*Este es un fragmento de Laredo Song, de Joaquín Hurtado, republicado por la UANL en 2022: «Mucho ha cambiado en nuestra sociedad desde los años noventa, cuando apareció la primera edición de Laredo Song publicada por CONARTE. Esta compilación de relatos homosexuales narrados con gran destreza fueron una vía de escape al estigma que sufría una comunidad rechazada.»
Carlos Salazar
Me veo en el espejo y retoco con polvo facial el lunar granuloso del mentón. Sigo el estribillo lejano de una cumbia. Sospecho que hay luna.
Me acomodo con precisión las prendas esponjosas que me golosean las nalgas, recojo el monedero dorado y digo chayito a las otras. Presiento un evasivo milagro detrás del ruinoso caserón, más allá continúan las mismas paredes de la ciudad devastada por una modernidad delirante.
Dentro del cuarto, bajo la luz imposible de cuarenta watts, dos comadres se intercambian la jeringuilla con el aceite que les inflama los pezones. Reconocen el asco y lo gozan.
Alexander Platz
Descendemos del tren y pisamos tierra firme en un Berlín amenazante. No sé cuánto he dormido pero mi amigo Julio César, un negrazo marica del Brasil, me jura que solo dormimos dos horas.
Flores, ladrillos y una torre rematada en crucifijo se levantan como horizonte frente a nosotros. A nuestras espaldas se yergue la aguja de hormigón de la radio y TV exdemocráticas. Leemos el mapa para darnos cuenta que nada queda cerca.
Regresamos al departamento. Nuestros anfitriones del IX Congreso de Sida se esmeraron en hacernos sentir très chic: nos hospedaron en un hospital para ancianos desquiciados, supervivientes de la segunda guerra, en el lado oriental de la ciudad. Me siento profundamente agradecido por estar presente en el momento en que una horrible mujer, con el rostro reconstruido después de un hachazo, nos grita algo maligno desde su puerta entreabierta, en el tercer piso de la Krankenhaus Joachimstaller, rodeados de verde, de silencio y de pequeñísimos coches Trabant, reliquias de un futuro falsificado.
Delfines, Guadalupe
Estoy tirada en la base de la escalera. La minifalda subida hasta los güevos. El maquillaje envilece mi boca. Peda, mariguana y gaseada, mis comadres solo pudieron aventarme como su propia loquera se los permitió.
Sale mi hermano y me estira de los tobillos hasta la sala. Foto de quinceañera, la pared rosa, ladeada porque una virgen de Guadalupe la desnivela del lado izquierdo. Me tengo que alivianar para saborear el placer que vendrá a continuación. Porque mamá ya viene tirando gritos: mira cómo lo dejaron hijos de su reputa. Sangre en la nariz, las medias rotas y quizá los pezones amoratados por los mordiscos de los chacales.
Mi madre sube a su cuarto. Mi hermano se encierra a ver la tele. Otros brazos me llevan hasta mi cama. Manos apresuradas me desvisten y me facilitan el vómito.
Desnudo. Erección incómoda por estar boca abajo. El dolor en el culo me dobla. La puerta se abre, se asoma mi madre y le dice quedamente a mi papá: nomás no lo perjudiques mucho.
Overtoom
Frans vive a tres cuadras de Overtoom, avenida por la que se llega rápido al aeropuerto de Ámsterdam, ciudad de muñecas. A dos cuadras de aquí está el gran jardín del cual no recuerdo su nombre.
Tres de la mañana. Los asesinos rastrean el venero de la sangre nueva. La Osa Mayor me indica la dirección del Polo Norte. Al ubicarme geográficamente me tranquilizo.
Escribo esta crónica mentalmente para publicarla dentro de algunos años, o sea ya. Es precisamente en el ahora sentado en esta coja y húmeda banca mientras la yonqui frente a mí prepara sus ajuares intravenosos, cuando el déjà vu me paraliza. Patadón en la boca del estómago: reconozco un lago bellísimo rodeado de pinos y parejas haciendo el amor en sus orillas. He visto esa imagen tantas veces en sueños tercos que hasta sé lo que a continuación va a pasar. El hijo vago de ciudad San Nicolás de los Garza, municipio panista, se siente seguro entre sus pesadillas revisitadas del primer mundo.
Cuando en enero de este año me encontré a J., un crítico de cine que presume de cosmopolita bastante culto y depravado, quien casualmente acababa de regresar de Ámsterdam, al momento de preguntarle con la mayor naturalidad (esa actitud snob que nos obsequian los viajes intercontinentales) si también había disfrutado de algún placer exótico en esta ciudad, me respondió con una mirada de beata saltillense que en el crudo invierno de sus vacaciones europeas él solo había permanecido en museos y salas de teatro. Me dejó helado de nicolaíta vergüenza.
Cuando se lo conté por carta a Frans, mi amigo holandés que habla miles de lenguas, me dijo: tu amigo es un mamón.
Matamoros y Garibaldi
Si no traes carro mejor ni te acerques. Para dominar estos cruceros es necesario moverse en huidizas cápsulas, de tibio ronrón y computadora de viaje. Debes controlar la cibernética y adorar el poder. Subvertirte al ubicuo deseo de tu entrepierna. ¿Estás seguro que te pusiste el eau de cologne?
Se reúnen tres vestidas en la esquina. Con la seguridad de movimientos que da la rutina levantan el telón. Se sacuden los residuos de la oficina o las lagañas de la ventanilla en Hacienda. Ofrecen. Logro alcanzar el semáforo en verde y me detengo. Pitan, me vale.
De los tres, el delgado a la Yuri me pinta mejor. Contoneo eléctrico del yurizado. Firmamos el convenio de la carne. El antiguo y siempre nuevo placer del esfínter educado me costará cuarenta pesos.
Paso la noche intoxicado en la cocaína y el semen del otro. El orden por fin ilumina los entresijos del desmadre citadino que se niega a aceptar que a mí, Señor Licenciado, Asesor Financiero de la Bolsa y Accionista Corporativo, me gusta ser el pasivo cuando levanto a un travesti.
Yuri alias Crystal alias Mara alias Juan José cumple con lo que le exijo. Lo joto no me quita lo macho cabal. Pago y bonifico. Nos despedimos en la Calzada.
Llamo a mi mujer que vacaciona en San Francisco. Estoy bien, mi amor. Sí, mucho trabajo. Te extraño igual.
La Obrera
Crecí allí: del cordón a la pared de un barrio obrero. Bebí la leche primera que mana de las superficies abiertas en los muros. «No rallar por favor». Enfundado en mis rojas banderas de la Revolución Proletaria, Yo, Crystal o Mara o Juan J., voy ideando nuevas y sutiles estrategias de autoencantamiento. Imagino una canción y la vocalizo. Abandono u olvido la tonada con delicado desparpajo. Tendré que comprar una peluca platinada para concursar regiamente en El Espuma, apunto en mi memoria de gatita feliz. Me dibujo a mí misma en la pasarela, gozo el triunfo y la envidia de Irasema, Jéssica y Karen. Un inesperado espejo me devuelve la majestuosa tristeza de mi estampa.
Viena-Estambul
Mientras la Karina duerme, agotada de un viaje de cuatro horas desde Praga y otras dos buscando este hotelucho en los suburbios, salgo a cansarme y cenar algo.
Esta Viena que ahora fatigo es una ciudad fea. París a la americana, Londres a la México, DF, Torreón popof, quizá Monterrey por el rumbo de la María Luisa. En fin, salgo a que me valga madre tanta fealdad tan cara. Al otro día descubriré que estaba estúpidamente errado, al encontrarme perdido en la Stefan Platz y desfallecer de teológica angustia bajo las puntas góticas de su catedral.
Desde Praga traigo a Cavafis en la punta de la lengua. No lo invoques, me digo, porque ya ves lo que luego sucede. Me detengo en los aparadores a elegir el juguete que habré de llevarle a mi hijo cuando regrese. Very expensive.
Mis pasos, ya trazados desde una borgeana eternidad, me conducen a un centro comercial tipo nuestra calle Morelos.
Son las nueve de la noche y la ciudad ya está desierta. Ancianas caminan estiradas por musculosos perros.
Esto es lo lindo de los viajes, me digo. Perderse en ciudades con lengua y dioses extraños. Ni tanto, me rebato, ya que los Wendys, McDonalds y Money Exchange salen al paso y lo ponen a uno de nuevo en la maternal pista del Oeste.
Cavafis me sublima con eso de los bellos dioses y caminatas en calles extrañas que son tus calles. La verdad es que me lleva la chingada de cachondo.
Del sur se acerca. Entra a la boca del Metro. Sigue por el largo pasillo sin detenerse en la máquina de los boletos. Ve que soy su perseguidor. Los ojos muy negros. Turquía, sus sanguinarios guerreros, sus gordas y tibias mujeres en esos ojos, en esas cejas, en esos labios. No puedo más: el chavo arranca de golpe mis instintos más puercos y me revienta las arterias.
No German, no English, no Spanish. It doesn’t matter. Treinta dólares y esa noche Estambul fue completamente mío.
Estas y otras calles
Vestida, regreso al punto. La mirada se ha quedado en los relucientes mosaicos de la mueblería, la marquesina del banco y el hocico baboso del ebrio que carga gasolina en Dr. Coss. Ojos de neón los míos. Solo así se pueden descifrar esos signos de las extensiones de lo infrahumano. Ojos de gas, solares, sin párpados. Ojos de quien muere de sida.
Estrechas calles del Monterrey en tinieblas. Extrañas apariciones en medio de minutos se amarran a los postes de luz. Por la acera norte de Treviño vago como una presencia envolvente que eriza el pellejo a cualquier testigo.
Llego al portal, a la escalinata presidida por una divinidad atroz. Saludo a la Marlén y le pido el Raleigh de la paz. Al pasar los coches levantan remolinos de papeles y polvo. Solo a través de un lenguaje críptico nos logramos comunicar. Nunca será suficiente ninguna capacidad de entendimiento para abarcar la tierna geografía de los expulsados, los sagrados territorios de nosotros, los travestis.
Berlín discotequero
Lilos de tensadas nalgas, putos de tersa lengua. Destello de tetas a la intemperie de las inaguantables ganas. Lesbianas rapadas, enfundadas en imposibles chaquetas nazis. Se detienen las motocicletas, las bicicletas, los altos machos saco y minifalda.
Escaleras, quince marcos y el diez por ciento para la DAH, poderosa agencia alemana para la prevención de sida. Entro al galerón ruidoso. Varios gays mexicanos me saludan, los evado porque son víboras y espantadizos. La Kari baila semidesnuda trepada en una plataforma en el centro del salón. Le vale la diarrea que no cesa desde hace meses. Pago mi Pilsner. Bajo la guardia y me pongo a tijeretear con los otros mexicanos.
Un italiano pasa y me aprieta la verga. Lo detengo, me da un beso, gustosísimo de estar vivo, me dice ciao y se pierde entre los casi mil asistentes.
Encuentro a Santiago, un berlinés cabal. Hablamos un poco sobre la Kari, su maravillosa falta de vergüenza y del sudor que escurre a chorros aunque uno no baile. Santiago es un ser que causa desasosiego, es dolorosamente hermoso.
Continúo el safari. Grabo todo lo que se mueve en mi derredor. Me doy cuenta de que la moda, el lenguaje, el ligue gay nocturno es tan estándar como la música que escuchan estas locas aquí y en Monterrey. Me invade la desolación.
Chichifo y traición
Desciendo el vidrio polarizado. Me apronto en la ventanilla del conductor y con dos palabras acordamos el asunto. Risas. No hay más almas en la calle. Le digo a todo que no y arranco rumbo a Cintermex. Le digo a todo que sí y detengo el Nissan justo en el momento en que aparece el cuchillo. Se reordena la negociación: quinientos pesos por mi silencio ante los judiciales que aguardan en la camioneta contigua. Así es este bisnes: No traigo tanto, pues peor para ti.
El borde del horror en la orilla de la sangre, me paraliza. Luego me aconseja huir. El miedo nos hace valientes y necios.
Falsas promesas. Falso chile con su ojo desesperante. Dos de a cincuenta me salvan la noche. Yo, la jotilla amedrentada, voy a buscar borrachitos en Aztlán; yo, el chichifo-madrina, regreso al sitio de operaciones a esperar a la próxima víctima.
Es una pena que no haya un muelle, una sucia playa donde vernos vomitar cinematográficamente nuestra impotencia.
Steam
Un cuarto para orgías, otro para voyeurs, uno más para sexo en jacuzzi, luego las regaderas, el vapor y la sala de ejercicios. Para el que se harta de tanta carne está el saloncito con la TV normal donde dan los noticieros del hambre en Somalia y las ancianas acribilladas en Bosnia.
Un grito, antiguo como la célula primera, desgarra el aire tecno de los baños Steam. Es Berlín, es Ámsterdam, es Viena, es Torrenueva en México, DF.
Ahítos de perdición, Julio César y yo salimos en la mañana a buscar el Metro, ese decadente, deliciosamente destartalado Metro berlinés, para regresar a nuestro hogar, junto con los viejos enloquecidos por la añoranza de Hitler.
Joaquín Hurtado (Monterrey, Nuevo León, 1961). Escritor y activista mexicano en la prevención del VIH/Sida. Fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León en 1991. Colaborador del suplemento Letra S del periódico mexicano La Jornada. Su libro Laredo Song se publicó por vez primera en 1997 y la UANL ha lanzado una segunda edición.