Paulina Villalpando
Yo también quise decir esas palabras,
quizás aquí es donde pertenezco.
Aún bajo el agua, pienso,
si me quedo un segundo más,
tan sólo
uno
o dos segundos
más,
¿vendrá alguien a buscarme?
Aquí abajo no existe el polvo,
el tiempo abrasa mis pulmones, dentro
la sangre fluye como un río y al dormir
siempre acaba el caudal.
Abro los ojos, pequeñas chispas cloradas
atraviesan mi retina, gotean memorias
de este mundo sin olas, sé que
no hay mucha diferencia entre este cuerpo,
y el del pez naranja tras el vidrio
en la sala de espera.
El simulacro termina, nadie vino
por estos segundos, minutos, horas
nadie ha sentido la urgencia de buscarme,
miro al frente, quiero imaginar un lugar sin esquinas,
un pulpo se parece mucho a una mano arrugada,
desde aquí puedo ver los ríos que corrieron
por el cuerpo enfermo de mi abuela.
Esa corriente sumergió a mi madre,
después de volverla un octápodo,
convirtió su cuerpo en sal. Son caminos
que han recorrido sus mejillas, mis mejillas,
rutas de sal que llevo marcadas
en la herencia de mis manos.
Tal vez este cuerpo
sólo le pertenece al agua
y ya ves, yo que nací en el desierto
siempre quise volver.
Pero aquí, hace millones de años
brotó una piel de la tierra,
una piedra que el tiempo
demandaba convertir en polvo,
así, las lágrimas secaron este lugar.
Esta raíz de mi sangre, creí,
plantaron hombres con manos espinadas
y mujeres que le hablaban al cielo y al océano
escondido bajo sus pies.
Pido un deseo, en mi familia los hombres
aprenderán a llorar, quisiera haber nacido
en el arrullo de la corriente, bajo el agua
la luz del farol parece una estrella fugaz.
Hoy afirmo que en este desierto
hace tiempo fuimos mar.
Paulina Villalpando. (Monterrey, Nuevo León, 2000). Licenciada en Letras Hispánicas por UANL. Poeta y mediadora de lectura, le gustan los libros de literatura infantil y llora con ellos.