José Emilio Pacheco: el ucronista

Ramón López Castro

 

Quizá por la certeza de que en 2021 ya no estaremos aquí o por el miedo de que para entonces ya no habrá ni libros ni poesía.

José Emilio Pacheco

Pocos escritores mexicanos han cultivado la ucronía –esta perversa contorsión de la historia contrafactual que vestimos de literatura especulativa– como lo ha hecho José Emilio Pacheco (JEP). Inventa a un Ramón López Velarde que libra la batalla contra la neumonía y se desbarranca en la cima del panfleto viviendo una existencia de burócrata universitario, olvidado con justicia al haber abandonado la poesía. Imagina a un Álvaro Obregón porfirista, eternizado en el poder, destructor de la vieja Ciudad de México para pergeñar un insulto urbanístico de nacionalismo sonorense llamado Ciudad Obregón, en las ruinas de la defenestrada Tenochtitlán. Idea, diligente orfebre del lenguaje, una vida bifurcada para el tal García Lorca, exiliado español en México, cuya vida a salto de mata entre el teatro subvencionado y la tragedia de un poeta que —al igual que otro jardín alterno, el de Velarde—no supo morir a tiempo.

La ucronía en manos de JEP es un dúctil magma de creación y reinvención literaria que arroja eso: vidas largas e inanes. El fallecimiento temprano de los artistas parece ser requisito para su elevación al mito. Poetas ancianos: ¿a quién le puede interesar semejante oxímoron? Los narradores y dramaturgos, siempre proclives a la desidia, tampoco suelen tener éxito en las ucronías fabricadas por Pacheco; parecería aquí que JEP lee en el manual vital de un José Vasconcelos o un Jaime Torres Bodet, rebeldes transfigurados en senectos y ancilares testigos de la historia. Morir a tiempo: virtud de estetas y toreros.

La ucronía se invoca a partir de ciertos momentos históricamente significativos, o al menos eso entiendo de la lectura de Historia virtual: ¿qué hubiera pasado si…?, el libro de ensayos ucrónicos coordinado por Niall Ferguson. Momentos estelares de la humanidad, parafraseando a Stefan Zweig, pero vistos a contraluz, ligeramente desenfocados: sus líneas de proyección, de perspectiva y de profundidad, alteradas. El resultado es un cuadro histórico distinto al que conocemos: el lado B de la historia o acaso su negativo. Pero como el devenir histórico no es una fotografía sino un largometraje sin aparente fin ni intermedio, introducir cambios en la perspectiva y en las tomas cambia, incluso, cual fichas de dominó, a la trama misma y sus personajes. El comparsa deriva en actor principal, la protagonista muta en actriz de reparto y hace mutis discretamente por el telón de la probabilidad. La onda de los cambios perturba el estanque de la eternidad, haciendo que sus reflejos colapsen y se multipliquen. De acuerdo con Michael Scriven en Truisms as Grounds for Historical Explanations, citado por Ferguson (1998: 70):

«La inevitabilidad es sólo en retrospectiva […] y la inevitabilidad del determinismo es explicativa más que predictiva. De ahí que la libertad de elección, que es entre futuros alternativos, no es incompatible con la existencia de causas para cada acontecimiento […] Tendríamos que […] abandonar la historia si quisiéramos eliminar toda sorpresa». 

Pero JEP no construye sus ucronías bajo el anhelo del arqueólogo que indaga las pirámides o la columna de Trajano en busca de grietas gigantes, de enormes giros históricos. Su extrañamiento literario es labor de miniaturista, de pepenador de epifanías. Las narraciones de historia contrafactual que encontramos en sus Inventarios, pequeñas piezas ensayísticas publicadas con laboriosa disciplina en el semanario Proceso durante décadas (y compiladas ahora en tres gruesos volúmenes gracias a editorial Era), nacen de eventos de la historia con letras minúsculas, casi de pie de página: un poeta zacatecano evade la muerte; una bala cambia su trayectoria por milímetros y cierto general mexicano, malherido, sobrevive a su aparente destino. Exageramos al pensar que la crónica de los sucesos de México es relevante en el gran teatro de los acontecimientos mundiales. Sí, en ocasiones, el escenario viaja a nuestro país y así vemos a León Trotski, su cráneo destrozado, en el centro de los reflectores. Pero esta es, asimismo, la tierra de los pequeños cambios históricos que luego, en las décadas subsiguientes, se revelan importantes: Bierce es un viejo gringo sin oficio ni beneficio que muere fusilado, mordido por una víbora de cascabel, de una congestión alcohólica en un lupanar chihuahuense; o no, pero desaparece como un espejismo en el desierto norteño. Incidentes que recuerdan a las vidas instantáneas que viven los ahorcados en cierto arroyo confederado. ¿Importan acaso esas breves fintas y maniobras de la historia cuando las grandes evoluciones de los ejércitos de la Historia se despliegan en otros campos de batalla?

Importan, diría JEP, porque ninguna vida es del todo insípida, aunque todas –en particular las más públicas– resultan insondables. Importan, porque las ucronías de José Emilio Pacheco son, al mismo tiempo, breves vislumbres a otros jardines donde titilan las gotas de infinitos surtidores, los reflejos de kalpas y universos que se bifurcan hasta colapsar en nuestra única, gris o gloriosa, historia compartida.

  1. E. Pacheco Berny: cachorro de la Revolución en el exilio

La diáspora mexicana es inagotable: la dictadura de hierro que gobierna este país latinoamericano alimenta este río de exiliados cuyo caudal no mengua. Acaso el más señero de los emigrados forzosos sea el escritor de ciencia ficción J.E. Pacheco Berny, avecindado en Lakehurst, New Jersey, luego de un periplo por varios países de Sudamérica y Europa. Destaca no sólo por su producción en la ficción especulativa y la science fiction—su obra en inglés también abarca el ensayo— sino porque en sus orígenes nadie hubiera advertido a un rebelde. Si bien sus primeras escaramuzas con la literatura fueron en el campo de la poesía (de la cual él ahora reniega), de inmediato, empezó a inclinarse por diversas ramas del discurso fantástico. En una entrevista que concedió a “The New Yorker”, Pacheco Berny reconoce que su inclinación por la ficción especulativa “nace de una inquebrantable voluntad escapista, de la agobiante necesidad de escapar de mi jaula de oro”

Y es que, en efecto, al ser nieto e hijo de militares destacados del régimen obregonista, Pacheco Berny supo desde su infancia lo que era pertenecer a la élite mexicana, a los déspotas sonorenses. Su abuelo, quien salvó la vida del Caudillo en la batalla de Santa Ana-Celaya, le regaló sus primeros dos libros: “Quo Vadis?” y “De la Tierra a la Luna”. De estos, le sorprendieron las similitudes entre el gobierno instaurado a sangre y fuego por Álvaro Obregón —en el cual su familia tuvo un papel preponderante— y la recreación viril, castrense, de un imperio romano asediado por la mansedumbre de los primeros cristianos; de la segunda, el gozo por la aventura rocambolesca pero afianzada en la ciencia y la tecnología: “Era escapar, sin duda. Pero un escape posible, racional, de la cárcel planetaria, de este pozo de gravedad que en México se vive como calabozo de ideas y hombres”.

Sin el menor interés de seguir la carrera de las armas, Pacheco Berny se suma a unos cuantos rebeldes (Carlos Monsiváis, Inés Arredondo, Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Sergio Pitol) y funda, de manera precoz, una revista que cuestiona los usos y costumbres de la dictadura sonorense. La respuesta del sistema político mexicano es contundente: a varios del grupo los condena a servir en batallones de castigo —objetos de vejaciones, además, por sus preferencias sexuales— y a otros les impone el exilio interior. A Pacheco Berny, en consideración a su estirpe, se le concede la “gracia” del ostracismo en tierra ajena. 

Su obra, escrita inicialmente en español, propone una relectura de la Tragedia Mexicana: en “La sangre de Medusa” nos adentramos en una floresta de cuentos donde los “villanos” de la historia reviven y cobran venganza. En el que da título al volumen, un joven Obregón se suicida al saberse derrotado ante las cargas de caballería villistas. Más adelante, en su famoso libro de relatos “Battles in the Desert & The Genesis of Pleasure”, aparecerá una idealizada Ciudad de México que no ha conocido ni la picota o el ánimo destructor de los ejes viales y la refundación obregonista. Ya abandonando del todo su idioma natal, publicará en el exilio “Thou Shalt Die Far Away”, su más fina ucronía: un lamento desesperado de quien conoce el destierro en un planeta alienígena, huyendo de la destrucción y el genocidio de su pueblo en una guerra termonuclear.

Pacheco Berny se duele en varios de sus ensayos –publicados en “The New Yorker” y en “Mexican´s Exile Review”– de haber abandonado a temprana edad sus esfuerzos poéticos: “fue la primera traición a quien no fui, pero pude haber sido” (López Castro, 2021).  Pero acaso nosotros, sus fieles lectores, encontramos en su prosa y, sobre todo, en su ingente producción de ficción especulativa, una voz, asimismo, poética que nos alumbra en el agreste camino de la patria extraviada.

 

Referencias

López Castro, R. (2021). Mexican Writers in Exile: J.E. Pacheco Berny, Carcosa Publishing House:  San Antonio.

Scriven, M. (1998). Truisms as Grounds for Historical Explanations, citado por Ferguson, N. Historia virtual, pág. 70, Taurus, Madrid, 1998.

 


 

Ramón López Castro. Ha publicado El sol sea con nosotros; El salmo del milenio; Soldados de la incertidumbre; Expedición a la ciencia ficción mexicana; El corto verano del cuervo; A rostro desnudo, y Sol de la incertidumbre. Cofundador del Círculo Lovecraftiano y de Horror Ciudad de México.

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