Electrocardiógrafo

Ghada Martínez

 

 

Zigzaguean las serpientes, las lagartijas.

Zigzaguean las cucarachas, también los tiburones y las gacelas.

Leí que es porque les permite moverse mejor en sitios angostos y poder cambiar de dirección rápido si lo necesitan. La inestabilidad del zigzag les permite, paradójicamente, tener mejor control de sus movimientos y una mayor capacidad de maniobra. Van hacia su objetivo sin ir directamente, para llegar mejor.

Zigzaguean los caminos que rodean las montañas y las fracturas del suelo marino.

Zigzaguean los rayos que surcan el cielo y los terremotos cuando dejan su huella en papel.

Las personas no solemos hacerlo. Caminar, correr o nadar en zigzag suena ridículo. Una pérdida de tiempo, un juego de niños, una borrachera. Qué tonto, ¿no? Ir sin ir realmente, perder la rapidez que da la línea recta y alcanzar lo que se quiere rápido y sin escalas, el “objetivo”:

Un vaso de agua

El control de la tele

El celular

La bolsa de papas en la mesa

Un trabajo adulto, una cabeza “sentada”; compromiso tras compromiso en forma de crédito hipotecario, matrimonio, bebés o trabajos que odiamos pero que pagan las almohadas sobre las que soñamos con estar en otra parte.

Irónico que estemos tan obsesionados con el camino recto y con llegar rápido a lo que creemos que queremos, debemos y se espera de nosotros. Irónico que se nos olvidea que los latidos de nuestro corazón se traducen en zigzag y que hay mentes que dan vueltas y vueltas y vueltas sin querer, sin llegar a ninguna parte.

Pero tú zigzagueaste de más

y nos costó todo.

Una relación peculiar, lo acepto. A partir de los cinco años ya empiezan las preguntas incómodas: para cuándo el depa compartido, para cuándo el anillo, los hijos; que el reloj biológico hace tic tac, que la gente luego chismosea.

Y tú y yo rodeamos cada una de las preguntas

porque éramos felices sentándonos juntos al sol,

  viajando,

leyendo en cafés

y besándonos en conciertos.

porque nunca me presionaste y sabías que te amaba por eso,

por tu tranquilidad, porque nuestro zigzagueo

le daba estabilidad a mis tormentas

 y al mundo.

Nos daba igual todo mientras estuviéramos juntos, zigzagueábamos alrededor de lo aceptable y lo decente.

El no compartir lengua materna,

la diferencia de edad,

que tú naciste de un lado del mar y yo del otro…

Nada importó

 porque nos teníamos.

Se nos hizo buena idea botar el trabajo dos días e irnos a la playa

porque estábamos a reventar del estrés.

                                               Yo fingí un resfrío y tú una infección del estómago. Empacamos lo necesario, rentamos un auto y la carretera nos puso eufóricos: ya nos saboreábamos el chillido de las gaviotas, las chelas frente al mar, los besos salados.

Escuchábamos música, cantando a todo volúmen, con el cabello enredado, las ventanasventajas abajo,

y enamorados como siempre y como nunca,

entonces zigzagueaste el volante y me reí una vez, luego otra y después la última.

Se nos acabó el mundo en un instante y por una estupidez, por no mirar al frente y seguir la línea recta. Por un chiste pendejo, por imprudentes.

Nunca te importó lo que pensaran de ti, si eras frío, mamón o demasiado sarcástico.

Llevabas el cabello despeinado como te daba la gana aunque te dije mil veces que te lo amarrabas chueco.

Comprabas ropa absurdamente cara que te hacía feliz y me preguntabas qué tal te veías con una sonrisa enorme.

Solo bebías mokas aunque me burlara de ti constantemente.

Odiabas que te dijeran qué hacer.

Eras dulce conmigo, tras esa jeta constante

tenías tanta ternura que me derretías.

Hicimos muchísimos planes, me prometiste cosas al oído, ya hasta estábamos pensando en seguir la línea recta un poquito.

Pero zigzagueamos de más,

se nos olvidó que no somos serpientes ni lagartijas.

Eras pPiscis, así que me gusta imaginar que ahora eres un pececito

que ondula por donde quiere, sin horarios ni paredes de cristal.

       Fuiste la única persona con la que me he imaginado una línea más o menos recta. Pero te fuiste y ya no tiene sentido,

así que seguiré zigzagueando

sin parar, danzando con lo que se venga, con la tristeza,

sin saber a dónde voy

 y buscándote en cada curva.

 

 


 

Ghada Martínez. Estudió Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. En 2021, su libro de cuentos, Sapos en la lluvia, fue publicado por el Fondo de Cultura Económica y el Fondo Editorial Tierra Adentro. En 2018 participó en el programa de Escritura Elipsis organizado por el British Council y en 2019 formó parte del Women’s Creative Mentorship Project de la Universidad de Iowa. Ha publicado para revistas como Este País Sin Embargo.

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