Estefanía Arista
Amarilla dulzura
¡Día, redondo día,
luminosa naranja de veinticuatro gajos
todos atravesados por una misma y amarilla dulzura!
––Octavio Paz
Pequeñas telarañas se tejen
entre las mitades de la naranja.
Todo ese amor se convierte en filamentos.
Mujer, abeja reina de imágenes,
hay palabras que son nido que son miel
que son veneno.
Se borra el día,
pasan las horas,
como una breve mancha
en tu rutina de manantial.
Lo que acontece dentro
de tu amarilla dulzura,
lo que se gesta
toma la forma de un bostezo en mis labios
y el día,
desbastado,
se disuelve como gotas de jugo de mandarina
en un vaso de agua.
Vienes a darle forma
a aquellas palabras que tienen su raíz
y se escriben
más allá del cansancio
atravesado por la misma fábula
de tu ternura.
Si aquí
el día
nos fuera a devorar
en una aparente necesidad de suspenso,
si aquí el día nos fuera a preguntar en vano
si hemos perdido futuro
respondería que sí.
Que se han debilitado las esquinas de los muebles
y que,
sin levantarme de la cama,
pierdo futuro
desprendiéndome de la tierra.
La dulzura encarna en madera
para arder en el aire.
Tu cuerpo
como una estría nueva en mi piel
que me arrastra a recintos
donde no tienen veneno las palabras.
Y el amarillo en tu pecho
es ya un nido de inquietos insectos.
Los zumbidos.
Las veinticuatro horas de una naranja
dejando tras de sí
el aroma del aguijón de abeja
o el veneno de la telaraña.
Si este amor,
que puede ser amarillo y negro y cuchillo,
también se ha debilitado
que siga así,
sin detener su derrame.
Dulzura amarilla,
entrégame sin asperezas
esta mañana.
Metales lentos
Me regalaste un ramo de girasoles,
metal amarillo,
y en el florero no cabían de lo altos:
una premonición
—así lo entendí—
de todo lo que se nos desbordaba de las manos,
como el agua levantándose hasta el borde del jarrón,
como el metal desgastándose desde el centro
hasta las esquinas afiladas del pétalo,
como escucharnos por horas
sin poner atención.
Y si tus gritos son el filo
mi silencio es la interrupción del corte.
Y si esta casa es un campo de minas
todas explotan sin que las pisemos.
Y si las estrellas son clavos en el cielo
su metal es lento en descubrir
quién de los dos ya ha muerto,
allí arriba,
en su constelación personal.
Pero por ahora sobrevive tu regalo
en un florero y su agua con hielos
siendo la metáfora de extinción
que me gustaría escribir un día
en cualquier otro poema que no sea éste.
Estefanía Arista. (Tijuana, 1995). Licenciada en Escritura y Literatura por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue becaria del Festival Cultural Interfaz en la categoría de poesía (Culiacán, 2018) y en ensayo (Real del Monte, 2018). Obra suya aparece en revistas digitales como Tierra Adentro, Este País, Periódico de Poesía, La Novicia, Punto en línea y en algunas antologías nacionales e internacionales. Fue residente de la decimoctava promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en España, donde terminó de escribir su primer libro, Hipocampo (Dharma Books, 2021). Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en poesía.