martes, octubre 15, 2024
    Epónimos de 1947 y de 1960

    Efrén Ordóñez Garza

     

    En algún momento del año 1943, poco más de treinta estudiantes de la Universidad de Nuevo León bajo las órdenes de Bernardo Dávila Reyes, jefe del departamento deportivo, formaron un equipo de futbol americano luego de verse durante un tiempo para entrenar en el campo Bachilleres. En la ciudad de Monterrey existían otros dos equipos. Me imagino que se sabía poco o se veían pocas imágenes de cómo el deporte se jugaba del otro lado de la frontera, aunque en Estados Unidos la liga profesional iba en su vigesimocuarta temporada y la liga colegial celebraba ya su 75 aniversario. 

    Como era de esperarse, aquel grupo con miras a competir contra otros equipos necesitaba una identidad que los cobijara, un nombre cuyas cualidades les sirvieran para dictar el tono de los entrenamientos, de su juego. Según la historia, su primer mote fue el de Osos, nombre arbitrario quizá, aunque los tipos más comunes o los que vienen a la mente son fuertes, salvajes y tampoco habría que buscarle mucho una la razón y en aquel entonces ya existían los Osos de Chicago (1920), y antes los Osos de la Universidad de Baylor (1899). Por fortuna, sabemos que el nombre no pegó y gracias a eso hoy contamos con el equipo de la Facultad de Ingeniería Mecánica y Eléctrica, los Osos de FIME.  

    El 14 de noviembre de 1944, aquellos Osos de la UNL jugaron su primer partido de preparación, este contra los Gatos Negros, el equipo original de la ciudad de Monterrey. Por supuesto, como iban empezando, lo perdieron. Faltaba mucho por aprender. Por eso, a partir de ese encuentro se propusieron mejorar, afinar la técnica para competirles. En algún momento por ahí el nombre cambió a Cachorros. Se habló por ese entonces de dar un brinco y cambiarse el mote a Pumas, por sus entrenadores Francisco de P. Mendoza y David Rodríguez Fraustro, egresados de la Universidad Autónoma de México. Luego de varias discusiones, los coaches, junto con los jugadores bisoños decidieron darle al equipo el nombre de Cachorros, con el argumento de sus entrenadores de que apenas comenzaban a forjar su historia. Por lo tanto, cuando el equipo de la Universidad de Nuevo León creciera o acumulara suficiente experiencia, podrían pensar en dar el salto y convertirse en una versión norestense de los Pumas capitalinos. Por fortuna, aquello nunca llegaría a pasar. 

    Así pues, los Cachorros volvieron a toparse el 10 de noviembre del mismo año en el Parque Acero Monterrey y, de nuevo, cayeron. 

    Lo cierto es que a mí se me hace complicado sentirme un cachorro apenas y pretender ganarle a un gato negro, aunque este pueda ser de cualquier clase, la palabra ‘negro’ es la de más peso, ya sea porque un gato negro por superstición y en el folclor de varias culturas se asocia a la brujería, profecías malditas, o de plano a la mala suerte. En resumidas cuentas, el gato por sí solo no asusta, pero el color negro le da una cualidad de sobrenatural difícil de superar.

    Aunque no todos los equipos pueden adoptar las cualidades de sus motes, algunos lo hacen y eso les ayuda a definirse: los Raiders a quienes en México apodaron «los malosos» le hicieron honor a la imagen en sus cascos de un pirata tuerto, es decir, un corsario entregado al pillaje; los Acereros de los años setenta se definieron por la aspereza de los trabajadores de las acereras de la ciudad de Pittsburgh. 

    Lo cierto es que, si las personas –o los equipos deportivos en este caso– solo actuaran según el peso de sus nombres o apodos, de su etimología, o su significado, algunos serían víctimas de una perpetua inanición. Se adopta cuando suena lógico, pues sería complicado jugar un deporte tan brutal como un cardenal, una tortuga o bajo un mote abstracto, un color digamos. Por eso, o quizá con las ganas de maduración o de probarle a los entrenadores su fiereza, el 25 de enero de 1947, ante unos tres mil aficionados, en el Parque Deportivo de la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa los Cachorros de la UNL le ganaron el campeonato estatal a los Gatos Negros, invictos hasta ese entonces. 

    Fue después del juego cuando se podría decir que la historia del deporte en la Universidad cambió, o de cierta forma inició, porque el periodista deportivo Toni Corona, autor de la histórica columna Mosaicos deportivos del periódico El Norte, escribió:

     

    «Los universitarios se han portado en el emparrillado con gran coraje y enjundia, dejando por tanto de ser Cachorros y convertirse más bien en Tigres hambrientos de triunfo».  

    De la victoria sobre los Gatos Negros se ganaron pues el nombre de Tigres, un felino más grande que el puma y, si habláramos solo de comparar animales y elegir a cuál preferiría evitar, sin duda sería el tigre. Además, esto les permitió a los universitarios de Nuevo León diferenciarse de los capitalinos, todavía sin saber que el futuro traería muchísimos duelos entre unos y otros. 

    Años más tarde, en 1960, uno de los equipos de futbol profesional de la ciudad, el Club de Futbol Nuevo León o los Jabatos, como se llamaban, dejó de existir. El equipo se cedió a la Universidad y adoptó pues el nombre de Tigres, equipo campeón del futbol mexicano, aunque ese es material para otro ensayo. En ese entonces a algunas personas se les hacía complicado compartir el nombre, entre ellas el coach Cayetano Garza, quien decidió añadirle la palabra auténticos a su equipo de futbol americano por ser ellos, los estudiantes, los auténticos representantes de la Universidad. 

    Ahora, al escribir esto y pensar en cómo los Gatos sin duda crecieron con el color negro, también creo que los Tigres pasaron a un nivel todavía más alto cuando el coach Cayetano les antepuso la cualidad de Auténticos. 

    Esta historia, contada todavía con más detalle, aparece en las palabras del Ing. Cayetano Garza en su libro Medio Siglo. Crónica de los primeros 50 años del futbol americano en el noreste de México, de donde me han llegado retazos a través de las palabras de otros. 

    Muchas historias han ocurrido a partir de entonces. Los campeonatos nacionales de 1974, con los «Súper Tigres» y el de 1977, con marcador de 66-0 contra las Águilas Blancas del Instituto Politécnico Nacional, pero que más se recuerda por las históricas 415 de yardas de «El Half de Oro», Juan Manuel Bladé; el paso de la Generación Dorada a principios de los 2000 con  Antonio Zamora en los controles, ahora coach del equipo mayor; las temporadas cuando la ONEFA se partió en dos y la ciudad se quedó sin el clásico regiomontano; de ahí el renacimiento de la rivalidad entre Tigres y Borregos Salvajes del Tecnológico de Monterrey. 

     

    Fui jugador de futbol americano de ligas infantiles y juveniles. Como niño que creció con las imágenes de los clásicos de la ciudad, era obvio que la mística de los motes se disolviese con los colores y las identidades de los equipos. Así, los primeros Tigres en mi memoria aparecen a principios de los noventa, con jerseys blancos holgados con números azules y cascos dorados, como monstruos sin cuello, luego con las siglas de la UANL a los costados del casco y, después, con las rayas al estilo de los Bengalíes de Cincinnati de lado a lado.  

    El equipo de la Universidad Autónoma de Nuevo León siempre me ha llamado la atención por la eponimia que le di adjudiqué en mi cabeza, o bien, el uso del «nombre de una persona o de un lugar para designar a un pueblo, una época, una enfermedad, una unidad». Es decir, no es un epónimo tal cual entre la universidad y el tigre. De nuevo, digo en mi cabeza porque si bien a los «Auténticos Tigres» a veces les llaman «universitarios» y a la Universidad «la uni» o «la autónoma», no la llaman Tigre. 

    Desde aquel entonces, desde los diez u once años, para mí, las palabras van más allá del felino y de sus cualidades, o de su autenticidad. La imagen casi siempre va acompañada de los colores y de una sensación abstracta pero definitoria del ente que es la Universidad: la garra, el orgullo, el sentido de pertenencia. No fui estudiante de la UANL, pero quienes jugamos futbol americano y además coacheamos crecimos con muchos de los jugadores que en nuestros años juveniles fueron Tigres, o más bien, fueron Auténticos, así que algo he aprendido de su mística. 

    Desde entonces casi nunca pienso en términos del nombre oficial, sino más bien es una de las dos palabras, o auténticos o tigres las que me remiten a la idea de la UANL, al orgullo que sus estudiantes sienten por la universidad pública del estado y lo que eso conlleva y a quienes sin ser parte del equipo de futbol americano o de atletismo, futbol, beisbol, voleibol, basquetbol, etcétera, han llegado a, de alguna forma, interiorizar el epónimo, aunque también sea de forma abstracta.  

    La Universidad de Nuevo León nació en 1933, diez años antes del primer juego de su equipo de futbol americano, catorce antes de recibir el nombre de Tigres por parte de Toni Corona y veintisiete antes de la distinción otorgada por el coach Cayetano, así que podríamos decir que ambos han existido uno junto al otro durante toda su historia. Por eso, cuando hablamos de los Auténticos Tigres como equipo de futbol americano, valdría la pena pensar bien si nos referimos al equipo como tal, o a la Universidad como un ente representado por sus jugadores vestidos en sus colores. Sería como desasociar a sus máximas figuras de la misma casa de estudios, ¿o es posible pensar en el coach Cayetano sin la UANL o viceversa? 

     


     

    Efrén Ordóñez Garza. (Monterrey, Nuevo León, 1983). Es autor de Humo, novela publicada por Nitro/Press en 2017, por la que obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura en 2014, con el título Ruinas, (publicada en su primera versión por Conarte/Conaculta en 2015). Es también autor del libro de cuentos Gris infierno (An.alfa.beta, 2014) y del libro ilustrado para niños Tlacuache. Historia de una cola (FCAS, 2015). Tradujo el libro de cuentos Melville’s Beard/Las barbas de Melville, de Mark Haber (Argonáutica, 2017). Escribió el libro de falsas biografías La maestría del fracaso, con el apoyo del programa Estímulo Fiscal a la Creación Artística, del Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León. También la novela Productos desechables como becario del programa Jóvenes Creadores del FONCA 2016-2017. Fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León en 2013. Fue cofundador, editor y traductor en Argonáutica (ed-argonautica.com), editorial especializada en traducción literaria. Desde 2022 forma parte del programa de Maestría en Escritura Creativa de la City University of New York.

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