Iveth Luna Flores
Todo lo que cuesta maniobrar con el trozo de lenguaje que somos y encima tener que pulirlo, resanarlo. Del lat. tardío resanāre “sanar”, “curar”, “corregir”, “reformar”, “Cubrir con oro las partes de un dorado que han quedado defectuosas”. Cubrir con poemas las partes de una historia que han quedado silenciadas. Hay que asumirse imperfecta, claro, enferma, al pensar en un reparo, en una cura. Alejandra Pizarnik cuestiona desde el internamiento al que es obligada luego de querer matarse: “Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de la mejoría. / Pero / ¿qué cosa curar? / Y ¿por dónde empezar a curar?” En 1971 la poeta argentina escribe esto, a raíz de su estancia en el Hospital Pirovano, en su poema Sala de Psicopatología donde hace una apología de la despersonalización que sufre. Además denuncia el absurdo sistema médico que determina quién está sano mentalmente y quién no en una sociedad regida por el consumismo extremo.
Más tarde, en 1984, Héctor Viel Temperley escribe: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy a hacia mi cuerpo”. Pero es hasta 1986 que publica Hospital Británico y con él da paso a la poética de la enfermedad –y la locura– en la poesía escrita en Hispanoamérica de la segunda mitad del siglo xx. De fondo (siempre) están las obras de Michel Foucault: Historia de la locura en la época clásica (1961) y Vigilar y castigar (1975). Ya se habían publicado entonces los poemas Morgue (1912) de Gottfried Benn y Tres mujeres (1962) de Sylvia Plath. Ya estaban los temas puestos en alfileres: lo médico, el cuerpo, la enfermedad, la locura y la maternidad. Todo lo que opera hacia el interior pero recae en el afuera y viceversa.
Volvamos a la poesía escrita en Hispanoamérica. En 1985 la poeta venezolana María Auxiliadora Álvarez publica Cuerpo, poemas que trazan la experiencia –tortuosa– de la maternidad y cuestionan la relación unilateral entre médico y paciente: “doctor / NO META LA MANO TAN ADENTRO / que ahí tengo los machetes / que tengo una niña dormida / y usted nunca ha pasado / una noche en la culebra / usted no conoce el río”. En el año 2000 el poeta mexicano Pedro Guzmán publica Hospital de Cardiología, poemas escritos a partir de la mirada del familiar del paciente. Un familiar que espera rondando los pasillos y observa la arquitectura, la carcasa: “El hospital representa / o puede representar / las virtudes más altas de nuestra civilización: / la cura de los enfermos / piedad / compasión / buena voluntad/ –y más todavía: / el dominio del dolor: / la templanza traducida / en el imperativo de no perder / los buenos modales / aun frente a la muerte”. Estos buenos modales del régimen médico, del espacio disciplinario de la buena salud, se perderán –afortunadamente– en los siguientes libros de poesía mexicana. El poeta peruano Maurizio Medo publica su libro Manicomio en el 2005 y cuatro años más tarde sale a la luz en México El síndrome de Tourette de Christian Peña, además en el 2010 Se llaman nebulosas de Maricela Guerrero, en el 2014 Farmacotopía de Óscar David López y finalmente en el 2015 Operación al cuerpo enfermo de Sergio Loo. De estos dos últimos libros de poesía me ocuparé en el presente trabajo.
Operación al cuerpo enfermo fue publicado póstumamente por Ediciones Acapulco en coedición con la UANL; es una novela en fragmentos, fragmentos que a su vez son poemas, poemas que diseccionan los cuerpos de los personajes, personajes que encierran infinidad de relatos y se desdoblan a la menor provocación. ¿Cuáles son estos relatos? El autor nos dice que son tres: 1. La historia de la gente contra el cuerpo de Pedro. 2. La historia de los juicios sobre la condición femenina de Cecilia. 3. La historia del sarcoma en la pierna izquierda del autor. La enfermedad, una guerra que se desata hacia el interior del cuerpo del poeta, pone en relieve las batallas que lo han atravesado de por vida: el rechazo paternal, la discriminación social, los discursos de género, la disciplina médica, el amor. Es un libro que “se realiza en tanto que se enuncia”. El performance completo de vivir y morir en una sociedad que aniquila al enunciar y señalar, pero también al ocultar y silenciar. Sergio Loo crea un espacio en blanco para diseccionar su propio cuerpo y “el otro cuerpo en donde ella (Cecilia) está inserta: la sociedad”.
En el espacio del que habla Pizarnik: “todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos / para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales, / ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio / vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión / y del encuentro”, que solo puede ubicarse en los sueños, en lo onírico, hacia el interior del bosque oscuro del inconsciente, es donde Loo pone a jugar a Pedro y a Cecilia. Los convierte en la Caperucita Roja y el Lobo Feroz, en Hansel y Gretel (el autor es el Horno), en gato y ratón. Pedro embarazado y Cecilia muriendo de celos. Opuestos binarios que se invierten para deconstruir los lugares normativizados por la cultura dicotómica del género. En este sentido es un libro postautónomo siguiendo la definición de Josefina Ludmer:
«Fabrican presente con la realidad cotidiana y esa es una de sus políticas. La realidad cotidiana no es la realidad histórica referencial y verosímil del pensamiento realista y de su historia política y social (la realidad separada de la ficción), sino una realidad producida y construida por los medios, las tecnologías y las ciencias1«.
Ciertamente la realidad, el relato histórico que circunscribe Sergio Loo es su casa corporal viniéndose abajo: el cáncer. Pero también este cáncer es Cecilia al decidir no cumplir los parámetros de ser mujer que exige la sociedad: se vuelve célula inútil. En el poema Región lumbar (cinco vértebras lumbares) el orden del Castigador es la voz social que quiere tomar partido en la autonomía del cuerpo de Cecilia, no obstante, ella logra rebelarse: “Te hemos visto en las noches bordando tu cuerpo con pequeñas tretas para no obedecer. Te hemos visto: quieres ponerte tu propio nombre y ser de ti, tuya como si fueras un objeto que no nos perteneciera. Has dibujado desobediencias en tu cuerpo”. Y el poeta dibuja, caricaturiza a sus personajes para resaltar la rebelión y enfatizar los rasgos “grotescos” que van en contra del concepto purista del amor. “Lo quiero y mi querer me lleva a comerle y a vomitarle.” Traga a Pedro para expulsarse a sí mismo y ser él, como en la película The Neon Demon (2016) de Nicolas Winding Refn donde las modelos asesinan y se tragan a Jesse en un afán de expropiar la belleza de la protagonista.
La intervención médica (real) al cuerpo del autor es el pretexto –duro y cruel– para hablar de todas las intervenciones simbólicas y violentas que ha sufrido junto a sus amigos en un país tan nefasto y discriminatorio como lo es el nuestro. Se apropia del enemigo, el tumor, lo manipula tal como han intentado manipularlo a él, en un afán de resistir. Al ser estigmatizado por los médicos y la familia como un ser enfermo, nos relata la historia de su propio cuerpo para arrancárselo a la gente. Para que los otros no hablen por él, se enuncia y visibiliza. Incluso da una reseña de su propio libro y marca con bloques negros algunas oraciones de esta misma reseña para ejemplificar las posibles lecturas que le dará Cecilia a la novela donde ella también es la protagonista. Si sucede en el texto sucede en el lenguaje, si sucede en el lenguaje impacta en el cuerpo, si impacta en el cuerpo entonces opera en el inconsciente. Y de atrás hacia adelante o al revés los personajes van intercambiando lugares: escritor-personaje, mujer-hombre, gato-ratón, el autor está enfermo pero también Pedro y Cecilia. Y además el padre, un enfermo total: es violador.
Lo performático y el análisis exhaustivo de nuestra cultura en Operación al cuerpo enfermo tiene como precedente el libro Farmacotopía de Óscar David López publicado en 2013 por Bonobos en coedición con la UANL: “y que la muerte en ese instante es un mar de células / ejecutando una performance / bajo el título MORIRSE JUNTO A UNA HERMANA / van muriéndose una célula sí una célula no”. El cuerpo es una casa, una arquitectura intervenida por las grandes instituciones: la familia, el gobierno, la escuela, los hospitales, el trabajo, la pareja. Lo que en Farmacotopía llega a enunciarse directamente, en Operación al cuerpo enfermo se realiza. Mientras que el poeta Óscar David López mezcla conceptos sociológicos y coquetea frente a la cara larga del médico, Sergio Loo narra escenas y momentos específicos por los que atravesaron Pedro, Cecilia y el autor mismo por no estar dentro de la norma. En el primer libro son el goce y el placer los mecanismos de rebelión ante la disciplina médica: “metonimia para ser más exac- / to cambio semántico del deseo por su dolo”. Es lo lúdico, el jugar con los aparatos de poder para desarmar el lenguaje impuesto y acartonado del feroz capitalismo: “cáncer informativo para los otros / game over / for you”. Las enfermeras se vuelven dealers, los médicos son dictadores que no quieren revelar información al paciente: “establecer estado = denegado”. El autor hace una lectura bastante lúcida de la condición del ser enfermo a través de los estudios culturales, nos dice que el vigilar y castigar de Michel Foucault es el “excitar y controlar”.
Atrás queda el comportarse dentro de ese espacio de adoctrinamiento del que nos hablaba el poeta Pedro Guzmán, una erección en medio del chequeo es el cuerpo resistiéndose a ser domesticado por la pulcritud y seriedad de las batas blancas. Óscar David López denuncia en su poema “[EUTANASIA]” el efecto que produce la sociedad al visibilizar e invisibilizar ciertos asuntos: “hay muchas maneras de morirse de sida: una de ellas es por los rumores familiares”. Estrategias que son utilizadas por las sociedades contemporáneas para castigar a los que se salen del perímetro: “tome sus cosas tome estas pastillas y vaya a/ la puerta H la puerta de los putos y / los pobres / y las mujeres / y los silenciados / y los excluidos”. Michel Foucault lo explica en Vigilar y castigar:
«En cuanto al poder disciplinario, se ejerce haciéndose invisible: en cambio, impone a aquellos a quienes somete un principio de visibilidad obligatorio. En la disciplina, son los sometidos los que tienen que ser vistos. (…) El hecho de ser visto sin cesar, de poder ser visto constantemente, es lo que mantiene en su sometimiento al individuo disciplinario2«.
Sergio Loo también ejemplifica lo anterior en su poema “NASAL” cuando relata cómo Pedro piensa que la gente al verlo puede ver “su rostro sudoroso mientras es penetrado por otro hombre”. Que alcanzan a verlo en cuatro patas: “Nadie se detiene a imaginar a los heterosexuales en actos impúdicos. Son heterosexuales y ya. Pero en su caso, lo sabe, su privacidad sale a todas luces: a la calle, a la vista de los niños burlones de su infancia”. Los homosexuales no son dueños de su intimidad, se les pretende castigar visibilizando sus relaciones sexuales. En Farmacotopía: “yo grotesco expediente ladrándoles / a la vez que negaba que las píldoras viajando en mí sí son / jinetes / sí son el autocontrol para frenar la performance celular / sí son la torre de vigilancia de cuanto me llevo a la boca / o al ano”.
Óscar David López también habla de un bosque, las caricaturas de Disney son el capitalismo tendiendo la cama del paciente, los versos están construidos a partir de asociaciones semánticas y semióticas. Ambos poetas asimilan el concepto del amor del siglo xxi como una transacción, un meterse y defecar todo lo que el otro ofrece, usar y tirar, lo que la mercadotecnia normaliza: la apropiación. La intervención médica de la que hablan los poetas es la metáfora de todos los intercambios sociales e interpersonales. En Farmacotopía: “un trasplante como la esclavitud no es otro mercado que el dominio de uno solo sobre los otros”. Los dos escritores construyen libros que desestabilizan el concepto de lo-que-debe-ser un libro de poesía, puesto que son una novela en verso o prosa poética, o son un show en varios actos, un Big Brother, un guión cinematográfico, o un catálogo médico. Finalmente logran deconstruir lúcidamente los discursos acerca de la enfermedad y lo que significa en este siglo tener un cuerpo y ser juzgado a causa de él.
Creo que estos libros constituyen un hallazgo en la poesía mexicana del siglo XXI porque desmontan los aparatos de poder desde los estudios culturales y se valen de la imbricación de géneros literarios: en ellos se poetiza, narra, ensaya, dialoga y reseña. A partir del cuerpo como testigo y lenguaje, Óscar David López y Sergio Loo, dan cuenta de cómo los relatos históricos, sociales e íntimos impactan en la condición humana y segregan a quienes quieren apropiarse de su propio cuerpo. No somos dueños ni siquiera de nuestros defectos, no tenemos la libertad de enunciarnos, de recrear o devorarnos la vida como deseamos. En este sentido, me parece bastante admirable que los poetas, a pesar del cansancio que provoca la enfermedad, hayan escrito un trozo –o muchos– del lenguaje que son, para que esta vez nadie hable por ellos. Sergio Loo estaba consciente de que moriría por el sarcoma en su pierna: “Esto es un adiós. (…) Ésta una larga lista de lo que digo para que exista. Ésta es la enumeración infinita de lo que hay y lo que sucede para que siga existiendo”. Y su libro es una forma de resistencia, de permanecer y dar su versión de los hechos. Lleva a Cecilia, su antigua amante y a Pedro, el amante actual, a un espacio en donde puedan reunirse por última vez, donde puedan amarse, poseerse, expropiarse y desapropiarse libremente los unos a los otros.
Loo se enferma en tanto que lo enuncia y deja un testimonio, un registro donde dibuja al otro para alcanzar a verlo, para que el otro se vea en él y exista. El poeta chileno Héctor Hernández Montecinos en [y punto] (Corriente Alterna, 2012) habla de la materialización del texto: “Toda escritura es profética / pero solamente para quien la escribe. / Toda escritura es para la muerte / un guión de lo que tendrá que hacer con uno. (…) Todo sueño y todo poema son un adelanto / de lo que será esta nueva vida / donde lo que jamás existió existirá por siempre”. Y Sergio Loo profetiza e imagina cómo se comportará su familia cuando él muera, desdobla su propia muerte y desarticula la enfermedad. Desarticula todo y a todos. Se suicida en el texto para cumplir la fantasía adolescente, entra a los cuerpos de los otros y sale convertido en las personas que más ama y odia. Cubre con oro y poemas las partes de una dorada historia para resanar los cuerpos en los que está inserto, pero en los que ya no estará más.
1 Ludmer, J. (2009). Literaturas postautónomas 2.01, Propuesta Educativa, núm. 32, año 18, vol. 2: 42..
2 Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Argentina: Siglo XXI, p. 192.
*Este texto apareció en la edición 95-96 de Armas y Letras, número enero-junio 2017.
Iveth Luna Flores. (Nuevo León, 1988). Escritora. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Su poemario Comunidad terapéutica (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2016) ganó el Premio Nacional de Poesía Francisco Cervantes Vidal.