Edgar Degas y yo

Estefanía Arista

 

Veredicto I

 

*Basado en un poema de Han Kang, que se llama «Mark Rothko y yo», y es parte de la antología Guardaré el anochecer en un cajón.

 

Aunque no hace falta que lo aclare,
no existe relación alguna entre Edgar Degas y yo.

El nació un 19 de julio de 1834
y murió el 27 de septiembre de 1917.

Yo nací el 11 de marzo de 1995,
y sigo viva.
Sin embargo, a veces me pongo a pensar
en que Edgar Degas y mi hermana
nacieron el mismo día
y en los 155 años que los separan. 


En algún punto de la historia,
él haría su escultura más famosa
y un póster de la fotografía
de su bailarina original estaría pegado
en la cabecera de la cama de mi hermana.

El juicio del tiempo
y de la reivindicación feminista
no había deteriorado la impresión
que mi hermana y yo teníamos de Degas.

 

Pero un poema no está
para emitir un juicio sobre el pintor
que pensaba lo mismo de las bailarinas
que de los monos.

Un poema está para decir
que mi hermana vivió de intercambio
en Alemania, y en esa despedida temprana,
conversé con la ausencia
por primera vez en mi vida.

No entendí entonces,
que mi cerebro y la tristeza
se hermanarían en una conversación
itinerante

que sería como un machetazo
cortando de tajo la distancia
entre sonreír de forma genuina
o sonreír por compromiso. 

 

Los meses que viví sin mi hermana,
donde yo tenía 9 años y ella 14,
ella y yo fuimos como el hombre y la bailarina
en la postal que me traería de recuerdo.
Esperando,
una pintura al óleo completada entre 1880 y 1882,
donde un hombre completamente vestido de negro
sostiene un paraguas que apunta al piso
y una mujer con su atuendo de ballet
espera con la cabeza rendida,
sosteniendo apenas el peso de su torso entero
sobre su rodilla derecha.

 

No puedes ver la cara de la bailarina.
El hombre mira hacia enfrente. 

Ha emitido una sentencia. 

 

Siempre entendí que este era el instante
entre un veredicto,
el antes y después de una mala noticia.
Lo aséptico de un banco de madera
predispuesto para la espera
de una mala noticia. 

 

Mi hermana partió de intercambio
y vería las esculturas de Degas en un museo
por primera vez
para traerme esta postal.

 

Yo, en cambio,

me obsesioné con cuadro pintado con pasteles
de 48 x 61 centímetros
a la que cada ciertos años regreso
para entender lo que nombró en mí. 

 

La espera

durante la que fui perdiendo
el asombro de la infancia.

 

Y Degas fue perdiendo admiradoras.
Pero mientras su reputación
no se había corrompido todavía,
la bailarina del siglo XIX y yo,
una niña de madrugadas transparentes
y serotonina ausente,
fuimos la misma.
Supongo que nunca pude aliarme
con el paso del tiempo.

Aunque no hace falta que lo aclare,
no existe relación alguna entre Edgar Degas y yo.

 


Estefanía Arista (Tijuana, 1995) es Licenciada en Escritura Creativa y Literatura por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue librera, becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y residente de la Fundación Antonio Gala. Actualmente, es editora de la revista Casa del Tiempo de la UAM. También es tallerista y coordina círculos de lectura. Ha publicado dos libros: Hipocampo (Isla Elefante, 2025) y Algo tibio que matar (El toro celeste, 2025).

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