Alan Valdez

Me acuerdo de la única vez que leí a Georges Perec. 

Me sentía muy triste y compré La vida instrucciones de uso
pensando que era un libro de autoayuda.
A su manera lo fue

Querido George:

tenía mucho que no escribía una carta a mano. 

Puedo decirte 

que en el compromiso de mi cuerpo

hacia esta escritura

me he dado cuenta

que tengo ganas de sentirlo todo.

Tú me entiendes,

¿no?

Es decir

volverme indistinto

tener la misma edad

y la misma hambre

de lo que veo.

Nada exótico.

Nada más lo que está ahí

enfrente.

Y dejar que me ocurra

lo que le ocurre.

Algo así como subir unas escaleras 

sin que subir sea lo importante.

¿Sabes cómo?

Ya no verbos.

Solo la belleza

y lo terrible

ordenándose en mí

igual que canicas

buscando detenerse

al ser arrojadas por un niño.

He seguido lo que tú dices.

Hice el inventario

de mis bolsillos.

Las cosas sin nombre.

Lo perdido a medias

y lo olvidado 

a medio uso.

Me he mirado en el espejo

mientras hago esa llamada hedionda

donde me despido.

He anotado cada arruga de mi cara.

He salido a la calle.

No desnudo

pero he salido a la calle.

He recogido monedas,

botones,

y hasta un cabello.

He hecho un pequeño museo

de lo pequeño.

Pero, aun así,

no se me aparece.

No sé cómo sacar a Dios

de su caparazón.

Aunque me di cuenta,

sabes,

de lo mucho que me gustan las tortugas.

Bueno,

hasta aquí lo dejo

por este día,

porque si continúo,

capaz y que lo cotidiano

se desaparece para siempre.

Además

ya estoy diciendo cualquier cosa

y ya me cansé de escribir a mano.

Vuelvo más tarde a mi vida.

Abrazos.

Alan Valdez. (Chihuahua, 1992). Escribí La pérdida de voluntad en el agua (FCE/Tierra Adentro, 2021). Me gustan las nutrias, hacer música en sintetizador, que Quignard procure el silencio y, sobre todo, el poema 135 de Emily Dickinson.