Tesis de la soledad, de Rodrigo Ramírez del Ángel o de cómo destruir al mundo en 25 relatos cortos

Aniela Rodríguez

 

I – El humor visto desde una nuez

 

Soy una lectora muy pobre del género humorístico por una simple razón: soy una lectora desconfiada. Exijo sólo lo que, como lectora, creo merecer: una sucesión de eventos que no jueguen con mi inteligencia. Una trama que pueda sostenerse por sí misma, por más absurda que parezca. Personajes complejos, que trasciendan la lógica del pastelazo. Quiero decir: para entender el humor se necesita astucia, pero para escribirlo hace falta autocrítica. Y en los cuentos de Tesis de la soledad (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2024) de Rodrigo Ramirez del Ángel, estas variables parecen navegar con soltura. Desde el curioso relato de una esquizofrénica con peculiaridades intestinales hasta las distintas representaciones de las violencias de género, Rodrigo Ramírez no duda en adentrarse por escenarios sórdidos y producir en el lector una marcada incomodidad, algo así como si los guionistas de Los Simpson y Six Feet Under decidieran hacer un episodio en conjunto:

 

“Manteniendo la práctica de la estación WXLT de presentar el más inmediato y completo reporte de las noticias de sangre y tripa…”.

 

Precisamente porque soy una muy incipiente visitante del humor, es un alivio encontrar cuentos como estos, con tantas y tan diversas capas de significado. En una apuesta sin duda arriesgada, los cuentos de Tesis de la soledad invocan la tradición escatológica de nombres tan aclamados como Chuck Palahniuk. A su estilo, no buscan lucrar con el morbo, sino que el lector sobreviva y se adentre en la compleja psicología de sus personajes a pesar de todo. Que la mierda, pues, sea lo menos importante en el relato. Se nota que Ramírez disfruta asomando a sus personajes al absurdo total, y el resultado es un libro como este: una carcajada siempre bordeada por los límites del llanto.

 

II – El curioso arte de la risa

 

Mi obsesiva afición al cuento como género me obliga, cada vez que tengo un nuevo libro entre las manos, a encontrar en él lo que llamo el cuento definitivo. En mi limitado entendimiento, cada volumen de cuentos tiene entre sus (digamos) veinticinco, un relato que lo distingue del resto. Uno donde el autor va más allá de la línea narrativa y se decide por hacer una apuesta estética. Aventurarse a esta misión requiere temple, pero, si el escritor tiene suerte, ese cuento se convierte en un indicador de sus posibilidades narrativas. 

 

No dudé en que estaba frente a ese cuento en tanto llegué a la segunda página de ¿Quién soy yo sin ti, un brevísimo relato cuyo punto más álgido ocurre a partir una tira de acelga que la protagonista intenta sacar de sus frijoles, y que se extiende y extiende hasta alcanzar proporciones ridículas:

 

Hasta donde tengo entendido, ninguna acelga es tan grande. Así que reposo el plato y, con mi mano desnuda, jalo la acelga, que ya mide más de un metro. Nadie parece notarlo. ¿Qué tan profundo es el tazón de frijoles?

 

Rodrigo es un buen narrador, porque sabe que sin el poder de la imagen, el relato no está completo. Entiende que el efecto no lo es todo: a veces un plato de frijoles puede ser el mejor pretexto para torcer el universo de la ficción. Y la imagen se alarga  y con ella, el absurdo. La acelga también crece y crece hasta que, de repente, sucede la magia: el lector ha cruzado el umbral del mundo cotidiano al de lo desconocido y, sin darse cuenta, ha firmado el pacto más importante con su autor: el de la verosimilitud.

 

III – Destruir el mundo y volver a armarlo

 

Hay cuentos que valen la pena por sus primeras frases. Hay otros en los que unx se queda para llegar a sus cierres. Destruir el mundo es el segundo caso. Tomando el Proyecto Manhattan como telón de fondo y a Oppenheimer como el fracasado protagonista, Ramírez del Ángel hace una relectura del famoso hito en la historia de la crueldad humana. El resultado es bellísimo, pero lo bello siempre tiende a ser un poco triste, y esta no es la excepción; en la línea que pone punto final al texto, se lee:

 

Me convertí en Vishvarupa, dice exhalando, acabo de destruir el mundo.

 

Me tomo la libertad de disculparme por el spoiler, pero aquí está el asunto: en el cuento, llegar a la revelación final no siempre es lo más importante, sino lo que se encuentra por casualidad en el viaje. Ridiculizado, reducido a una piltrafa, Oppenheimer transita de ejecutor de violencia a pobre diablo marcado por sus circunstancias. Relatos como este, esas grandes reinterpretaciones de verdades sin respuesta, hacen que unx vuelva a preguntarse cosas más profundas: ¿Quién es el Oppenheimer de carne y hueso, detrás de aquel artífice de la desgracia? Habría que cuestionárselo, como lo hace Rodrigo en apenas cuatro páginas; lo que pierde en espacio, lo compensa con una gestión impresionante de recursos. Quiero decir: se necesita confianza y técnica para construir un cuento como Destruir el mundo, que entrelaza lo siniestro de la naturaleza humana con su lado más mundano y repulsivo. Da gusto encontrar narradores como Rodrigo Ramírez del Ángel, que hacen mucho con poco y juegan a destruir el mundo junto a sus personajes.

 

 



Aniela Rodríguez
(Chihuahua, 1992) es narradora. Publicó “El problema de los tres cuerpos” (Minúscula, 2019).  En 2023 obtuvo el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada. Aparece en la selección de la revista Granta de los Mejores Narradores Jóvenes en Español. 

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