Adelanto de <i>El futuro de la universidad</i>

Ricardo Rivero Ortega

 

Las universidades superarán circunstancias muy difíciles en el futuro; en el pasado se han sobrepuesto a guerras, desastres, crisis económicas, otras pandemias incluso. El recordatorio de la historia es suficiente para acreditar esta afirmación: la capacidad institucional de renacer ab ipso ferro (fray Luis de León), con nuevo brío y motivación. 

También ha habido momentos de decadencia, advirtiéndose la necesidad de regeneración, pero es preferible que el impulso de cambio tenga lugar por la iniciativa propia de la comunidad universitaria, porque «no es una buena idea querer imponer una buena idea» (Godet). Esta afirmación, que he reiterado, recuerda el intento del General Thiébault de reformar la Universidad de Salamanca en el contexto de la ocupación francesa, en plena guerra de la independencia. Aquello no salió bien. 

Esa Universidad, la que el militar quiso renovar, fue la misma que envió a su Rector a las Cortes de Cádiz para presidir la Asamblea que aprobaría nuestra primera Constitución. El Profesor Muñoz Torrero moriría tras la tortura, encarcelado por Fernando VII. En las aulas salmantinas también se escribiría el primer comentario al texto de 1812, de la pluma de Ramón de Salas y Cortés. Este sería el libro de referencia en el estudio del Derecho constitucional en América durante buena parte del siglo XIX.

Así que, de la misma institución que un francés consideraba anquilosada, surgirían los mejores frutos liberales, las ideas que insuflaron el ánimo para la independencia americana. La paradoja universitaria por excelencia es su capacidad de combinar apariencias vetustas y propuestas revolucionarias, ortodoxia y heterodoxia conviviendo en el mismo espacio, tradición y modernidad, lo viejo y lo nuevo sucediéndose armónicamente. 

La Universidad sabe adaptarse y cambiar, mejor que la mayoría de las organizaciones. Aunque muchos aspectos de la Universidad parezcan inalterados por el paso del tiempo, más cuando asistimos a los vistosos ceremoniales ataviados con los trajes académicos, lo cierto es que el paisaje humano y los modos institucionales experimentan mutaciones radicales, muchos de ellos muy positivos, porque no es cierto el tópico de que Cualquier tiempo pasado fue mejor. 

¿Cuáles han de ser los caminos del cambio? Los objetivos, las prioridades y las metodologías están trazados. La Declaración Mundial de la UNESCO sobre la educación superior, suscrita en 1998, es un documento elocuente en el que se contienen muchos de los temas que he planteado en esta obra, algunos de los cuales siguen estando en el centro de la discusión: la necesidad de combinar formación y creación de conocimiento; la equidad en el acceso, la diversificación de los modelos universitarios para garantizar más oportunidades; la fuga de cerebros. 

El acceso de la mujer a los estudios superiores es una realidad reciente, en términos históricos, y definitoria de la composición mayoritaria de las actuales comunidades. El fin de la Universidad elitista, reservada para las capas más altas (económica o socialmente) de la población, también ha supuesto una apertura, de muy beneficiosos efectos. La secularización es otro cambio, anterior, ilustrado, que incrementa el margen de libertad de los investigadores. 

¿Qué patrones se repiten en las universidades contemporáneas respecto de sus antecesoras de hace un siglo? No tantos, pues los avances de la ciencia y la tecnología han producido un impacto sobresaliente en la apariencia y el contenido de los nuevos centros de saber. La multiplicación de los centros de investigación marca una diferencia importante. Las relaciones mucho más distendidas (menos formales y estrictas) entre docentes y discentes también sorprenderían a cualquier profesor de hace un siglo. En fin, el paisaje humano y las instalaciones han variado notablemente. Por supuesto también hay características que se repiten. Las disputas internas entre grupos de poder y las luchas de egos en los órganos de gobierno son una constante, que ha propiciado hasta un género literario (las novelas de Campus); los enfrentamientos con las autoridades reguladoras (ministeriales, o de otros niveles) son recurrentes a lo largo de toda la historia de la Universidad. Las penurias financieras y los conflictos entre profesores y estudiantes, o entre aquellos entre sí, nunca han desaparecido. Releer las cavilaciones de quien fue profesor o rector hace un siglo nos hace sonreír a menudo por los paralelismos.

Algunas notas cambian, otros rasgos permanecen. Nada sigue igual, pero todo recuerda en parte al pasado. La pregunta de si es posible reformar las universidades tiene una respuesta fácil, evidente, permanente: La Universidad siempre se está reformando. La principal característica definitoria de esta institución es su inteligencia, que presupone autoconocimiento y, por tanto, capacidad de superar las propias debilidades. 

La crisis es un «estado de buena salud» para la institución universitaria, pues debe mantenerse en perpetuo cambio adaptativo a las demandas de la sociedad: en los estudios que ofrece, en sus procesos formativos y de creación de conocimiento, en las aportaciones al desarrollo del entorno y en sus propios debates internos, que expresan una diferencia clara respecto de lo que ocurre en otras organizaciones mucho más disciplinadas. 

Ser una Universidad es asumir una serie de desafíos que siempre han estado presentes, variando con el contexto social, económico y tecnológico. La ampliación de las capacidades debería ser siempre el propósito de cualquier reforma. Todo lo que pueda decidirse, tanto en el nivel de cada institución, como en el sistema, debiera aspirar a la mejora de la docencia, la investigación, la transferencia de conocimiento, la promoción de la cultura y el progreso social.

¿Se lograrán estos objetivos? Hay varios futuros posibles, cuyo éxito o fracaso dependerán de las actitudes y del contexto. La OCDE dedicó un informe a describir cuatro escenarios potenciales: trabajo en redes abiertas; servicio a las comunidades locales; nueva responsabilidad pública y transformación en clave comercial. 

Algunos agoreros extremos pronostican el fin de la Universidad, pero estas teorías se han demostrado hasta ahora tan falsas como la que vaticinaron el fin de la historia, o el fin de la novela. Tras más de mil años, cada vez hay más, no menos universidades. Ciertamente, coexisten modelos muy clásicos con otros innovadores, pero esa variedad de alternativas es en sí misma una garantía de supervivencia, no un indicio de desaparición. 

¿Serán todas las universidades en el futuro digitales? ¿Se producirá una innovación disruptiva que sustituya a los docentes por aplicaciones de inteligencia artificial? No lo creo. La inversión en tecnologías es sin duda importante, pero mucho más lo es la incorporación de personas capaces a las organizaciones universitarias, mujeres y hombres con vocación por el saber, motivadas para compartir y seguir aprendiendo. Este espíritu peculiar, este afán constante por el conocimiento, es la clave del éxito de la organización universitaria, en mi opinión.

Y, si esto es así, deberíamos preguntarnos de dónde surge el entusiasmo, si acaso posible desde la experiencia individual en el propio domicilio, solo, o requiere siempre la comunicación y experiencia común con el grupo. Si, en fin, es el efecto de facilitación social el secreto del éxito de la Universidad. Las comunidades universitarias son mucho más importantes que las tecnologías, así que el sentimiento de pertenencia debe ser cultivado. Esa dinámica grupal incluye por supuesto una sana competencia, nota distintiva de la Academia. Entre docentes, la envidia surge por la publicación de libros, artículos, reconocimientos o premios. Este mirar al otro, al colega, para sobrepujar sus logros, es una característica clásica de la vida en los Campus, a menudo un incentivo más poderoso que los refuerzos económicos o las promociones.

 

REFERENCIAS

Rivero Ortega, R. (2023). Epílogo: ¿Es posible cambiar las universidades? El futuro de la universidad. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, Universidad de Salamanca, pp. 297-302.