sábado, septiembre 28, 2024
    Tres deseos

    Yaroslabi Bañuelos

     

     


    1: Desear la soledad 

     

    La luz dibuja en tu frente una manada de tricerátops,

    no hay nada que te importe más en el mundo

    que un monstruo de tres cuernos pastando al borde del Cretácico.

    También te importan 

    los viejos recortes de un tigre de Tasmania

    o las orugas del verano aferradas al oscuro follaje. 

    Prometes olvidarte de los Carnotaurus y las mariposas 

    porque no tienes cuatro años, 

    las deudas erigen un cenotafio sobre la mesa

    y la bruma relame tus huesos. 

    Te encantaría trocar el dolor abisal por las alas de una polilla,

    apostar por la soledad sin tragedias, 

    abandonar un día tus montículos de versos y descansar sobre la hierba

    (una hierba húmeda y real,

    no ese pasto artificial que crece en un poema)

    y entonces peregrinar hacia el sueño donde descansan los dodos.

    Intentas amarrar tus ojos a la vida cotidiana,

    te esfuerzas por engendrar la coreografía perfecta de una mujer adulta.

    Es inútil. 

    Hay algo que no encaja como debería.

    Hay un pájaro prehistórico que sólo vuela en círculos,  

    bestia alada que devora la noche. 

    Lo imaginaste desde el comienzo, antes de cualquier atisbo, 

    antes de cualquier examen psicológico, médico psiquiatra 

    o píldora prodigiosa.

    Siempre fue así, preferías intercambiar gruñidos 

    con dinosaurios de juguete a fabricar papalotes y sonrisas,

    porque hay un silencio anormal que brota entre tus huesos,

    hay un cráneo hecho de líquenes y tormentas. 

    Al fondo de la anomalía palpita tu cerebro:

    gélida caverna de cantos primitivos y animales extintos,

    lugar salvaje 

    sin veredas luminosas que conduzcan a un hogar seguro,

    a veces sólo es esto:

    un hermoso y siniestro bosque de dendritas,

    pozos de reptiles furiosos, un pequeño abrevadero de fantasmas.

     

    2: Desear el silencio

     

    Prefiero las horas deshabitadas

    cuando el hogar es un pantano y el fuego de los astros 

    acaricia las paredes, 

    allí puedo hacer un inventario de los relámpagos en mi cabello,

    escuchar la voz de los eucaliptos,

    descifrar la oscuridad en el espejo agrietado de mis pulgares.

    Recorro las grietas y cicatrices de la casa 

    como si desempolvara una antigua promesa

    y pronto resucito las palabras-polillas  

    que murieron bajo la mano temblorosa del fuego.

     

    Me gusta esconderme entre las patas de los gatos,

    confeccionar una crisálida de silencios

    y después aullar con los lobos que se ocultan   

    en las rutas salvajes del aire,

    pintar sobre mi epidermis un antiguo jardín de ranas y libélulas,

    jugar a la felicidad con las flores de la melancolía.

     

    En medio de un desvelo casi perpetuo me aferro 

    a las raíces de la penumbra, 

    hasta triturar el corazón tibio de la madrugada.

     

    No sé salvarme de otra forma 

    persigo mariposas suicidas 

    desde el amanecer hasta que las últimas estrellas 

    se deshacen en mis párpados,

    disimulo las heridas frescas con canela, jazmines y azúcar

    y alimento a las ausencias con lágrimas dulces.

     

     

     

    3: Desear otro nombre 

     

    No me gusta el murmullo de mi nombre. No me gusta la desgarradura que se abre en el viento si alguien muerde todas sus letras: es invocar el verde llanto de la mandrágora, espantar una miríada de cormoranes o montar sobre un caballo fantasma que galopa hacia el abismo. 

     

    Hubiese preferido que mamá me llamara Andrómeda, Datura Stramonium o Eurema, pero mi padre decidió bautizarme con sílabas que recuerdan a la guerra o el invierno siberiano. Quiero que me llamen cantando la balada más primitiva de los bosques, deseo un nombre como esa música de agua diáfana que corre por las cavernas; por ello está bien guardar un nombre elegido por los cometas o los arcanos mayores, un nombre secreto para llamar a casa a todos los animales del pleistoceno y a naciones de plantas carnívoras, un nombre oculto para que la jauría de voces que golpea en tu puerta jamás pueda herirte. 

     

     

    Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022. 

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