Cordelia Rizzo
Las personas que subimos contenido de perros chihuahueños a las redes sociales coincidimos que sus ojitos nos juzgan. Sus cabecitas —apenas del tamaño de un puño— combinadas con el temblor, configuran un universo expresivo con diversos tonos de seriedad y urgencia. El perro chihuahua fue diseñado para presionar y ser molesto. Muestran los dientes y están listos para atacar. Bien decían: César Millán les tenía mucho respeto porque, además de ser muy inteligentes, son dramáticos e indómitos.
Quiero ahondar en el estereotipo, porque fuera de que mi Paco utiliza bien los recursos de amplificación de su voz, también exagera los momentos de sustos o lesiones leves. Hace énfasis de todo. Sí disfruta juzgar.
Nuestros perros se hacen expectativas. Mapean nuestros movimientos, así como la velocidad promedio a la que nos movemos, que tan rápido nos levantamos de la cama, y la probabilidad de que respondamos a sus ladridos. Les toma un rato, pero una vez que nos descifran comienza la era de su permanente juicio. Tienen parámetros con los cuales contrastarnos. En el caso del Paquito, todo esto fue puesto a prueba la primera vez que me acompañó a armar un mueble. Yo soy de movimientos lentos, como mi papá, somos la burocracia de los osos perezosos en Zootopia. Entonces el perrillo resiente los movimientos intempestivos, pero no cuando se me caen partes del mueble.
En la era del capitalismo global, nos venden —y compramos— muebles sin armar. Después de tres cajoneras y dos camas, el perrillo ya sabe que la cirugía de muebles es garantía de diversión. Me ve desde alguna esquina y no se asusta si azota alguna pieza. Parece que vive para el momento en el que me doy cuenta que estuve atornillando las piezas al revés y tengo que deshacer todo. Muestra serenidad mientras que yo llego a altos picos de estrés entre tornillos y piezas de conglomerado. Cuando ya tiene un sentido del ritmo con el que estoy abordando el reto, se me acerca y se acerca a ver las partes ensambladas como si fuera el momento de vivir emociones tipo estos programas de Ninja Warrior. Se va corriendo y si hago una pausa se regresa a su lugar habitual de descanso. Mi conclusión es que el Paco tiene una medida certera de mi ineficiencia.
Pero esos son los juicios habituales. Obvio sabe interceptarme y demandar atención, su cabeza inclinada y luego ladrar uno, dos, uno dos.
La verdad lo más raro es que yo veo en el minidog una encarnación de mis abuelas. De hecho el Paco nació despuesito de que se murió Jovita. Tiene una forma de alzar el cuello y dirigirme la mirada que reconozco su gesto de desaprobación. Tiene hasta la curvita del bocio que le salió ya en los últimos años. Claro también es la representación del silencio habitual de cuando ya le dábamos hueva todxs pero todavía quería existir. De mi abuelita Oralia, la materna, tiene la forma de toser. Es una forma de decir: “háganse para allá, es momento de que saque esto”. Más que imponerme respeto, me dan ganas de abrazarlo. Extraño a mis abuelas, y la verdad el Paco tiene personalidad suficiente —proporcional a su tamaño— para encarnarlas a las dos.
Sí merezco sus reclamos. En un viaje a la playa lo lancé a nadar. El resto de ese día me hizo la ley del hielo. Estaba herido en lo profundo y entendí que vulnere sus derechos de animal pequeño. Pensé que podría gustarle y que igual le hacía falta aventarse, como en otras ocasiones. Para acabarla de amolar, el mar lo hizo quedarse pegajoso y hubo que lavarlo después. Al día siguiente recibí la gracia de su olvido.
En conclusión, cuando una quiere que otras personas no le juzguen, está pidiéndoles que se desprendan de sus defensas. El juicio no tiene que ser algo lapidario, es una orientación que produce una elección. Los animales no humanos somos una sucesión de juicios pequeños y más fuertes. Los perritos chihuahuas necesitan ser muy enfáticos para que no los borremos de la faz de la ecología de las decisiones. Lxs animales no humanos, así como lxs perritxs, necesitamos saber por dónde irnos, a qué estímulos hacerle caso y a partir de qué se debe huir si se necesita. Los juicios son post-its en la vida, algunos son foquitos rojos, y otros son sonrisas y el vuelo de un columpio.
Cordelia Rizzo. (CDMX 1982) académica, activista y artista textil. Investiga y escribe sobre textiles, el tacto y la estética comunitaria en la acción política. Candidata a doctora por estudios de la performance, educadora y ocasional escritora y lectora de poesía.