Anoche caminé solo en la calle y pensé en volver

Donnovan Yerena

 

Quiero pensar que cuando las personas tienen que irse es porque van en búsqueda de algún animal fantástico, que se van por el simple hecho de no querer enfrentarse a la espera, que decidieron salir de casa a buscar la parte de la ciudad en donde el sol es más intenso, para quedarse ahí y no volver. Pero cuando alguna persona tiene que venir, me parece que es por una razón aún más importante, vienen al encuentro de emociones, conversaciones y abrazos. 

En el fondo todos venimos a lo mismo: a pretender que sabemos sumar y decir adiós. 

 

La lluvia viene cuando más se necesita, al menos eso creía cuando era un niño que se alegraba por usar calcetines impares y por no tener moho en casa. Hace semanas que no veo la lluvia, no importa cuántas veces varían mis calcetines, no ha caído ni una sola gota. No hay nubes. Lo único que nos queda es imaginar que la neblina grisácea que nos cubre algún día se cargará de tristeza y llorará. 

 

También a veces me pregunto, ¿cuándo vendremos nosotros? ¿En qué momento me daré cuenta de que mi cama se ha convertido en una isla escarchada con malos recuerdos y sábanas húmedas? Mis días son un constante recordatorio de que las llegadas anuncian la inminencia de las despedidas y a pesar de todo, sigo encontrando puertas a medio abrir para no cortar mis opciones cuando llegue el momento de partir. 

 

Recuerdo el tiempo en el que venías a mi casa de pasada, con bolsas llenas de guayabas rosas y mangos palpitantes: te traje algo del tianguis, siempre tu voz era una cueva de luciérnagas. Me invitabas a comer tacos en la madrugada y me contabas sobre los problemas con tu mamá: me voy a ir de mi casa, ya me esperan del otro lado unos primos, el Boing de mango era tu favorito pero esa noche no tenían. La luz fría y blanca de ese foco titilaba sobre nosotros, como tomando fotografías cada dos segundos. Eh, pero te prometo que voy a venir a verte seguido. 

Flashazo. 

 

Las promesas son como libélulas de papel a punto de iniciar el vuelo, son frágiles y lánguidas como los hilos que le cuelgan a los suéteres viejos. Las promesas han venido para alimentar una supuesta lengua, impostada en el centro de mi cuerpo. El verbo no se puede comprometer porque se rompe. Yo he venido al mundo a aprender de las palabras y a cuidar de las promesas que cargo en la espalda, cierro los ojos en espera de que no sea demasiado tarde. 

 

Sabía que vendrían, dijo la amiga de mi mamá cuando nos recogió en el aeropuerto, nadie puede resistirse al magnetismo del norte. Las montañas se pronunciaban imponentes y hambrientas sobre el parabrisas del auto, la noche acarreaba un aire tibio y rasposo y de pronto fuimos un sueño más que se adentraba a las entrañas de un volcán, conduciendo a 80 kilómetros por hora sobre Morones Prieto, en el malecón de una playa que fue y no volverá a ser. 

 

La última vez que vi a mis abuelos paternos estábamos en el patio de su casa en Apatzingán, extendimos las sillas a lado de la pileta y en torno a la palma que en su cima se coronaba con tres papayas medianas. El cielo estaba despejado, no había nubes, treinta y seis grados. Platicamos sobre el viaje que tendría que hacer para venir a Monterrey, prometieron que vendrían a visitarme. Comimos enchiladas rojas con papa y zanahoria y nos reímos mucho, otra vez prometieron venir de visita. La noche se acercaba, mi vuelo salía a las diez, nos despedimos con la promesa de volver a vernos, de regresar, de venir a casa, de trasladarnos de un punto a otro con el único fin de acompañarnos. Ha pasado tanto tiempo desde ese día que me olvidé de cómo sonríen mis abuelos, olvidé el sabor de la tierra convertida en comida y de los lagos que son espejo de un cielo lleno de estrellas aladas. 


 

Donnovan Yerena. De Morelia, capital del estado de los pescadores. Estudiante de Letras Hispánicas fuera del agua. Formó parte de la segunda generación del Centro de Creación Literaria de la Casa del Libro de la UANL. Anteriormente obtuvo el primer lugar en el Certamen de Literatura Joven Universitaria UANL con un cuento sobre añoranza y té. En la actualidad, con eso sobrevive en la gran ciudad de las montañas. Certero creyente de que todas las historias son peces pero solo aquellas que se escriben, jamás serán pescados.

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