En la costa de Ishihara los peces usan colores cálidos

Alan Valdez

 

 

1.

Shinobu Ishihara trabaja 

para el Ejército Imperial Japonés

como cirujano y oftalmólogo. 

Es 1917.

 

En las horas en que nadie lo llama, 

pinta.

 

Del estante toma un papel.

Lo alisa con la palma.

La hoja tiene el blanco 

de los dientes nuevos.

 

Sobre la mesa hay un cuenco de cerámica 

con agua limpia

y tres frascos: 

uno lleno de rojo 

bermellón, 

otro,

un pigmento ocre, 

y un último azul 

verde viridiano.  

 

El pincel en el agua. 

La única luz del cuarto

proyecta la sombra del doctor 

como una oblea amarilla

que se junta en la madera.

 

Ishihara no tiene método,

imprime puntos. 

A veces de forma regular, 

a veces en racimos,

con huecos

como piedras salpicadas a medianoche.

 

El papel absorbe. 

El agua en el cuenco 

ha cambiado de paciencia.

 

Abandona la hoja.

No la mira.

Se acerca al lavatorio. 

Los colores se enjuagan del vaso.

 

Ahora moja el pincel. 

 

Despliega la hoja. 

 

Empieza.

 

 

2.

Las cartas de Ishihara son un conjunto de 38 láminas llenas de puntitos de colores distribuidos de manera aparentemente aleatoria. No hay líneas ni bordes dibujados: la figura aparece únicamente porque los colores se combinan y contrastan entre sí.

 

3.

Ha terminado su guardia en el cuartel.

Ishihara se descalza.

Apaga las luces,

se frota los ojos.

 

El pliego negro de su habitación 

se llena 

con la motricidad saltarina de fieras 

aluzadas.

 

 

4.

Las cartas fueron publicadas como parte de un método clínico desarrollado por Shinobu Ishihara para detectar deficiencias en la percepción del color. Los primeros en ser examinados con este método fueron hombres japoneses reclutados para la Primera Guerra Mundial.

 

5.

De niño

su madre le enseña los colores 

con una canción

mientras riega el jardín.

 

Azul, roja y amarilla.

Así es la brisa luciérnaga,

en verano, mi niño.

 

Mi niño, vamos tarde a la montaña,

en verano,

recuerda,

así es la brisa luciérnaga,

azul, roja y amarilla.

 

A veces la madre 

lo deja pintar con pinceles suaves.

Pero Ishihara no dibuja cosas,

solo juega con las manchas.

 

En verano, mi niño,

en verano,

los peces y los ríos son cálidos.

 

El médico Shinobu Ishihara duerme.

 

Esa noche sueña con su madre

y con el ojo de un animal,

que reposa herido,

en la orilla de una isla.

 

 

6.

Una vez, al salir del Hospital de la Ceguera, un montón de viejitos con lentes de sol cruzaban las calles de Coyoacán, y yo pensaba en lo que el doctor dijo en nuestra cita:

Ya estás entendiendo mejor el rojo

y el amarillo. 

Al llegar a casa, puse los lentes negros sobre la mesa, abrí las cortinas e hice un té de cúrcuma. En el edificio de enfrente unos vecinos extendían impermeabilizante rojo terracota en una de las azoteas y otros descolgaban ropa interior ligera y seca.

Eran como las 5 de la tarde.

 

 

7.
Azul, roja y amarilla.

Así es la brisa luciérnaga,

mi niño, en verano.

 

 

8.

Llegué a la costa por la tarde. Cerraba los ojos y el calor de la luz en mis párpados. 

Una idea del amarillo y del rojo y también del azul. 

Una tibieza como de vientre. 

Un animal recostado en un claro del bosque. 

Hasta que una nube cubrió el sol y espantó a las criaturas. 

Se fueron brincando. 

Yo me quedé en silencio y empecé a contar las olas.

 

 

9.

Mi niño, vamos tarde a la montaña,

en verano,

recuerda.

 

 

10.

El día que vi en persona La Grande Jatte acabé el Me acuerdo de Joe Brainard.

 

Yo no sé francés, pero creo que La Grande Jatte se podría traducir como La Gente Grande.

 

En esa pintura de Georges Seurat es domingo y la gente está haciendo cosas borrosas en una isla.

 

Me acuerdo de que intentaba escribir sobre las cosas borrosas que hacen las gentes, pero no lo hice. En cambio, me pasé tres meses tomando fotos de hojas y basura congelada donde la luz se quedaba quieta en los estanques.

 

También, en algún momento, quise usar las Cartas de Ishihara como pretexto para hablar de mis ojos.

 

Sin embargo, años después, frente a un lago, un pronghorn y yo cruzamos miradas.

 

 

11

En verano, mi niño,

en verano,

los peces y los ríos son cálidos.

 

 

12.

Veo animales 

devorar el aire

como fruta

recién inventada.

 

Las olas se aquietan un poco,

y los nadadores alzan los brazos como acentos.

 

 

13.

En verano, mi niño, azul, roja y amarilla.

 

 

14.

El antílope americano y yo estuvimos atentos al paso del otro durante algunos instantes, hasta que, sin relación aparente con nuestra anatomía, el animal se fue alzando su cornamenta como dos ganchos negros hacia el cielo. 

Yo hice lo mismo. 

 

 

15.

El color es solo un dedo

cortándose con el filo del arroyo

 

 

16.

Al final, por la tarde, el sol ardió en la costa vacía y crustáceos azules escarbaban la arena.

¿A dónde se dirigen esos animales?, pensé.

 

Si tuviera que explicarle a alguien esos colores, 

¿cómo lo haría?, pensé.}

 


 

Alan Valdez. (Chihuahua, 1992). Escribí La pérdida de voluntad en el agua (FCE/Tierra Adentro, 2021). Me gustan las nutrias, hacer música en sintetizador, que Quignard procure el silencio y, sobre todo, el poema 135 de Emily Dickinson.