Armando Gutiérrez Victoria
Prendes de nuevo la luz. Y es ahora cuando vuelves a recordar que querías escribir un ensayo sobre el insomnio. Pero, ¿otro ensayo sobre el insomnio?, te dices. Tal vez mejor no. Tal vez deberías aprovechar aquel insomnio y en su lugar armar una lista imaginaria de posibles ensayos con mejores temas. Una lista mental de cosas realmente más productivas. O volver, sostienes, al insomnio como asunto principal de tu ensayo. Tienes la impresión, entonces, de que han de existir un centenar de ensayos sobre el insomnio. Ensayos mejor escritos, menos autocomplacientes y más experimentales. Pero el tuyo lo escribes desde el presente de la enunciación, te dices, y algo ha de valer. Esto es la experiencia real, te repites, y no las brillantes ideas de quien durmió despreocupadamente y se levantó fresco por la mañana porque se ha propuesto escribir un ensayo sobre el insomnio en la comodidad de la vigilia.
Te detienes, porque aquí conviene incluir algunos insomnes ilustres, pero no recuerdas a ninguno. Eso de la memoria nunca ha sido tu fuerte. Bueno, quizá si te acuerdas de uno, pero no te convence del todo su perfil, porque él mismo no se consideraba insomne. “Conticinio”, una palabra que ya te habías topado alguna vez, pero que nunca habías tenido la iniciativa de buscar en el diccionario. O bueno, al menos no en la cómoda aplicación de la RAE. Martín Luis Guzmán dijo en una entrevista con Emmanuel Carballo, en los años sesenta, que él escribía mejor durante el conticinio. “Hora de la noche en que todo está en silencio”, dice la RAE, pero tú recuerdas otra definición sacada quién sabe de dónde, una que decía más o menos así: “momento más silencioso de la noche, momento en que hay completa calma y nada se oye, sino la noche en sí misma”.
De repente, te acuerdas que a ti realmente no te gusta el insomnio porque te parece que tiene cierto regusto de lugar común, de cliché, de caricatura de escritor con insomnio, un sabor que pertenece al mismo tipo del escritor comprometido socialmente o del que padece una profunda depresión. Seamos honestos, te dices, el insomnio es aburrido. Sólo te quedas ahí, tieso, sintiendo cómo pasa el tiempo sobre ti, en una extraña espera, porque no tienes la certeza de que al final valdrá la pena. Te quedas quieto, entonces, como un muerto, pero no como el muerto de verdad que tiene la ventaja de no angustiarse más por si mañana llega tarde al trabajo y porque no podrá decir como excusa: “Perdón, perdón, es que me dio insomnio”.
Pero sí te gusta el conticinio, te dices. Porque te gusta el silencio. Y hay que reconocer que estamos muy escasos de silencio. Todo es estruendo y un centenar de estímulos que atrofian los sentidos. Te gusta el silencio porque te deja escribir y porque comprendes a Martín Luis Guzmán.
No se trata, lógicamente, del mismo silencio que te incomoda cuando estás con tus amigos y todos deciden callarse al mismo tiempo y el impulso te lleva a decir cualquier idiotez, lo que sea sólo para que no se haga aquella pausa. Pero tampoco estás hablando de ese otro silencio de quien nunca responde los mensajes y ya no sabes si está molesto o simplemente no le importas, lo cual, en ambos casos, puede dar como resultado una ligera angustia que más tarde se agudice y derive irremediablemente en el insomnio.
Acabas de recordar que tus padres padecen también insomnio, aunque ni ellos mismos lo reconozcan. Serán de esas cosas que se heredan con los genes, piensas. Usted tiene altas probabilidades de padecer insomnio crónico, por favor ya no se reproduzca más, un hipotético doctor les dijo a ambos en una realidad alterna. Quizá debiste saberlo también cuando eras niño y no podías dormir la noche antes de una excursión escolar y girabas y girabas en la cama, o cuando no dormías nada la noche de Reyes Magos, tú querías, pero no podías y te sentías mal, lleno de culpa por infligir una regla básica de la infancia.
Son las 3:41 am. y tú buscas en Google eso de los insomnes ilustres y los resultados te dicen: Ernest Hemingway, Jorge Luis Borges, Calígula, Margaret Thatcher y don Quijote. Te hace gracia que don Quijote esté ahí, como una persona con todas las de la ley. No lo recuerdas insomne, pero es lo que dice el internet. Y te preguntas cómo es exactamente que saben que el resto eran insomnes, cómo saben que, por ejemplo, Borges no dormía. Pero, en realidad, cómo sabemos que Borges no es sino un personaje de ficción, inventado por las universidades, los gringos y las editoriales. Oigan todos: Jorge Luis Borges no es real. Se trató solamente de un estudio antropológico y social sobre el intelectual latinoamericano y sus formas de sociabilidad. No fue más que un montaje, una simulación hábilmente tramada y el señor que salía en las fotos, el que impartía las conferencias y concedía las entrevistas, no es sino un talentoso actor que un día declaró padecer insomnio, porque le pareció lo correcto, lo que no dijo en aquella ocasión fue que lo padecía por la cantidad abrumadora de datos y citas que estaba obligado a memorizar, como –dicen– le pasó a uno de sus personajes.
Propones, pues, la existencia de un libro que se titule Poemas para curar el insomnio. El cual debe incluir una cantidad exagerada de lugares comunes, metáforas gastadas y una que otra descripción larga, larga, escrita con la prosa más insípida y simplona, pero llena de enters, por aquello de la cadencia y del ritmo. Composiciones tediosas como ellas solas, pero también con algunas reflexiones de orden ensayístico sobre el insomnio. Ah, y no olvides los datos científicos, que ahora están tan de moda. Lo de hoy es romper la frontera de los géneros, no se cansan de decir, como si toda la literatura occidental no estuviera sustentada desde hace siglos en el mismo principio. No, no, es una idea de hoy, ellos dicen. Pues está bien, tú rompe la frontera de los géneros, lo que sea que eso signifique. Tienes que hablar luego del insomnio, pero sin mencionar la palabra insomnio. O hablar del insomnio sin llegar al insomnio, más bien darle vueltas, una y otra vez, como cuando no puedes dormir y ya lo intentaste todo.
Con el insomnio viene el aumento de peso, una disminución de la salud cutánea, mal humor, así como mayores cantidades de cortisol. Y saber todo esto te angustia más y ya no puedes dormir sabiendo que saboteas tu propio cuerpo. ¿Cuántos poemas habrá sobre el insomnio?, te preguntas. No puedes recordar ninguno, todo es sueño, sueño esto y sueño aquello. El insomnio como metáfora de la excesiva consciencia. Como continuidad absurda y esquizofrénica de la razón y sus peligros. Habría que escribir un poema largo sobre el insomnio y ponerlo a circular de madrugada como consuelo y una forma de perder el tiempo.
Armando Gutiérrez Victoria. (CDMX, 1995). Autor de Week-end en Zipolite y otros poemas póstumos (2023). Cursó el Doctorado en Literatura en El Colegio de México. Ha colaborado en revistas como Nexos, La Palabra y el Hombre, Punto de Partida, Enpoli, Tintero Blanco, Espora, Campos de Plumas, etc. Director de la publicación independiente Irradiación. Revista de Literatura y Cultura.
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