Violetta Ruiz
El escritor medieval Al-Tha’labi,[1] escribió una suerte de presagio: “Que el cielo nos prive del día, cuando las hijas de Eva, que faltan de una costilla, se conviertan en poetas… y adviertan el peligro de que sean invadidas por la locura”.
La poesía, ese canto iluminado por los demonios o las musas, flujo de conciencia que se intuye extracorpóreo y más allá de lo humano, pertenece quizá al mismo universo que lo femenino. Nuestro impulso tan temido y húmedo, reino nocturno, oculto, relegado a la domesticidad.
Forough Farrokhzad fue una de las primeras escritoras en revelarse en el contexto social de Irán de los años cincuenta. Su pasión por la poesía –se formó en artes– la llevó a elegir una vida independiente, lejos de su hijo y su marido. Una marca distintiva de su escritura es su sensualidad transgresora que la posicionó como referencia obligada entre las poetas jóvenes contemporáneas. Y siguiendo el sino de la palabra, Farrokhzad cumplió el presagio medieval tras ser hospitalizada por una crisis. Como otras genias poetas, melancólicas, pagó su cuota con terapia de electrochoque.
En este contexto desobediente aprendemos a confluir y germinar, morir y dejar nuestro rastro como tapias para habitar una casa en la memoria. Hace poco más de un año que Rocío Cárdenas montó la exposición Confluencias V. La idea de habitar. Germinar, mortalidad y memoria. La curaduría incluyó 27 obras de Miriam Medrez, Mayra Silva y Karla Leyva, cuyos desplazamientos y formas de configurar la idea de la domesticidad, y el atuendo o máscara que es el cuerpo femenino, las une a una genealogía de artistas y escritoras retratan su proceso artístico desde su hábitat y espacio de resistencia.
De la exposición recuerdo en particular uno de los vestidos invertidos de Miriam: su cuerpo bulboso cuya confección me recordó al dibujo de algún órgano vegetal, la tela a cuadros rojo y blanco que podría ser un mantel para picnic o el atavío de una campesina. Mirar en su concavidad como ensanchándose en fractales redondeados, la prenda invertida es un acto violento, se rebela y examina qué aspectos elementales de lo doméstico se configuraron más allá de nosotras mismas. Así también, las esculturas de una casa móvil fragmentada y la aparente dama de hierro reflexionan desde y hacia lo doméstico como impostura: invitan a buscar alternativas de auto representación.
Respecto a la narrativa del espacio interior, vuelvo a mirar a las piezas de Mayra Silva. No es la primera vez que ella conecta con la palabra poética, o con la personalidad melancólica de una escritora audaz y transgresora: ha trabajado ya con la obra de Sylvia Plath, quien análogamente tuvo una experiencia desoladora respecto a la vida doméstica que le impidió entregarse con la potencia que ella hubiera deseado a la vida creativa.
Estos contrapuntos entre el lenguaje poético y la escritura de Mayra se concatenan con la interrogante sobre cómo y cuándo producir cuando uno es mujer, ya sea en la soledad o en el bullicio del espacio doméstico. Monterrey, la ciudad donde convergen Medrez, Silva y Leyva es una afrenta misma a ser mujer, sobre todo a una que cuestiona de forma sagaz e irreverente el status quo.
Hay que recordar la serie de Mayra In a desert I descend, una instalación en donde los textos toman lugar y posición sobre otras palabras, esbozan la idea de la edición de la memoria como proceso en construcción constante del ser. Descender al desierto es mirar a la primera casa, el cuerpo; y a la segunda, sus alrededores en la extensión posible de sus brazos. Para poetas como Forugh o Plath, esas visiones podrían ser desgarradoras. Intuyo que para Mayra son más bien melancólicas, amarradas a la nostalgia de las preguntas que se multiplican, de los textos y las imágenes que se hilan sin fin.
En el poema Deevar (La Pared) Forugh celebra las transgresiones carnales con un intimismo y sensualidad violentos, comparando al pecado con una manifestación extática de gozo, parecida a la febrilidad con que los filósofos griegos describían a los arrebatos espirituales durante la creación artística.
Aunque Forugh trataba de definir a su poesía como un acto de escritura sin género, habitar un cuerpo femenino le ha permitido a artistas como ella acceder a un mundo mítico sin los límites de lo enteramente racional. Descender al desierto y habitar en el silencio: repetir el poema como un mantra infinito, es propio de las hechiceras, esas transgresoras que le dan forma al mundo con sus tejidos, sus plantas y sus palabras.
[1] Referencia en el texto de Amir-Hussein Radjy para el New York Times (2019): Overlooked No More: Forough Farrokhzad, Iranian Poet Who Broke Barriers of Sex and Society. En: https://www.nytimes.com/2019/01/30/obituaries/forough-farrokhzad-overlooked.html
Violetta Ruiz. (Monterrey, 1985) Estudió la Licenciatura en Artes Visuales (UANL) y actualmente estudia la Maestría en Teoría Crítica en 17, Instituto de Estudios Críticos. Sus ilustraciones y textos han sido expuestos en España, Cuba y México. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León, generación 2008. En septiembre de 2015 formó parte del 1er Encuentro de Artistas Visuales Emergentes del Festival Interfaz, Noreste. Ha publicado textos e ilustraciones en distintos medios digitales e impresos, como las publicaciones POLA, Residente y Vocero. Es editora en Posdata www.posdataeditores.mx y realiza contenidos de cultura y sociedad para el canal de Los Tubos N.L.
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