Donnovan Yerena
Durante las vacaciones vacié gran parte de mi tiempo libre a explorar las inconexas alternativas del internet. Volqué mi voluntad a la punta de mi dedo pulgar y deslicé durante horas escenarios oníricos y aleatorios. Ahora que lo pienso, consumí demasiados TikToks sobre el poder de la mente y la manifestación, la ley de atracción y la inercia del destino. Mientras veía a distintas personas hablando sobre las posibilidades de la invocación a través de las palabras y los pensamientos, recordé mi época de estudiante católico con aspiraciones clérigas.
El padre Pablo se resguardaba en su pequeña y oscura oficina, tapizada de figuras sacras y cubierta de mirra. Cuando se acercaba la hora de la misa en el patio de la escuela, el padre Pablo se levantaba de su asiento y nos pedía a los monaguillos que tomáramos el cuerpo y la sangre de Cristo junto con los demás aditamentos para cumplir con el protocolo de la misa. Nosotros, ingenuos y lampareados por lo que parecía ser un mandato divino, cargábamos el verbo entre las manos y llegado el momento, lo alzábamos al cielo y dejábamos que la tempestad hiciera de las suyas. El cuerpo puede aprender a desbastarse a sí mismo, sólo hay que asentir con la cabeza cuando la intemperie toca la puerta. La misa terminaba y el padre Pablo volvía a su pedazo de cielo y yo me alegraba por él. Él que podía. Él, que ya lo tenía ganado.
Me pregunto si mi algoritmo puede concluir que las afirmaciones son la puerta más estrecha hacia el mundo de las ideas y de lo intangible. Quisiera saber si dentro de mi cuerpo existe un algoritmo que se presente como un reflejo, que me proteja del mundo exterior. A veces pienso que sí, que hay una energía habitándome, acompañando los espacios de mi departamento, empatando su ciclo de sueño con el mío.
En uno de los videos de TikTok un señor hablaba sobre la programación neurolingüística para niñxs en sus primeros meses de vida. Resaltaba la importancia del papel que juegan las madres y padres en la formación de la autopercepción de sus hijxs y en cómo al programar sus cerebros y sus mentes, tendrán una autoestima mejor y su confianza aumentará.
Pero ¿cómo se programa un cerebro?, ¿cómo se les dice qué hacer a los desvaríos humanos? Según el hombre de la pantalla, debemos esperar a que el o la niña se encuentre en la fase REM del sueño, que ya es bastante complicado para mí, y comenzar a susurrar afirmaciones positivas en su oído. Eres suficiente, eres amadx, eres talentosx, tienes una familia que te ama, eres hermosx. Tus sueños serán nubes que alcanzarán el cielo y regarán a toda la ciudad. Todo esto sucede en el plano de la ensoñación, como decía Sor Juana: El sueño todo, en fin, lo poseía: todo. en fin, el silencio lo ocupaba.
Ahora pienso que si en algún futuro llegase yo a tener una hija o hijo, aprendería a cazar sus sueños como una liebre persigue la madriguera. Tan sólo para acercarme a su oído de espuma de mar y decirle que el amor se enseña a edificar cascarones que luego habrá que romper. Pero por hoy, la noche es tan grande como el tamaño de tus manos pulpo y tus dientes que son frágiles y diminutos. La noche selva nos envuelve a ambos, y yo que sigo aprendiendo a ser tu papá, espero que este poema se cuelgue de tu ombligo y te acompañe cuando yo no esté.
Leer un poema en voz baja, quedita, muy suave, es una forma de manifestar y hacer presente al viento. Susurrar por debajo del cuello a mitad de un abrazo y suplicar un reencuentro, hacer de la despedida una luciérnaga. Durante estas vacaciones entendí lo especiales que son las afirmaciones que están intencionadas, que tienen un destino al que llegar y posarse y descansar. Como la poesía, como el canto, como el aliento que algún día se terminará por esfumar.
Recuerdo que en mi infancia mi madre nos llevaba a mi hermano y a mí al parque 150, que está en avenida Camelinas. Disfrutábamos de las resbaladillas de concreto que bien podrían ser réplica del cerro de las Mitras. Corríamos sobre una superficie en constante cambio: un manto de hojas secas y piedras y palos y flores marchitas y piñones y tierra y más hojas secas y muchas más piedras y polvo de la naturaleza. La maleza crecía debajo de nuestros pies y nos recordaba que la vida viene y va sin dejar rastro alguno.
Un día se unieron a nosotros la mejor amiga de mi mamá y su hija Valeria, un año menor que yo, y su primo Mauricio, que era mayor que nosotros dos. Recuerdo que nos propuso un juego: caminen en círculos alrededor de esta cisterna, yo iré preparando la magia al centro. Estábamos expectantes y ansiosos ante la promesa de presenciar un acto de magia, así que hicimos lo que nos pidió. Mientras caminábamos rodeando la cisterna de cemento, él iba colocando sobre la tapadera un cúmulo de hojas secas y recién arrancadas, tierra seca, hojarasca, lodo y demás sustrato que fuera nido para su acto. Ahora repitan después de mí: y procedió a parlotear un cántico que tristemente no recuerdo y al que nos unimos con la fe ciega de un infante de 6 años. Quiero pensar que fue algo así:
Flores de naranjo, nubes de algodón, dragones multicolor, abejas por doquier, que la lluvia y el sol te aparezcan aquí, ¡ya!
Paramos en seco, Mauricio se quedó muy quieto, viéndonos. Creo que ya está, ¿quién lo quiere ver? Valeria y yo nos miramos como sólo los cómplices pueden hacerlo. De entre las hojas se asomó el resplandor de un cuerpecillo negro. Frente a nuestros ojos sucedió la magia, el verbo se hizo carne y floreció en un pequeñísimo escarabajo negro y dentado. Lo habíamos conseguido, la naturaleza escuchó nuestra petición y nos regaló el recuerdo de la creación.
Donnovan Yerena. De Morelia, capital del estado de los pescadores. Estudiante de Letras Hispánicas fuera del agua. Formó parte de la segunda generación del Centro de Creación Literaria de la Casa del Libro de la UANL. Anteriormente obtuvo el primer lugar en el Certamen de Literatura Joven Universitaria UANL con un cuento sobre añoranza y té. En la actualidad, con eso sobrevive en la gran ciudad de las montañas. Certero creyente de que todas las historias son peces pero solo aquellas que se escriben, jamás serán pescados.