El rebuscado estilo de Ánimas Rocafuerte

Daniel Salinas Basave

 

Alguna vez, en uno de tantísimos talleres o laboratorios de escritura por donde arrastró su juventud, alguien le dijo a Ánimas Rocafuerte que su prosa era odiosa e innecesariamente rebuscada

Ya otras veces le habían colgado calificativos similares. Su escritura había sido catalogada como densa, farragosa, sobrecargada, intelectualoide, rimbombante, dominguera, pedantesca , o, simple y llanamente, aburrida. Ánimas ya estaba acostumbrado, pero, por alguna razón, el término rebuscado le hizo más ruido que el resto de las críticas.

Entonces cayó, por vez primera, en cuenta de la relación tan particular existente entre el prefijo re y la palabra buscar : una na relación única.

¿El que rebusca reencuentra? No necesariamente. Encuentro es la palabra complementaria de búsqueda. Reencuentro (volverse a encontrar) es una palabra con cierta carga romanticona de la que se suele abusar. Pero ¿existe acaso la palabra rebúsqueda? Hasta el Word  la marca en rojo.  

Cuando algo se te perdió, algo te piden que busques bien, que busques a fondo, que busques por todas partes, que intensifiques la búsqueda. Pero se escucharía muy raro si te pidieran que rebusques.  ¿Acaso rebuscas lo que has perdido?

Combinado con verbos, el prefijo re indica repetición constante, intensificación, oposición o movimiento hacia atrás.

En Argentina, el “re” se utiliza para expresar intensidad, de manera similar a “mega”, “sí” o “súper”.

La reputa madre que los remil parió,  es poesía porteña pura.

El espíritu de la época había puesto de moda expresiones como repensar, revisitar, reimaginar. Repensar el arte contemporáneo desde la interdisciplinariedad sería un título muy acorde al Zeitgeist reinante.

Sin embargo, a la hora de ponerle un re al verbo buscar, no significa buscar intensamente ni retomar la búsqueda.  Lo rebuscado es complejo, estudiado, atildado, afectado, amanerado, complicado, insoportablemente pedante y barroco, tal como la escritura de Ánimas.

Escribir es ser otro, había jurado una y otra vez, pero Ánimas Rocafuerte no podía dejar de ser él mismo; es decir, un narrador rebuscado.  

Buscó sin éxito disfrazarse de otro escritor e intentar estilos, expresiones y temáticas radicalmente ajenas a lo que creía era su esencia. Su voz narrativa, si es que existía, era una terca redundancia, un chapoteo en el pantano de frases hechas, un limitado y predecible glosario irremediablemente rebuscado. Ánimas tenía ganas de escribir como nunca escribiría, de invocar un heterónimo capaz de romperle el engranaje a su machacadísimo estilo y ponerlo a trabajar en una página en donde no hubiera ni vestigio de su esencia rebuscada, pero fue inútil. Hay quien dice que lo más duro para un escritor es encontrar su propia voz. Ánimas la había encontrado, pero era tan rebuscada que empezaba a estar harto de ella.  Acaso lo que más le aterraba, aunque se negara a reconocerlo, era la certidumbre de que sus mejores párrafos (o mejor dicho los menos malos) ya habían sido escritos. El tope de su escritura había sido alcanzado en 2014 o 2015. Ese había sido su techo creativo y en adelante solo le quedaría girar y redundar como disco rayado en su rebusque. Se aferraba a creer que, en su interior, dormitaba un nuevo creador aún desconocido: un monstruo que despertaría de un prolongado letargo y sacaría ases narrativos  de su manga, conejos prosísticos bajo un sombrero de mago.  Sus mejores páginas estaban a punto de ser escritas, aunque, en el fondo (o en la más obvia superficie) Rocafuerte supiera que su yacimiento creativo era un pozo seco. 

Ánimas creía que, si su escritura le había dado las ganancias menos magras de su existencia y le había dado de comer por casi una década, bien podía él apostarle a que un amasijo de palabras más o menos bien acomodadas podían seguir mareando a distraídos jurados que le darían el gane en los concursos del mañana que, para é,l ya no llegaría. 

Ánimas, que públicamente se burlaba de la retórica cursiloide y barata de los libros de superación personal, se auto motivaba con peroratas que habría utilizado cualquier burdo coach de vida. La llave está en ti, todo el poder reside en tu interior. Cuestión de ponerse en la labor con disciplina y objetivos. Estoicismo, concentración, actitud triunfadora. Nada muy diferente de un Rocky Balboa trepando la nevada montaña siberiana. Cada día un nuevo desafío, el triunfo está en tus manos y en tu corazón está el poder de transformarlo todo. Cualquier aspirante a empleado de mes en Home Depot o a vendedor estrella de una compañía de electrodomésticos podría haber entendido el sentido de esos auto-lavados cerebrales del pobre Rocafuerte.

A esas alturas de la vida, Ánimas apelaba a soluciones desesperadas. La escritura planteaba incluso desafíos psicosomáticos. Escuchar el suave golpeteo del teclado costaba sangre, sudor y lágrimas, y era el non plus ultra de la improbabilidad.  Parecía que su organismo y el universo entero conspiraban contra la escritura. Aquello era ya enfermizo. Bastaba empezar a teclear para sentir una modorra devastadora, un cansancio de siglos, un mareo con esencia de mil derrumbes. Aunado a sus malestares, la computadora tenía  la mala costumbre de fallar y crashear cuando la bestia Bartleby ofrecía una mentirosa capitulación. 

Hace algunos ayeres, cuando no tenía tiempo ni dinero, Ánimas escribía por escribir, aún a sabiendas de que nadie jamás lo leería. Las historias emergían de la nada, le bailoteaban un tiempo en la cabeza y un día cualquiera las derramaba en un papel o en algún archivo de Word. Su vida diaria no tenía minutos sobrantes, pero Ánimas siempre encontraba el instante para entregarse a su fuga escritural. El mundo real era tan denso, tan absorbente y castrante, que la escritura poseía el deleite de lo furtivo: la emoción de la escapatoria. Escribir era evadirse de lo indeseable, robarle minutos a la tiranía del trabajo serio e ir a  buscar esa idílica vida que yacía siempre en otra parte. Si alguien le hubiera dicho a Ánimas que, en algún momento de su vida adulta, el gobierno le pagaría por escribir, a él le habría parecido un sueño guajiro. El monto de su beca  doblaba el que por más de una década fue su sueldo de sufrido reportero, la bicoca semanal que recibía por arriesgar la vida ejerciendo el periodismo en una ciudad hostil y partirse el lomo y las neuronas empujando la piedra de Sísifo por una ladera infestada de nopales y escorpiones. Hoy, que podía pasar semanas sin moverse de casa y consagrar las horas de su día a la creación literaria, Ánimas ya no podía escribir más o por lo menos no disfrutaba haciéndolo.  Debía obligarse a ello, como un niño frente a su odiosa tarea de matemáticas. La escritura creativa no era la fuga sino el deber. Debía escribir porque, para eso, le pagaban y era lo que se esperaba de él. Pero ahora, Ánimas se dedicaba a robarle tiempo a la literatura por cualquier pretexto. Jugar futbolito, comer compulsivamente, caer despatarrado víctima de mazazos de sueño vespertino y despertar aturdido para rebuscarse.  

 


Daniel Salinas Basave

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