Una manada de bisontes

Alan Valdez

 

 

Una manada de bisontes
afuera de una iglesia metodista 

en Plymouth, Michigan

 

¿Te acuerdas cómo se le llama a eso que siempre está comenzando? La autofagia es un proceso celular que consiste en la degradación y reciclaje de componentes celulares dañados, envejecidos o innecesarios.

 

Por la tarde me quise recostar en la llanura. No para mirar al cielo. El cielo, ¿qué con él? Me quise recostar para que el mundo fuera mi espalda. Para sentir que mi principio y mi final eran solo dos itinerarios dispuestos con capricho. Así que, deja te platico qué pasó. Contártelo una y otra vez, hasta que todo esté tan mezclado, que apenas quede la sensación que se procura al combinar todas las barritas de plastilina.

 

La luz es esta. No hay que ir a encontrársela a ningún lado.

Dice Rulfo que si uno platica aquí, las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello. Y Luz Elena Mendoza contesta, el resuello me encuentra vacía. ¿Cuál es la palabra que comienza a evaporarse en mi boca?

 

Es una mañana de verano. Quitarse la ropa y sentir lo caliente de la arena. Dibujar un nombre con una vara. Sonreír para las fotos. Hay cosas que no tienen ninguna importancia, como el nombre del pequeño hueco arriba de los labios. Hay cosas que no tienen ninguna importancia, como la manera particular que tienen los cristales de resistirse a la sombra.

 

Hoy en esta página recuerdo que llegamos a la cima de un cerro. Me hablaste de tu padre. Yo pensé en el mío, pero no dije nada. Luego aventamos piedras y observamos los huesos de un animal. Huesos percudidos por el sol y la lluvia.

 

Llueve y hay un hombre acostado con su hijo afuera de un Oxxo

 

¿Qué anima el desprendimiento? No reconocer el brillo del oro.

 

¿Qué dicen los espejos de nosotros? Persignarse sin más significado que alguien espantando una mosca de su plato. Sentarse a comer la cena calentada en microondas. Sentir el peso de un cuerpo dormido después de pasar todo el día en el parque. Lavarse los dientes. Ser el último que te mira. No saber si eres tú el que se mira. Pensar en dormir mientras tratas de dormir. Pensar en lo que significa mi nombre mientras me presento a un extraño.

 

¿Qué día es? Llueve y no traes paraguas. Alguien pregunta por monedas.

 

¿Qué significan los ojos de quien está enfrente? Tomarse de las manos. Comprar pequeñas macetas para pequeñas plantas. Decir este soy yo. No el que habita en el espejo. Un yo que tú conoces y que no es accesible para mí. Diferente al que se enjuaga la boca antes de acostarse. Diferente al de esta foto. Diferente al que usa este nombre.

 

¿Para qué sirven los escalones? Cuando tenía cinco años y regresábamos del parque, mi padre me cargaba hasta la casa. Sorteaba su cuerpo y el mío a través de una escalera oscura. Nunca nos caímos. Pienso en el día en que yo tenga que cargarlo. 

 

¿A dónde van los ríos? En unos días cumplo veintisiete. Mi madre tenía esta edad cuando nací. En su pueblo hay un río. Ya no lleva agua, está cubierto de partes de tractores. Aún no pienso en mi muerte, pero si tuviera que decir algo sobre ella, hablaría sobre la mañana en que tenía siete años y me puse a contar todas las cruces que había a los costados de la carretera.

Fueron veintisiete de Chihuahua hasta cd. Cuauhtémoc. La muerte es horizontal como el hielo. No tiene nada que ver con el frío ni con su color. Solo es horizontal. Cerrar los ojos es algo horizontal.

 

¿En dónde estás ahora? Voy camino a tu casa. Me detengo debajo de los árboles para no mojarme tanto. Detrás de aquí hay un monumento.

 

¿Para qué sirven los monumentos? Para que los pájaros reposen. Después de mucho sin poder escribir, frente a una ventana de la Kresge Library donde iba a sentarme todos los días, vi jugando a una familia de pájaros con el pechito rojo. Esta mañana te dije que me recordabas a uno. Ellos contienen en su pecho todo el invierno.

 

…me siento con fuerza para dominar el mundo; pero no tengo más que veinte años y estoy completamente solo. 

Decir algo con la cita de Balzac, pero ¿qué? Ella misma es suficiente, y yo no puedo decir nada de Balzac aparte de lo mucho que me sorprende su convicción para tomar café como degenerado, y que encuentro heroica su ambición de tratar de hacer un dibujo completo de Francia en 137 líneas.

 

Ahora duermo como un recién nacido. Indiferente a mi nacimiento.

 

Hoy en esta página, mientras escuchó Thoughts of an Anxious Twenty-Something de Haley Heynderickx, he aprendido a enrollarme la toalla en la cabeza como lo hacía mi madre después de bañarse. Luego la llamé por teléfono. No le conté de mi nueva corona, pero me precisó cuántas de arroz por cuántas de agua. Ella sabe que yo ya lo sé. Aún así me repite la receta y a mí se me termina de secar el pelo.

 

Joseph Brodsky en algún momento en Ann Arbor, Michigan, unos años apenas después de la advertencia de la URSS:

 

Me prometí que, si alguna vez conseguía salir de mi país natal, iría a Venecia en invierno. Alquilaría una habitación en una planta baja. Junto al agua, me sentaría allí, escribiría dos o tres elegías. Apagaría mis cigarrillos en el suelo húmedo para oír su leve seseo, y, cuando estuviera a punto de quedarme sin dinero, no compraría un billete de vuelta sino una pistola barata, y, acto seguido, me volaría los sesos. Una fantasía decadente, por supuesto… pero si a los veinte años uno no es decadente, ¿cuándo va a serlo?

 

Brodsky tiene de vecino eterno a Ezra Pound, en Venecia.

No creo que platiquen entre ellos.

Yo nunca he muerto.

Yo nunca he estado en Venecia.

 

Hoy en esta página hojeo el Sensini. Yo también tengo veintitantos años y soy más pobre que una rata.

 

Me gusta la palabra Dios, aunque en este momento ya no estoy tan seguro de qué significa cuando la escribo. Dios podría significar: 

Es mayo. Hay un pájaro que no deja de golpearse contra la ventana, pero tú te niegas a intervenir de alguna manera. Sabes que no sería justo negarle al pájaro su afición a la violencia autoinflingida. 

O Dios podría significar: 

Ya es junio, estás a unas millas de la frontera canadiense. Hay un lago. Avientas una piedra.

O Dios podría significar: 

Tienes sed. Es julio. Ahora vivirás en un departamento pequeño en una calle llena de árboles y perros con collares caros. Te acabaste de mudar esta mañana.  Solo has abierto una caja con trastes. Tomas agua de la llave en el primer vaso que has encontrado. El vaso tiene una pequeña grieta, pero no se advierte cuándo se escapará el agua. 

Te sientes un poco sola. Aunque justo eso es lo que estabas buscando al mudarte. Terminas el agua. Recuerdas un poema de Charles Simic que se titula Charles Simic.

Charles Simic es una oración. Una oración con principio y final.

 

Hoy en esta página me acuerdo de Elena Garro sentada sobre una piedra aparente.
Hoy en esta página solo escribo para agradecerle por todo a Joe Brainard.

Hoy en esta página oí cómo alguien preguntó qué es la poesía.
Hoy en esta página me di cuenta de que yo no sé qué es la poesía.
Hoy en esta página, después de muchos días, me puse zapatos. Me sentí una persona diferente.

Hoy en esta página he mirado televisión de manera obscena.

 

Nunca he estado en Jerusalén, pero sé que venden coronas de espinas a dos dólares porque vi un capítulo del programa Parts Unknown, de Anthony Bourdain -creo que así se llama.

¿Cuánto costará la crucifixión completa?

 

Me gusta que Bourdain no se tome tan en serio. No sé realmente qué significa la expresión no tomarse tan en serio. Quizá podría ser catalogada como una de esas frases de emergencia que se utilizan en todos los convivios, fiestas o reuniones, que tiene como regla tácita, nunca quedarse callado, opinar de todo, aunque se desconozca por completo el tema. 

Me pasó en el cumpleaños de un perrito. Repetí frase de manual tras frase de manual, aunque la película, escritor y festival me fueran soberbiamente desconocidos. Es que su manejo de la metáfora visual nadie lo ha tomado en serio, confío que nadie sospecha de mí. De ahí se llegó a una conversación sobre una película japonesa. La seriedad de sus olas, después dije con la seguridad de haber clarificado una costa completa. Con esos dos comentarios, que no supe muy bien qué proponían, yo cubrí mi cuota. El resto de la fiesta, sencillo: escuchar, reír y asentir, variando el orden de vez en cuando para no levantar suspicacias. 

Al perrito, por otra parte, se le miraba contento. Casi como cualquier otro día. Pero no sé si la felicidad humana implica lo mismo para un perro.

 

Una vez vi a un pelón con una gorra que decía En años perro, yo ya estoy muerto.

 

Como ya te habrás dado cuenta, nunca sé explicar nada. 

Me gusta que Bourdain haga comentarios sobre lo pobre que son algunos países mientras bebe una cerveza o fuma un cigarro. 

Me gusta que Bourdain no se tome tan en serio. 

Aunque cabe mencionar que también se toma su tiempo, ¿por qué no?, para hacer algunas precisiones lingüísticas.

 

New Yorker, en el 99:

In New York, the main linguistic spice is Spanish. 

Hey, maricón! Chupa mis huevos means, roughly, How are you, valued comrade? I hope all is well.

 

La historia de la comida podría ser, paralelamente, la historia del envenenamiento.

 

El mismo April 12, 1999. New Yorker.

Gastronomy is the science of pain.

 

Hoy en esta página supe cómo murió Bourdain.

Suicidio en junio del 2018.

8 de junio.

¿Qué año es este?

Le Chambard Hotel en Kaysersberg-Vignoble, Francia.

Se colgó.

Se colgó usando el cinturón de su bata de baño.

Me sorprendió también, como a ti, que un cinturón de bata de baño soportara el peso de un chef originario de New York, I Love You But You’re Bringing Me Down.

Habrá que comprar una bata de baño.

Nunca he tenido una.

Tampoco he poseído nunca un paraguas.

 

Como el gran entusiasta por la comida que era Tony, Tony B. (¿así le dirían sus amigxs?), el hecho de que no cenara esa noche y que no bajara a desayunar, por supuesto que fue un signo de evidente desacomodo en el mundo.

Lo encontró otro chef llamado Éric Ripert.

Bourdain tenía 61 años.

No sé cuántos tendría Éric Ripert.

En años perro, ¿qué tan muerto está Anthony ahorita?

 

Hoy en esta página un perro se acercó a husmear cerca del bote de basura del aeropuerto. 

Hoy en esta página estoy seguro de que Mark Twain viene a mi lado en el avión. 

Él, A21.

Yo, B21. 

Sobrevolando alguna parte del Midwest.

Mark lee a Stephen King.

Yo nunca he leído a Stephen.

¿Debería leer a Stephen King si Mark Twain lo hace?

Así funcionan las listas de novedades o los cintillos de Anagrama.

Y ver a Mark leyendo cualquier cosa es legitimación absoluta, ¿no?

Aunque puede tratarse de un libro que solo lee por morbo.

 

Twain se come las galletas de un empaque que contiene más aire que otra cosa

Mira de a ratos por la ventana como pensando en la longitud del verdadero Mississippi.

Me pregunto por qué Mississippi tiene tanta s para decirse.

 

Leo, sí, ya sé, ya sé, casualmente su Diario de Adán y Eva.

Así ocurre, a veces.

Quisiera preguntarle algunas cosas.

Por ejemplo, por qué viaja en pasillo y no en ventana.

Pensé que él estaría interesado más en mirar el cielo y sacarle a Dios algunas risas.

 

Mark toma café negro. 

Sin azúcar.

De vez en cuando se reafirma el bigote.

Yo, por seguir el canon, me reafirmo el bigote también.

 

Y me pregunto, qué va a hacer a Detroit, Michigan.

The Motor City.

Quizá vaya a reclamar la mesa que usó de escritorio por más de treinta años y que está en el museo Henry Ford.

Debe ser cansado morir, y luego revivir e ir museo por museo juntando tus pertenencias.

No solo eso, por calle, escuela, cátedra y biblioteca diciendo:

Detengan esta majadería.

Al fin resulta que sí estoy vivo.

O precisamente lo que le sigue.

Así que detengan sus premios, homenajes infames y productos de belleza con mi nombre.

 

Mark Twain a la usanza del siglo en el que está, viste blue jeans y playera roja.

Usa lentes para vista cansada.

Rectangulares.

Se hurga la boca tratando de quitarse comida de entre los dientes

y cruza los brazos

como quien ya entendió todo

no por sabio

sino por muerto.

 

United Airlines ofrece su tarjeta de crédito para sumar millas a cada pasajero.

Mark ni siquiera voltea a ver a la azafata con el folleto entre las manos.

Clásico Mark Twain dirán los estudiosos.

 

Ve la portada de mi libro.

Diario de…

La mira como si mirara un espejo.

No dice nada.

Y se rasca la manzana de Adán.

Se aburre.

 

Ahora duerme el sueño que le corresponde dormir a alguien que fue despertado en medio de un ingrato siglo.

Ahora estamos sobre el lago Michigan.

Es verano.

Mark Twain tiene casi dos siglos.

Yo no llego ni a la mitad de uno.

 

Despierta y comienza a curiosear en la pantalla pegada en la nuca del asiento delantero.

Selecciona Corazón Valiente.

Ríe cuando, en la película, Mel Gibson le dispara a un coronel a caballo.

Clásico Twain replicará la crítica.

 

Quisiera preguntarle por qué Samuel Clemens.

Quisiera preguntarle si reírse de Dios es una forma de la fe.

Pero me detengo porque la azafata ordena levantar las mesitas y poner en vertical los asientos.

Y como ya vamos descendiendo, en cada segundo, la pregunta parece más inapropiada por estar más cerca del suelo.

Guardo el libro y el lápiz con el que subrayo.

Hay turbulencia.

El avión se mueve indeciso por un aire que seguramente acaba de nacer.

Mark cruza los brazos.

No es su primera caída.

 

En la pantalla, Mel Gibson continúa su trifulca llena de imprecisiones históricas.

Los caballos, aun así, se miran dignos y brillantes.

Hasta se antoja morir encima de uno de ellos.

 

Acaba la turbulencia.

La ciudad se presenta verde y generosa como solo en julio.

Es verano.

 

Aterrizamos.

Mark me voltea a ver una vez más.

Have a good one and you know

Mississippi has a lot of S’s in its name, because that’s the deal with any river in this world: 

S as the movement. 

S as in the song.

 

No respondo.

No hay necesidad.

 

En el carrusel del equipaje, Mark espera su maleta, como quien espera morir por segunda vez en un libro.

 

Hoy en esta página no hay nada.

 

Hoy en esta página veo campos sin maíz, la polvadera de su ganado y yonkes con pilas de autos, considerando la línea recta de su sombra a medio día. A veces los postes que sostienen los cables de alta tensión parecen hombres con propósitos inciertos.

¿Algo deben? 

¿Algo aman?

 

Hoy en esta página no hay nada.

 

¿Realmente podría decir algo de la escritura? Podría decir algo, si se asume que la escritura también es levantarse, orinar, verse borroso en el espejo. Acordarse de beber con los codos sobre una madera oscura, al lado de gente de la que nunca te pudiste aprender el nombre, pero sí su tristeza. 

Deber dinero. Tener hambre. Extrañar un nombre que también es un muro. Nunca sonreír para las fotos. Usar el mismo pantalón por meses y fingir que hay una pretensión de minimalismo que esconde lo raquítico del closet. Abrazar a los amigos después de que haya pasado el invierno. Mandar mensajes. Mandar memes. Mandar notas de voz tan largas que necesiten venir acompañadas de una disculpa. Odiar la manera tan insípida en que algunos días te esconden los zapatos al levantarte.  Ser dichoso, de a ratos. 

No tengo otra forma de explicar qué significa escribir. 

No lo sé.  

La escritura también será decir que nunca contesté el teléfono. Que me fui antes de la hora prometida. Que no cumplí mis promesas. Que no pienso regresar con ustedes, amigos del abismo.  Regresaré al abismo, pero no al suyo. Aún así, les agradezco. 

Alguien sí escribirá este libro. Yo no. 

Yo no espero nada. 

Miento. Solo espero que la tarde termine. Y ya, en esta hora que es la miopía entre el fin de la tarde y su vergüenza, me otorgaré un nombre nuevo. 

 

Hoy en esta página no hay nada.

Hoy en esta página tampoco.

 

 


 

Alan Valdez. (Chihuahua, 1992). Escribí La pérdida de voluntad en el agua (FCE/Tierra Adentro, 2021). Me gustan las nutrias, hacer música en sintetizador, que Quignard procure el silencio y, sobre todo, el poema 135 de Emily Dickinson.

 

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