Obras completas I [Selección], de Pedro Garfias

De Ritmos cóncavos

 

Adiós

 

Por la avenida lánguida
el viento ronronea
estremecido

 

Y el sol se despereza

 

Sobre la rama
florecida de pájaros
ha posado su vuelo tu palabra
última

 

Y tu mirada

tiembla bajo mis párpados

 

 

Caminante

 

Los horizontes

fluían de sus ojos

 

traía rumor de selvas en el pecho
y un haz de sueños rotos
sobre sus hombros trémulos

 

La montaña y el mar sus dos lebreles

le saltaban al paso

 

La montaña asombrada
y el mar encabritado

 

 

Silencio

 

Tus palabras flotando como góndolas

 

En el silencio
cantan los pájaros huérfanos

 

Y entre mis manos tiembla tu recuerdo

 

Calla

 

Sobre el paisaje desnudo
el silencio se abre como una página

 

 

Amanecer

 

Infladas las mejillas
soplaba el viento en la llamita azul
de la mañana

 

Por la llanura
navegaban
las colinas

 

y los árboles prófugos
volaban encendidos como globos

 

Sonreía
el cascabel del alba

 

Enredada en la luz
una estrella gemía
rezagada

 

 

Mar

 

Todos los pueblos
volando sobre el mar
volando sobre el mar encadenado

 

menos tu pueblo mío

bajo mi frente anclado

 

Las banderas del viento cantan sobre las olas
Y de los hombros de los horizontes
cuelgan mantos de espuma

 

Mar

 

El mar es una estrella

la estrella de mil puntas

 

 

De Motivos del mar

[El corazón se me ha ido…]

 

El corazón se me ha ido
volando con las gaviotas
sobre el mar enardecido.

 

Dentro de mi siento un mar
henchido de sangre y luz
sonoro como un cantar.

 

 

[Sobre el mar…]

 

Sobre el mar y bajo el cielo
he de encender una hoguera
con tus recuerdos.

 

 

[Abrevadero del mar…]

 

Abrevadero del mar
donde he bebido esta sed,
esta sed de eternidad.

 

Cantan en la tarde clara
las horas al arribar.
Las horas que naufragaron
a la noche cantarán.

 

Quiero morirme en el mar
cara a la cara de Dios,
de frente a la eternidad.

 

 

De Motivos del campo

 

 

[El alba cruza…]

 

El alba cruza cantando
hosannas por los sembrados.

 

La brisa se desmelena
jugando sobre la yerba.

 

Va despertando el silencio
estremecido de ecos.

 

La montaña medita
La estrella repica
El árbol sonríe.

 

 

El árbol sonríe

 

Ondea el árbol sobre el campo inmóvil
como una idea.
Es viejo el árbol. Sobre su frente
posó su blanda mano la lluvia buena
y el buen sol; y sus párpados conocen
el beso de la dulce brisa ligera.
Es viejo el árbol. Impasible ha visto
pasar del tiempo la corriente lenta,
lenta y callada…
Tiene las sienes blancas y las pupilas yertas.
Es viejo el árbol.
Y su humildad oscura sonríe a las estrellas.

 

 

De Romancillos y canciones

 

Romancillo de la despedida

 

Colgado de tus ojos
como de dos escalas,
con la luz de tus manos
en mi frente apagada;
entre el blanco rebaño
de tus caricias claras;
bajo el palio encendido
de tus risas diáfanas
alegría del Sol!
amor de la mañana!
déjame en tu recuerdo
arder, como una lámpara.

 

Florecerán los días
como huellas rosadas
bajo la gracia frágil
y dulce de tu planta
y las estrellas vivas
bajarán asombradas
a ceñirle un collar
de fuego a tu garganta.

 

Alegría del sol!

Amor de la mañana!

 

Los pájaros de oro
desde las verdes ramas
te tenderán extáticos
la red de sus escalas
y los senderos trémulos
fulgirán como espadas
cuando los reverbere
la luz de tus miradas.

 

Alegría del sol!
Amor de la mañana!

 

Colgado de tus ojos
como de dos escalas
déjame en tu recuerdo
arder, como una lámpara.

 

De Romances y canciones

 

 

Romance de tus ojos

 

Cómo he buscado tus ojos
anoche, tus ojos negros.
Todo era negro en la noche.
Por las ventanas del cielo
veía asomar tus ojos,
tus ojos negros,
y los míos los buscaban
desolados por el viento
hasta volver a sus nidos
como pájaros enfermos.
De los árboles colgaba
tu negra mata de pelo.
Pero tus ojos, adónde?
adónde tus ojos negros?

 

 

Romance de la soledad

 

Aquí estoy sobre mis montes
pastor de mis soledades.

 

Los ojos fieros clavados
como arpones en el aire.

 

La cayada de mi verso
apuntalando la tarde.

 

Quiebra la luz en mis ojos
la plenitud de sus mármoles.

 

Tiene el tiempo en mis oídos
retumbos de tempestades.

 

Mi corazón se acelera
sobre el volar de las aves.

 

Vibra mi sien al zumbido
de los vientos y los mares.

 

Y aquí estoy sobre mis montes
pastor de mis soledades.

 

Canción del despertar

Sobre mi desvelo
puso tu mirada
la gracia del cielo.

 

Floreció la espiga
roja del deseo
bajo mi fatiga.

 

Y abrió mi ventura
sus pétalos claros
Sobre la llanura

 

tu mirada buena
como un árbol viejo
sacudió mi pena.

 

Claridad de cielo:
caricia de mano
para mi desvelo.

 

Tu mano deshoja
su tierna caricia
sobre mi congoja.

 

Brisa temblorosa;
remedo del vuelo
de la mariposa;

 

caricia de acento…
Como iluminado
va mi pensamiento.

 

Y yo en la llanura,
con la frente viva
por la calentura;

 

con los ojos vivos…
–Los árboles gimen
y tiemblan cautivos.

 

Yo que en la mañana
volteo mi gozo
como una campana.

 

 

De Poesías de la Guerra

 

Miliciano muerto

 

Qué dulce muerte le dio
la bala que lo mató.
Le vi sobre la trinchera
derribado
con el fusil empuñado.
Tiernos paisajes en flor
le fluían a los ojos
que la muerte no cerró.
Yo vi en sus ojos su vida.
Vi su niñez espantada,
su juventud desolada
sin una interrogación.
Y vi sus días iguales.
Y vi su resignación.
Qué dulce muerte le dio
la bala que lo mató.
Le sacudieron los vientos
rebeldes el corazón.
Con el fusil en la mano
y en la garganta un clamor
salió a defender su tierra,
la que nunca poseyó.
La muerte le ha derribado
con brusquedad de ciclón.
Camarada miliciano:
la bala que te mató
se fue cantando la gloria
de un hombre que se salvó.
Porque has muerto por el pueblo.
Qué dulce muerte te dio
la bala que te mató.

 

Soldado

 

     Soldado, ¿sabes por qué luchas?
Tú eras primero campesino,
trabajabas la dura tierra
cuando todavía eras un niño.
Tus espaldas conocen bien
la lluvia, el viento y el sol.
Tienes las sienes horadadas
por las agujas del sudor.
Más tarde vientos de aventura
te llevaron a la ciudad.
Allí la fábrica, el frío, el hambre
y la terrible soledad.
Toda tu vida trabajando
comiendo tarde, mal y nunca.
Y ahora la guerra… Camarada
soldado, ¿sabes por qué luchas?
Por la tierra que tú labraste
y la fábrica en que trabajaste;
por el pan que te regatearon
y a instrucción que te negaron;
por una vida mejor para los tuyos
y para ti mismo, quién sabe;
porque los hombres cuando nazcan
tengan un mundo propio, como el ave,
como la estrella y el gusano;
por la luz y por la verdad.
Camarada soldado, luchas
por la justicia y por la libertad.

 

 

De: Consignas

 

Disciplina

 

¡Oh dulce disciplina!
acógeme en tus brazos férreos
que a mi me parecen tan tiernos.
Quiero que tú me sujetes,
que me moldees,
que hagas de mí un hombre más fuerte
y más consciente.
Estas ideas mías, libres,
fúndelas en una sola idea:
ganar la guerra.
Todo el calor de mis entrañas
y la luz de mi inteligencia,

todo el pobre vigor de mis músculos

para ganar la guerra.

Si mi fantasía alza el vuelo

átala con hilos de acero.

Disciplina, dulce disciplina,

lánzame como un resorte

sobre la trinchera enemiga,

contra la bala certera.

Quiero morir, quiero vivir

para ganar la guerra.

 

 

De De la Guerra Civil a la Guerra de Independencia

 

Avión en domingo

 

Grita la madre al niño:

—Niño, vente a la casa.

El niño corre y corre

con su risita clara.

 

Mañana de domingo.

En los árboles cantan

luces de paz y campo.

—Niño, vente a la casa.

Y el niño corre y corre

con su risita clara.

 

Las piedras se enternecen

debajo de su planta

y el viento le acaricia

los bucles de la espalda

con una mano buena…

 

—Niño, vente a la casa.

—Un globo, madre, un globo.

 

Cayó, justa, en la plaza

abriendo la sorpresa

feroz de sus entrañas.

El niño rojo y rojo

sobre la acera blanca.

Dos brazos enlutados

le llevan a su casa.

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