) lo que hacemos con ello deriva de nuestra historia y de su adaptación evolutiva. El decir o mostrar lo que no es, aparentar algo distinto o exagerar algún hecho. Ser más grande y no serlo, hablar más fuerte de lo que se muerde, mostrar colores similares a un animal venenoso; formas no humanas de mentir están en la naturaleza de muchas formas de vida. Una de las aplicaciones más complejas del lenguaje humano es la mentira. Comunicar lo que no es tal vez en un principio del sinuoso camino evolutivo de nuestra especie sirvió para cumplir sus intenciones primarias de supervivencia. Claro que iré, te mandaremos comentarios de tu texto, no he roto nada, mañana voy al gimnasio, no pica, los niveles de contaminación no son dañinos, este proyecto mejorar la economía de todos, los asesinados eran narcotraficantes, no tengo problema con hacer esto gratis, te perdono, el cambio climático es parte de una agenda política, más que una empresa somos una familia y un abismal etcétera de ocultamientos y deformaciones del discurso que extendemos para adaptarnos a la sociedad, familia, amistades y relaciones románticas. Tal vez sin la mentira ya estaríamos extintos o tal vez la mentira será lo que lleve a nuestra especie a la extinción. Cuando era adolescente me gustaba ver la serie de “Dr. House” donde su protagonista (un médico brillante, sarcástico y con dolor crónico) asumía que todos los seres humanos mienten, pero el cuerpo no. El diagnóstico de los casos de la serie se basaba en escrutar el cuerpo, discurso y melodrama del enfermo para llegar a la verdad y si es que se tenía suerte a recobrar la salud. Esta ficción llego a mi en una etapa en la que la idealizada honestidad del mundo adulto se desmoronaba. Todos mienten se convirtió en una especie de axioma en la forma en que me relacionaba con los demás, me aisló, amargo, me hizo sentir con el derecho a ocultarme a los que me aman. Mi modelo de comunicación se volvió el de una criatura que se endurecía hasta eventualmente quebrar en un torrente de emociones no comunicadas. La omisión es una de las mutaciones de la mentira que la mayoría de los hombres comenzamos a utilizar para ocultar nuestra vulnerabilidad. En su ensayo “Todo sobre el amor” Bell Hooks habla del hecho que desde muy jóvenes somos orillados a utilizar la mentira para adaptarnos a la convivencia en una sociedad desigual aprendemos a dominar el lenguaje para controlar el mundo que nos rodea. Es común que quienes pasamos una dilatada adolescencia varonil constantemente llegamos a culpar a los demás por nuestra mediocre vida sentimental, sin embargo, en el fondo tenemos la inconfesable convicción de que nuestra identidad como varones ha sido limitada y herida; y nos damos cuenta con dolor de nuestra insensibilidad, de nuestra incapacidad para sentir emociones. Eventualmente el ocultamiento muestra sus consecuencias en el cuerpo y mente. Más de una vez tuve ataques de ansiedad que ocultaba debido a la represión emocional, lo que eventualmente me llevó a una depresión funcional, mala salud, paranoia y a un pesimismo crónico. El cuerpo reacciona a la mentira propia, ajena y social. Gracias a algunos procesos de duelo, terapia, amigos, conversaciones sinceras y autoaceptación comencé a permitirme vivir y mostrar mis emociones. Creo que en la sinceridad que la escritura puede infundir en nuestro discurso interno y externo. Por esa razón y cuando comienzo de nuevo a aislarme recuerdo el modelo propuesto por Le Guin, lo microscópico no pierde el tiempo con mentiras. Además, es más sencillo e interesante extender la mano a quienes amo y sincerarnos como bacterias.
Felipe de Jesús Saavedra Martínez. (Estado de México 1993). Egresado de la licenciatura de Biotecnología Genómica UANL y autodidacta en ciencia ficción. Tiene la hipótesis de que la vida es una metaficción escrita por células. Trabajó en un museo divulgando ciencia y fue becario en el Centro de Escritura Creativa de la UANL (219), donde desarrolló un libro de ensayos híbridos entre la literatura y la ciencia. El libro se titula Transcriptoma, donde intenta encontrar lo biológico en lo literario y lo literario en lo biológico. Ganador del certamen de Literatura Joven UANL 2020 con un cuento titulado Blue Ranger. Textos suyos pueden leerse en la antología Ellipsis 2019, la antología Ab animalibus editado por ENE y en la antología La presencia lunar editado por la UANL. Le gusta ir al parque a mirar árboles y escuchar cigarras.