Yaroslabi Bañuelos
Apenas has cruzado siete eneros y estás sola.
No entiendes por qué las niñas siempre esconden las muñecas,
por qué te abandonan a mitad de la tarde
con tus juegos mudos,
con tus cuentos de guisantes mágicos, faunos y náyades.
Sólo te queda la hermandad de los perros.
Te cuesta comprender por qué tus compañeras de clase
se ríen del balanceo de tus pasos
o de la forma en que comes las mandarinas;
les arrojas piedras, fracturas sus lápices,
después vuelves al salón para perderte en laberintos
con más de un Minotauro.
Estás sola: apenas tienes nueve, catorce, o dieciséis años.
Eres una chica que conoce bien la alquimia de las lágrimas,
nadie escucha tus murmullos
sobre fantasmas atrapados en un frasco de mermelada
y a todos les aburre
escucharte hablar de baobabs
o de las mandrágoras que soñaste en el jardín de la noche.
Por eso, en el recreo prefieres
intercambiar secretos con los colibríes
o imaginar a cigarras ancianas escondidas entre las hojas.
A veces pasan frente a ti las chicas grandes
que besan la mirada transparente de sus novios bajo la sombra de los ficus.
Te preguntas, ¿cuáles son las palabras por las que suspira
una chica con el cabello enmarañado de amores y geranios?
¿Hablarán de pterodáctilos o trilobites?
¿Hilvanarán conversaciones donde aúllen licántropos y nahuales?
¿Conjurarán peces extintos?
¿Invocarán gatos dorados como el trigo?
¿Soñarán sauces aferrados a la orilla del alba?
Sabes que no podrías tolerar
el roce de una piel extraña contra tus manos,
la caverna de tu boca
no soportaría el vaivén de lenguas suaves como algas o moluscos.
Y, aun así, piensas que sería hermoso si alguien, alguna vez
te obsequiara pequeños conejos de chocolate.
Cumples veinticinco, treinta y dos, treinta y tres años.
Estás sola: te acompañan el viento que juega en el desierto,
un lejano recuerdo de codornices,
los almendros que lloran en los crepúsculos del otoño.
Te aferras a los eucaliptos y su lealtad amarga.
Eso es todo lo que tienes.
Ya no esperas que tus palabras echen raíz en una amistad estéril,
posees el abrazo arcano de los árboles,
sostienes en sus sombras el latido perpetuo de un pájaro.
Es ineludible: estás sola
y en ello existe un resplandor salvaje que te salva.
Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022.