Coral Aguirre
14.5.30
Recibo los papelitos de Nieves cada semana, cada mes o cada día. Ella no se cansa de hacerse presente. Yo extraño Buenos Aires cada hora que pasa más y para olvidarme busco aquí entre plantas y animalitos alguna tarea que me absorba. He comenzado a tratar sobre las serpientes como hacía en Argentina con los bichos de allá, pero entonces era a impulsos de ella, de Nieves, en las estancias de Tandil, porque con ella todo era descubrimiento y alegría, jugaba con las especies de la pampa y me las aprendía de memoria, la gallineta, la perdíz, el teru teru, el churrinche, el peludo, la mulita, el ñandú… y hasta versos les hice. Era ser joven otra vez y otra vez sentir el latido de mi hombría. Porque fue así, nunca fui tan hombre como en su regazo, ni tan entero en el ajuste de los cuerpos. Sus mordiscos me sacudían y yo sacudía no sus huesos, sí su entraña íntima, la del dueño de la pista, el que nos mantiene vivos.
No puedo fingir, frente a Manuela bajo la cabeza y me voy por otros rumbos, ando el patio y la verja y salgo a la calle y me pierdo por las Laranjeiras sin brújula alguna. Además de los papelitos me ha enviado su última carta, la de los adioses como aquella sonata que escuchamos juntos y lloramos juntos, por mera intuición presentíamos que finalmente ese sería nuestro arreglo. Los adioses para seguir siendo la misma gente. Gente de conducta, gente de ley.
A veces me da el impulso de soltar todo y lanzarme al sur, reiniciar la ronda con Nieves y olvidar el cargo y la sociedad y el país que me ha contratado. Mi país. Mi gente. Mi familia. Mi hijo. No es posible. No se puede Alfonso y esto te lo sabías desde el día en que en México decidiste ser honrado como te pedía tu padre y tu hermano mayor.
¡Vamos!, que he de elegirlo a conciencia, de aquí en adelante encarnaré al embajador, al representante mexicano, al de afuera, eso, me quedaré en el afuera, en la cena y el banquete, la visita protocolar y los trámites de la embajada. Pasarán los barcos al sur y descansarán comisiones, intelectuales, amigos y colegas, diplomáticos y políticos en mi casa. Atenderé a todo mundo y me portaré bien. Escribir escribo siempre, exploraré esta tierra que me toca transitar ahora. Me inclinaré sobre su costa y sus senderos, el cerro y sus cielos. Como siempre, soy buen discípulo de los días extranjeros. En todos he aprendido y he gozado. Y al caminar como ahora cortado por la intermitencia del sol y sombra en medio de tanta exuberancia natural, pero ¡qué bonita! ¡Qué bonita la mulatilla! Y cómo me provoca la muy cabrona, con sus ancas en viajes laterales, para aquí y para allá. Ah, esto me alegra la vida, esa carne morena y esos pechos gordos. Nunca me ha parecido más caliente el sol ni más fresca la piel de una muchacha. Oh, niña, ven a calmar la sed de este viajero, vamos, de qué tienes miedo, acércate, te juro que he de comerte de a poco. Y la voz me sale ronca cuando, ¿Sabes que me recuerdas a mi nana?
Mientras tanto le comunico a Alfonso que le dieron un golpe de estado a Hipólito Irigoyen. Los militares no estaban conformes, ellos quieren un país derecho, un país a redoble de tambor. Se lo digo por teléfono porque me ha llamado, y cuelgo enseguida, luego viene Amado Alonso a la tertulia de los viernes y me cuenta que Borges juró y rejuró que esta era la última vez que se había ocupado de simpatizar con un líder y que el radicalismo está fundido, y también me confirma el bueno de Amado, que en Río, Alfonso se entera de todo. Por suerte lo nombraron embajador en Brasil antes de todo este desbarajuste, aquí hubiera perdido el cargo, agrega, y vaya a saber lo que hubiera sido de él.
Estuve en su casa, continúa Amado, la semana pasada, lo encontré en la cocina preparando no sé qué cosa con la cocinera, creo que eran garbanzos, y pues, no pude seguirlos porque al nombrarlos, ambos largaron tan intensa carcajada que me apené. Todavía oí la voz de Alfonso, Prieta, Prietita, pórtate bien, no son braganshos, son garbanzos y nuevas carcajadas. Un fuerte olor a ajo y aceite de oliva se desprendía asimismo de la risa. Cuando más tarde o al otro día, continúa mi amigo Alonso, di indicios de haber apreciado la escena ¡qué cree, Nieves que me respondió! Que era un ejercicio de comprensión y paciencia que se había asignado en esos días tristes.
Los diversos reportes de tus extravagancias con las negras a las que llamas prietas, han terminado de descorazonarme, Alfonso. Y pensar que hace apenas medio año me escribías “Calidad metálica” aunque yo no lo supiera.
Con este último cuadro que me presenta Alonso decido suicidarme. Así, sin aspavientos ni reproches. A solas con las pastillas y la noche.
Llamo a mi hermana Perla que vive cerca y le encomiendo mis hijos, telefoneo a Rinaldini para comunicarle que tengo jaqueca y no voy a ocuparme de la cena y he dado asueto a la servidumbre, a lo cual responde que tiene una cita con colegas o algo por estilo. Entonces me encierro en mi recámara para perderme en tu presencia ausente. Dolor siempre dolor y más dolor… y allá en el fondo el sostén único, la esperanza de encontrarse alguna vez en mundos mejores con todo lo magnífico de lo desconocido y todos los fuegos de artificio de la fe.
La perfección de la carne. Es a lo que me atrevo. A lo que se atreve un hombre. Cuando tú me asegurabas entre caricias Nadie sabe mejor que yo el hombre que tú eres… descansé en regazo de hembra por primera vez sin exigirme nada de eso, la perfección de Eros.
Entonces voy desparramando las pastillas sobre el cubrecama y en medio de la penumbra porque sólo he encendido la lámpara pequeña de la mesilla de luz; comienzo con una larga fila al bordecito de la madera, una fila de pastillas blancas guardando la misma distancia de una a otra y contando hasta que se cubren las doce letras de tu nombre. Yo no estoy allí, estoy del otro lado de la puerta observándome y ni la que prepara las píldoras ni la que observa al través sienten nada. Se han perdido el orden de las cosas y mis vestidos son lo que soy mientras yo vaya a saber por dónde ando. Es el instante en que alguien me desnuda ropa a ropa y creo que son tus manos que me quieren una vez más sin tapaderas. Me dejo desnudar y me espío para ver si eso produce un ansia, un temblor, algo que pudiera llamar aliento y vida, pero estoy fría.
En ti, contigo, Nieves, el amor es bravo, puro, sin ternezas inútiles, sin disimulos infantiles, por eso este impulso que me lleva a no buscarte en otros rostros sino en la piel tan distante de la tuya, la humedad de la mulata, su olor salvaje, la soledad de sus ancas y sus pechos donde no cabe apoderarse como lo hiciste tú de la nada que me signe, ni de mis nervios ni de mi imaginación.
Y cuando muera y los médicos me abran el cuerpo para sacarme el alma, mi Alfonso, eso dijiste de ti pero yo te imito ahora, te copio, te plagio, no van a encontrarme llena de quemaduras como a ti sino de ríos de miel ámbar y perfume de rosas, que es eso lo que has prendido en el adentro mío.
Un día me fijaste una cita, qué inmenso coraje en tu manera de abordarme, Nieves, Dígame ahora lo que tiene que decirme, sin preámbulos. Y tu rostro se hizo claro, se llenó de luz, comprendí lo que proponías, te habías presentado al amor, Heme aquí, soy tuya te estoy destinada… al amor, no a mí, yo no alcancé tu altura, tu entrega, yo no alcancé tu valor. Yo dimití, Nieves, renuncié, eso es lo que hice. Ahora dejas que me vaya, ahora me sueltas, tú y yo cada uno fuera del otro, en su propio sendero.
Coral Aguirre