Yaroslabi Bañuelos
Afirmó como Anne Sexton que estoy cansada de ser valiente
Alguien cuyos ojos eran un hogar
ha dicho que no soy valiente
porque mi único logro ha sido no morir esta tarde de agosto
cuando las ramas de las acacias
están llenas de viento y las nubes parecen
un murmullo del otoño.
Es verdad, no soy fuerte.
Le temo a los alambres oxidados, al virus de la rabia
y a los golpes repentinos en el zaguán.
A veces el miedo es un jardín abandonado,
un pasillo invadido por la madrugada
o el himno nocturno de los perros.
Confieso que me aterra el moho sobre los tomates,
las manos violentas de los dentistas
o pensar en el día final, cuando ardan todas las praderas
y los pulmones sean luces de bengala.
Miedo a tener sed,
a los accidentes en coche,
a la combustión espontanea.
Miedo es ver la cara de un desconocido y no entender las espirales que salen de su boca.
Miedo al dolor después del dolor.
Es verdad
conozco algunos trucos para el llanto,
pero no soy Plath
y no domino el arte de morir,
sin embargo
podría subir al Himalaya tres mil veces
y, sin ninguna duda, tres mil veces me arrojaría
desde su vientre de hielo
sólo para caer a la nada y rodar
rodar
rodar.
Afirmo como un viejo marinero que son los trastornos del sueño cachalotes blancos
Estoy despierta
y mi esqueleto se parece a la pesada madera de un barco antiguo.
No resisto las dagas de la luz.
Estoy despierta en contra de mis parpados y sus caprichos,
un sueño de narvales y ruidos de ultramar
me distraen del mundo:
no consigo leer una página de Moby Dick,
no consigo escribir media cuartilla
ni siquiera puedo pensar en el llamado de la noche.
Mantenerme despierta cuesta lo mismo que varias docenas de manzanas
o algunos litros de Coca Cola.
En mi bolso casi vacío busco un ancla,
pero solo hallo un gel desinfectante,
un folleto que anuncia milagros para perder peso y una envoltura de pastillas de menta
con esta frase de Dante Alighieri
que nada tiene que ver con ballenas blancas
«No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria».
Digo: ¿Cuáles fueron los instantes
acariciados por la buena fortuna?
¿Aquellos tiempos cuándo no pensaba tanto en los ataúdes?
¿Aquellos días cuando dormía ocho horas de un tirón?
Quizá sea momento de ordenar las pesadillas,
dejar de navegar en los océanos petrificados de la madrugada,
ya no perseguir más a un falso Leviatán
y hacer como Herman Melville en las botas de un marinero:
abandonar tierra firme,
luego entregarme al mar para sustituir la tristeza y no golpear los sombreros de los transeúntes.
Salir a conocer la verdadera parte acuática del mundo.
Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022.