La urgencia de imaginar

Andrea Chapela, Gabriela Damián, Iliana Vargas y Libia Brenda

Cada vez que a las autoras de este texto nos preguntan por qué los géneros especulativos e imaginativos nos parecen importantes, nos cuesta responder, al menos en un inicio. No es que no lo sepamos, pero para nosotras es algo obvio hasta cierto punto. Las posibilidades que nos brindan los géneros no miméticos, como la ciencia ficción, el terror o la fantasía, no sólo en cuanto a ideas y trama, sino también en el campo literario y formal, son una poderosa razón para cultivarlos.

Sin embargo, más allá de nuestra práctica personal, parece que su importancia es un tema reciente de discusión. Tal vez se deba a que el mercado editorial los está descubriendo desde un nuevo ángulo o a que, en los últimos años, se ha incrementado de manera exponencial la cantidad de libros que abordan cualquiera de las coordenadas de esta inmensa cartografía (los tres ya mencionados más el horror cósmico, el fantástico sobrenatural y otros junto con todas sus mezclas y variantes), incluyendo obras de autores que se aproximan por primera vez a la ficción especulativa. También puede ser que, desde los márgenes, se están extendiendo hacia el centro de las conversaciones literarias. Lo cierto es que el canon literario ha insistido en soslayar su valor estético en forma y fondo a lo largo de la historia, por el simple hecho de no imitar “de manera fiel” la realidad. Pero justo en esto se encuentra su gran valor.

Si pensamos que lo fantástico, la ciencia ficción y todo recurso narrativo no mimético permiten una ruptura con el statu quo, podemos comenzar a entender por qué tienen un poder especial para representar nuestro presente. Kim Stanley Robinson dice en este texto de la New Yorker que la ciencia ficción es más realista que el resto de la literatura, por razones que pasan por el hecho de que este género incluye al planeta (Tierra), a diferencia de los géneros realistas herederos del siglo XIX que exploran a los individuos y la Historia (una visión antropocéntrica, pues). En ese sentido, plantea el autor, la ciencia ficción es el realismo de nuestro tiempo, porque los problemas a los que se enfrenta la humanidad siempre han sido materia de las preocupaciones y propuestas estéticas que manifiesta esta literatura, configurando un marcado discurso temático: el cambio climático, nuestra relación con la tecnología, la posibilidad de que el mundo como lo conocemos se termine, la conquista espacial, el colapso del sistema económico capitalista, las demandas de diversos movimientos y organizaciones sociales, el devenir de la humanidad como especie en relación con el resto de seres que habitan el planeta o las posibilidades de proyectar modelos socioeconómicos y culturales distintos a los que predominan en la estructura occidental. El género realista no necesariamente se ha ocupado de estos temas de la misma manera en que la ciencia ficción, por ejemplo, lleva años haciéndolo. De ahí la necesidad de plantear, a través de recursos especulativos, la existencia de seres, tiempos, dimensiones, espacios, humanidades y mundos distintos —acaso paralelos— a los que conocemos y nos son familiares: buscamos quebrantar los modelos comunes y arriesgarnos a salir de la zona de confort señalada por el mainstream literario para descubrir nuestros propios límites creativos como autoras y proponer una experiencia en que la imaginación sea el centro de atención manera total y sin concesiones.

También es importante crear lazos y conexiones con la escritura de quienes están explorando el campo de estos géneros y sus diversas variantes, las cuales se van ampliando conforme se pierde el miedo a las etiquetas y nomenclaturas que, si bien sirven para establecer categorías específicas en el ámbito académico, en el creativo nos incitan a experimentar con los rasgos característicos de unas y otras, apostando así por una evolución en las posibilidades de los códigos y mecanismos narrativos de la visión/ficción especulativa. Y esta experimentación puede concentrarse en hibridar elementos de lo fantástico sobrenatural con el steampunk, o el terror con la ecoficción, o lo onírico con el transhumanismo (por mencionar algunas variantes), pero también puede apostar por el juego verbal y lingüístico; o por una interconexión disciplinaria integrando piezas de otros lenguajes como el cine, el teatro, la exploración sonora y la poesía. Ejemplos de ello son los recorridos temporales que aparecen en Ustedes brillan en lo oscuro (2022, Premio Ribera del Duero), el libro de cuentos más reciente de la boliviana Liliana Colanzi, las intersecciones atmosféricas y visuales que aparecen en el camino narrativo de Mugre rosa (2020), novela distópica de la uruguaya Fernanda Trías, y el ambiente ominoso y opresivo que la hermana con Distancia de rescate (2014), de la argentina Samanta Schweblin, ambas enfocadas en la crítica sobre el abuso de químicos industriales y sus consecuencias ambientales y sociales. Pensemos también en Mandíbula (2018), de la ecuatoriana Mónica Ojeda, novela con fuertes golpes de prosa poética, diálogos teatrales e incluso cinematográficos, así como un intenso ensayo sobre el terror, que abre un diálogo con algunos personajes de Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y particularmente con Nuestra parte de noche (2019), de la argentina Mariana Enriquez, en tanto que exploran diversas manifestaciones del terror y el horror a partir de la experiencia sobrenatural, la maldad inherente a la naturaleza humana, la conciencia política y el terror de Estado, la monstruosidad que atraviesa el cuerpo en su carne o en la alteración de la conciencia y de los estados emocionales propiciados por el entorno social y ambiental. Todo lo anterior desarrollado la mayoría de las veces en casas o edificios abandonados rodeados de selva, cascadas, bosques y volcanes que lejos de atraer una supuesta tranquilidad dotada por la naturaleza, prevalece el pulso de lo siniestro y la amenaza de entidades oscuras a plena luz del día, planteando así, la existencia de otro género híbrido: el gótico andino. Esto, por mencionar sólo unos cuantos ejemplos entre varios, muy destacables, que llevan cierto tiempo ganando terreno en las conversaciones literarias, tanto de lectura placentera como de estudios académicos.

La riqueza de los géneros que, como organismos vivos, se retroalimentan simbióticamente en la enorme matriz que es la ficción especulativa (ese término sombrilla que abarca varias manifestaciones de lo imaginativo), radica en que funcionan con mecanismos narrativos enfocados en explorar ámbitos en los que lo importante no es la figuración idéntica de la experiencia real cotidiana, sino las posibilidades de simbolizarla, alegorizarla, metaforizarla y reconfigurarla a través de imágenes, palabras, escenarios y ríos de trasfondos político-socio-culturales. Estos exijen a sus interlocutores ir más allá de lo tangible y demostrable para descubrir un conjunto de otredades que manifiestan la alteridad no racional ni convencional del ser humano y los inviten a construir una visión de sí mismos, de su entorno y su relación interespecie en un futuro deseable y verosímil, lo cual es posible si empezamos a injertarlo en el inconsciente colectivo a través de la potencia del lenguaje escrito.

Hoy, para nosotras, la literatura especulativa, con todos sus tentáculos, no sólo es una manera de narrar, de hacer literatura, sino que puede ser incluso una herramienta de cambio, una forma de hacer activismo al generar nuevas formas del lenguaje, nuevas imágenes sobre el futuro que incluyan y favorezcan a todas las personas, al planeta, a las especies que nos acompañan. Incluso en los futuros terribles que narramos, que evidencian nuestra rabia y descontento, existe una voluntad de romper de tajo con la realidad, explotarla un poco, poner en evidencia lo terrible que es, para movilizarnos a cambiarla. Como dirían Frank E. Manuel y Fritzie P. Manuel: “en el corazón de toda distopía late, secreta, una utopía”.

La MexiCona nació para reunirnos e invitar a más gente a hablar de naves espaciales y de dragones y de monstruos, del futuro y de la imaginación. Para nosotras, los espacios incluyen todas las voces, en especial aquellas que no hemos escuchado. En nuestro futuro, la búsqueda se extiende a lo largo de la literatura especulativa: ciencia ficción, fantasía, literatura de la imaginación. ¿Qué es el futuro?: algo que se construye desde el presente. Queremos que esta conversación dé forma a lo que imaginamos.

 


 

Andrea Chapela. (1990) es autora de cuatro novelas juveniles de fantasía, el libro de ensayos Grados de miopía y de los libros de cuentos Un año de servicio a la habitación y Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio. Estudió química en la UNAM y un MFA en escritura creativa en español en la Universidad de Iowa. Ha sido becaria del FONCA en dos ocasiones (2016-2017 en cuento y 2019-2020 en novela) y del Ayuntamiento de Madrid en la histórica Residencia de Estudiantes durante dos años (2017-2019). Ha recibido el premio Nacional de Literatura Gilberto Owen de cuento 2018, el premio Nacional de Literatura Juan José Arreola 2019 y el premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2019. En 2021 fue seleccionada como parte de los 22 Novelistas Jóvenes en español por la revista Granta. Actualmente estudia la Maestría de Estudios de Asia y África en el Colegio de México.

Gabriela Damián Miravete nació en la Ciudad de México. Ha escrito ensayos y cuentos que han sido traducidos al inglés, italiano, portugués, francés y euskera; y publicados en antologías finalistas del Premio Hugo y el World Fantasy Award. Forma parte de proyectos colaborativos como la Mexicona: Imaginación y Futuro, festival literario de ficción especulativa en español; y el Cúmulo de Tesla, colectivo de arte y ciencia que publicó recientemente Mis pies tienen raíz, 21 mujeres de habla hispana en Editorial Océano. Es autora de La canción detrás de todas las cosas, que está por publicarse en Odo Ediciones, y obtuvo el premio James Tiptree, Jr. (hoy llamado Otherwise) por «Soñarán en el jardín», cuento sobre un México futuro donde los feminicidios no existen más.

Iliana Vargas. (Ciudad de México, 1978) es narradora y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Cursó el Diplomado de Literatura Fantástica coordinado por Ana María Morales y actualmente forma parte del Seminario de Literatura Fantástica Hispanoamericana de la UNAM. Es autora de Joni Munn y otras alteraciones del psicosoma (FETA, 2012); Magnetofónica (Ediciones y Punto, 2015); Habitantes del aire caníbal (Resistencia, 2017) y Yo no voy a salvarte, que será publicado próximamente en España por Eolas. Editó el dossier Fémina Incógnita y mantuvo la columna “Hibridaciones Sinápticas”, de Vozed. Su obra ha sido incluida en diversas antologías y publicaciones dedicadas a la imaginación fantástica y la ciencia ficción. Fue seleccionada para participar en la Mexicanx Initiative de la WorldCon 76, San José California en 2018, y en el 2o. Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción en Santiago de Chile y Punta Arenas, 2019. Es cofundadora de la MexiCona.

Libia Brenda. (1974) escribe, edita y traduce. Desde hace veintitantos años hace libros y colabora en proyectos independientes. Ha publicado en varias revistas y antologías de México y otros países, su trabajo se ha traducido al italiano, inglés y portugués. Escribe dentro del espectro de la literatura especulativa y de imaginación; como editora, también se ha especializado en géneros no miméticos. En 2019, fue la primera mujer mexicana en obtener una nominación al Premio Hugo. Es una de las felices fundadoras del Cúmulo de Tesla (Twitter: @Cumulodetesla), de la MexiCona: Imaginación y futuro (web: mexicona.mx) y la editora de Odo Ediciones (web: odoediciones.mx)

 

 

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