Tríptico de una niña

Yaroslabi Bañuelos

 

I: Las auroras de Saturno

 

Las personas en el espectro autista pueden presentar intereses muy restringidos, cuya intensidad puede parecer inusual para los demás; por ejemplo, un fuerte apego a temas poco comunes, así como intereses excesivamente específicos o persistentes.

 

Niña no pierde la cabeza por los horarios de los trenes,

no colecciona naves espaciales 

ni encierra cochecitos rojos en las filas de un hormiguero.

Niña no sueña con usar trajes de astronauta,

tampoco algún otro uniforme;

ella anhela ser el planeta más terrible, 

el cráter más hondo de la Luna, 

el volcán más triste de Marte.

Cuando mira Cosmos, sentada al borde de su cama

la mañana de un sábado de 1999,

no elige ser Carl Sagan, ella es el agujero negro,

una singularidad espaciotemporal al otro lado de la galaxia,

la antimateria, 

la supernova que danza a millones de años luz.

 

Aunque algunas veces ella quisiera lo contrario,

al igual que su madre y sus abuelas 

Niña se proclama más hechicera que científica;

le gusta invocar la alquimia de las desventuras,

derrama por toda la casa 

pociones que huelen a tierra mojada y jazmín,

descubre pájaros profetas entre los almendros

y, con hilos invisibles, 

cada crepúsculo clausura sus labios desérticos  

como si fuese una muñeca vudú

para no hablar  —otra vez— del cielo nocturno de Venus

o de furiosas colisiones estelares.

Para jamás mencionar que allá en el espacio sideral

las mejillas heladas de los nómadas celestes

no se humedecen por las lágrimas, 

pero aquí en la Tierra 

gracias a la magia de la gravitación universal 

sus ojos se inundaron de estrellas y fracasos. 

 

[La última vez que Niña habló de las auroras de Saturno,

quiero decir, la última vez que niña habló,

su voz sólo fue un eco de lluvia,

una estrella fugaz que se desploma en los acantilados].

 

II: Monstruo 

 

Un chico arrojó a mi cara la palabra monstruo,

después empapó mis manos con thinner. 

Sólo pude pensar en cangrejos iracundos,

también pensé en un viejo tiburón toro 

atrapado en las profundidades abisales de mi sueño

y en las criaturas acuáticas temidas por antiguos navegantes

ahora sueltas entre mis manos. 

“Es fácil ser engullida cuando no entiendes

a los bufones y sus enormes fauces”, 

repetía el tiburón toro. 

Sobre aquel día no hay mucho que contar:

mi piel se retorció en el disolvente

y el chico conjuró venenos mientras alzaba su risa.

Con los movimientos de una curandera sabia,

mamá bendijo mis brazos

en agua tibia y pulpa de sábila fresca. 

Por la noche continué imaginando sigilosos caimanes,

también pensé en barracudas

y la sofocante oscuridad del verano

me obsequió crueles pirañas aferradas a mis nervios.

 

Al amanecer, le pregunté a mi madre

una duda que me clavaría los colmillos durante largos estíos: 

                                                                                   mamá, ¿yo soy el monstruo?

 

III: La profesora de tercer grado 

llamó a la madre de Niña después de la clase de Ciencias Naturales 

 

Desde los cuatro años 

Niña persigue capibaras en las páginas de National Geographic,

sabe distinguir bien 

las plantas caducifolias de las hojas perennes,

aunque no conoce la diferencia 

entre un gesto de luminoso júbilo y una sonrisa por compromiso.

Niña crece huraña en el vuelo de una libélula,

aprendió a leer antes que esas chicas que la llaman bicho raro, 

aprendió las capitales del mundo y, durante un rato, 

logro olvidarse del ruido.

 

Eslovaquia                                  Bratislava

Tanzania                                     Dodoma

Indonesia                                    Yakarta

Filipinas                                      Manila 

Rumania                                     Bucarest        

Nepal                                          Katmandú

 

Niña no tiene que bucear en su memoria 

para recordar los 10 994 metros de oscuridad oceánica que guarda 

el Abismo de Challenger,

tampoco olvida 

los secretos de las fases lunares 

ni el vuelo de las golondrinas de Bécquer,

pero Niña se mete en problemas

cuando debe señalar su mano izquierda,

atarse las agujetas sin ayuda o colocar los puntos cardinales;

los mapas son sus adversarios, 

son enemigos los croquis y los zapatos con cordones,

por eso la profesora de Ciencias Naturales 

aseguró que Niña ignora dónde está parada:

 

Su hija insiste en dibujar el Sur donde debe ir el Norte.

En algún lugar entre el corazón y las sombras, su hija extravió 

la rosa de los vientos.

Nadie llega lejos sin el resplandor de Polaris.   

 

En los días de escuela, Niña siguió mordisqueando las capitales 

para averiguar, por fin, dónde estaba parada.

 

Nicaragua                                     Managua    

Ucrania                                         Kiev 

Líbano                                           Beirut

Malasia                                          Kuala Lumpur

Venezuela                                     Caracas

Clase de Ciencias Naturales      Tristeza sin brújula. 

 

 


 

 

Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022. 

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